En
la parte trasera del Pabellón Cuba, una instalación obliga a detener
la mirada. Sobre una larga parrilla, varias cacerolas espumeantes
adoptan las formas más variadas, no solo determinadas por la
voluntad de los realizadores, sino también por las condiciones de la
brisa que a toda hora embate el espacio abierto de la actual sede de
la Asociación Hermanos Saíz, en la presente Bienal de La Habana.
En
efecto, allí se "cocina" la pintura en una acción que nos remite a
la esencia misma del acto creador. No es para que pensemos que se va
a lograr algo "bonito" o "utilitario". La invitación, o mejor dicho,
la incitación es para que recordemos que antes de los lienzos y las
paredes, las formas esculpidas o las estampas, el ser humano lidió
con elementos como el agua, el viento y el fuego —aquí solo falta la
tierra—, y que continúa, más ahora en medio de las vanguardias y
transvanguardias artísticas, luchando por reivindicar un lugar para
la creación.
Los autores de esta obra interactiva son los españoles Beatriz
Lecuona (Santander, 1978) y Oscar Hernández (Garachico, 1978),
quienes han trabajado durante la primera década de este siglo juntos
en proyectos que se relacionan con el sentido, o el sinsentido de
los objetos, con la descolocación de los usos rutinarios, con la
sorpresa del espectador. En gran medida es un desafío a aquellos
presupuestos manejados por Marcel Duchamp en la época de sus famosos
ready made, que pretendían crear una nueva realidad a partir
de variar el contenido y función de determinado objeto. El dueto
español opera a la inversa: construye la realidad que se esconde en
el mito artístico.
Aunque para concertar sus realizaciones apelen a dispositivos
tecnológicos —en este caso fuentes energéticas e hidráulicas—, su
interés no pasa por deslumbrar al espectador, sino de ponerlo en
situación de pensar los procesos y destinos del arte.