Ante los ojos del transeúnte, en pleno malecón habanero, una
multitud de hormigas parece avanzar sobre la fachada del antiguo
cine Fausto, hoy deshabitado de imágenes fílmicas, gracias a la
seducción del arte.
A primera vista, andan en lenta marcha solitaria, una a una, en
pareja o agrupadas en racimo compacto, como hacen en la vida real
cuando olfatean algún manjar codiciable y convocan a sus semejantes,
con leves toques de antenas y paso en zigzag, dislocado, a juntarse
para transportar la recién descubierta y suculenta carga.
Son 600 hormigas y el artífice de la instalación, el colombiano
Rafael Gómez Barros está orgulloso de su corte de pequeños insectos,
criaturas como les llama. Las creo con delectación empleando fibras
de vidrio y resinas, las patas construidas con ramas de un árbol
llamado jazmín en su tierra.
La idea es que cada una, explicó a Prensa Latina, posea su propia
individualidad, sea diferente, una pieza única. En suma, cada
hormiga transitando, alentando en sus propio territorio metafórico,
en su Casa tomada, como nombró el autor a su obra tomando en
préstamo el título de un cuento de Julio Cortázar.
Aquel relato magistral en que los últimos sobrevivientes de una
familia son cercados progresivamente por los recuerdos, por la
presencias abrumadoras del pasado y empujados por estos, terminan
por abandonar la vivienda, el entorno familiar, y tirar tras sí la
llave de entrada para cerrar puertas a toda quimérica posibilidad de
regreso.
Lo que pretendo, detalló el artista, es intervenir diferentes
monumentos e invitar al público a asumirlos como un legado cultural
arquitectónico.
En Colombia -donde inició esta instalación su camino por el
mundo-, lo que nos propusimos, como proyecto sociocultural, fue
inducir al público a una reflexión sobre la inmigración y el
desplazamiento generado por la violencia y las contradicciones
internas del país.
Acá en La Habana, agregó, nuestra premisa -como algo nuevo en el
proyecto- fue convocar a las personas y familias que rodean el cine
Fausto. Tanto las fotografías como los videos que se tomen van a
estar circulando por Internet, volando en la red, como familias
imaginarias.
Es un nuevo pensamiento enfocado a la imagen de un mundo sin
fronteras, redondeó.
Con escasa suerte en la literatura -salvo una breve mención en
Aristófanes o su paso devastador por la casona en ruinas de Cien
años de soledad- las hormigas cobran protagonismo en la Bienal y, de
cierto modo, tienen una prolongación extra en la multitud que
hormiguea en la fiesta de las artes visuales.
Debutante en el panorama de la plástica internacional a cielo
abierto en La Habana, Gómez viajó 15 días antes para acomodar a sus
criaturas, familiarizarlas con su espacio.
La Bienal ha sido un proceso liberador para mi, afirmó, me ha
permitido salir de lo íntimo a lo abierto, sentir la transformación
que genera en los artistas apropiarse de un lugar y ver como su obra
se enriquece, cambia.
Vencida la primera impresión, sus hormigas ya son una presencia
familiar, una pincelada audaz en el paisaje citadino, habitando en
otra realidad -la del arte- más allá de su omnipresencia material,
común, cotidiana.