No podía ser de otro modo el encuentro del notable artista
mexicano con un evento al que las nuevas hornadas de creadores
cubanos han dejado una impronta de inquietudes transformadoras, que
se corresponde con la práctica de Orozco.
Tampoco es casual que en el ISA haya coincidido con Alexis Leyva
machado (Kcho). Existe de hecho una línea tangencial en la poética
de ambos creadores: el cubano ha sacado a un primer plano en sus
instalaciones de barcos, travesías y otros motivos náuticos, la
madera en bruto o desgastada por la intemperie, o el barro común que
se acrisola en los ladrillos. Orozco aprendió a darles otro sentido
a los desechos de las ciudades y playas, a servirse de lo cotidiano
como punto de inflexión para la mirada artística, y a transfigurar
formas habituales en experiencias estéticas singulares.
Orozco
departe con su colega Kcho.
En los circuitos internacionales de las artes plásticas, Orozco,
desde finales de los años 90, viene señalando rutas. Ahí están sus
históricas exhibiciones en el Museo de Arte Moderno de Nueva York,
en la galería Tate de Londres, en la feria ARCO de Madrid y en la
Bienal de Venecia. Ahí están sus mesas cubiertas de insólitos
objetos, sus boletos de avión como soporte de atrevidos diseños, su
calavera ajedrezada, sus esculturas de plastilina, sus intervenidos
balones de fútbol, pero también sus fotografías inquietantes y su
extremo rigor cuando de pintar se trata.
Orozco en el ISA hizo equipo con profesores y alumnos para
realizar lo que llamó "una limpieza creativa" en la inconclusa
escuela de ballet de Cubanacán. Trabajó y logró que se trabajara en
términos de luz y sombra, de orden y caos, de equilibrio y
desequilibrios espaciales.
Fue fiel a uno de sus principios poéticos: obligar a ver y mirar
las cosas y el entorno con mirada y vista de artista que cree en que
todo ser humano lo es en su propia vida.