Octubre de 1962: la mayor crisis de la era
nuclear (VI) La travesía, ¿en qué
condiciones?
RUBÉN G. JIMÉNEZ GÓMEZ (*)
El 16 de julio, en una conferencia de prensa con editores de
periódicos estadounidenses, Nikita Jruschov planteó que en algún
lugar en el sur los soviéticos fabricaban cohetes como salchichas y
que con ellos podían hacer blanco en una mosca situada en el
espacio... Aquello no era más que un alarde.
Raúl
en la Unión Soviética, acompañado por el mariscal Rodión Malinovski
y otros jefes militares soviéticos. El civil a su lado es Nicolai
Podgorny, miembro del Buró Político del PCUS.
En esta fecha salió en avión hacia Cuba la parte fundamental del
grupo de reconocimiento; en el aeropuerto se presentó la situación
siguiente: los especialistas tenían pasaportes en los que se
indicaban profesiones netamente civiles y relacionadas mayormente
con actividades agrícolas, tales como agrónomos, operadores de
maquinaria, especialistas en riego o en mejoramiento de suelos, etc.
Mas cuando ya no había tiempo para hacer nada, se detectó que no se
les habían informado con antelación las profesiones que les
servirían de cobertura durante el viaje, y muchos de ellos no tenían
ni la más vaga idea sobre estas, por lo que no hubieran podido
responder nada sobre sus supuestas esferas de trabajo si hubiera
surgido cualquier complicación durante el viaje, que hacía escala en
Canadá y otros países capitalistas. Así que hubo que encomendarse
con una plegaria al "Dios de los comunistas" y confiar en que no
pasara nada... así fue, por suerte.
Por aquellos días un grupo de organizaciones
contrarrevolucionarias cubanas ponía a punto los detalles de un plan
de levantamiento que pretendían poner en práctica. El plan consistía
en organizar grupos comando que tomarían varios lugares estratégicos
de la capital del país, dinamitando las plantas eléctricas que
abastecen la ciudad y otros objetivos vitales. Las armas ocupadas
serían entregadas a otros militantes que esperarían por ellas para
incorporarse a la sublevación. En esas circunstancias los
norteamericanos tendrían un pretexto para intervenir y derrocarían
al Gobierno Revolucionario. Entre los objetivos que se atacarían
estaban la planta eléctrica de Tallapiedra, el Estado Mayor de las
FAR, el aeropuerto, la Academia Naval del Mariel y los estudios de
las estaciones de radio y televisión. La fecha escogida para la
acción fue la del 30 de agosto. Por su parte, durante este mes el
Departamento de Defensa de los Estados Unidos actualizó sus planes
de contingencia para una invasión a Cuba y para los ataques aéreos
en apoyo a una posible revuelta interna.
De forma simultánea con estos trajines conspirativos, los
integrantes del primer escalón de las tropas soviéticas navegaban
hacia Cuba...
La travesía hasta la Isla se prolongaba como promedio durante
15-20 días. La inmensa mayoría de los soldados y oficiales no había
efectuado viajes por mar con anterioridad, y muchos de ellos pasaron
por pruebas severas, obsequiadas por el océano y el trópico, así
como por los que planificaron su traslado en aquellas condiciones;
especialmente difíciles fueron las pruebas de los que tuvieron que
soportar tormentas en el mar. Por esto en las memorias de los
participantes de los sucesos del Caribe se refleja que la travesía
les dejó una impresión imborrable, ¡para toda la vida!
Los soldados y oficiales se "acomodaban" apretados como "sardinas
en lata" en los entrepuentes y bodegas de los cargueros; en aquellas
estructuras metálicas cerradas casi por completo hacía un calor
sofocante, con temperaturas que alcanzaban los 50º C (122º
Fahrenheit) y más durante el día, cuando calentaba el Sol. El
personal iba hacinado allí, atormentado por el calor y la
ventilación insuficiente, con poca iluminación, sed constante, ya
que el agua potable casi siempre estaba estrictamente racionada; no
podía bañarse ni asearse debidamente, a pesar de que se encontraba
en medio de los vómitos frecuentes de los mareados, que eran
alrededor del 75 % de los viajeros; acompañados por el balanceo
constante de aquellas cajas metálicas en que estaban encerrados;
recibiendo los alimentos dos veces al día durante el horario
nocturno y saliendo a cubierta solo de noche y por corto tiempo, en
grupos de 20-25 hombres, para hacer un poco de ejercicios, lavarse
con agua de mar y aprovechar por unos instantes el vivificante aire
marino.
Las infecciones de la piel y las enfermedades estomacales estaban
a la orden del día, lo que se agravaba por el hecho de que allí no
había retretes, pues solo existían en la cubierta, en la zona de
popa generalmente, donde se habían acondicionado algunos muy
disimulados, a los que podían salir ordenadamente los que lo
necesitaran y no más de dos-tres a la vez, les diera o no tiempo de
esperar a los desesperados. Por suerte el enemigo no hacía
exploración olfativa.
Durante las travesías se presentaron casos más serios de salud,
por ejemplo, se hicieron a bordo varias operaciones de apendicitis.
Sin embargo, a pesar de todos los pesares, la vida cotidiana en los
barcos continuaba su ritmo normal: se daban clases sobre la técnica,
conferencias y conversatorios sobre la actualidad política y otros
aspectos de interés, se hacían simulacros de alarma, se exhibían
películas, unos preferían leer en el tiempo libre, otros
participaban en diversos juegos y hasta se organizaban conciertos de
aficionados. Y así era ayer, hoy, mañana y pasado mañana... hasta
completar más de dos semanas. Pero estas eran las magníficas
condiciones existentes durante los días normales, cuando el sol
brillaba y el viento era suave... ¡De los días de tormenta es mejor
ni hablar!... Y algunos tuvieron que soportar hasta seis de ellos
seguidos. De forma que al poner el pie en la Isla muchos juraban que
nunca más volverían a viajar en barco, de lo que se olvidaban con
rapidez al darse cuenta de que el regreso a casa sería seguramente
en ese mismo medio de transporte. A pesar de todo, la inmensa
mayoría no solo soportó con estoicismo, poniendo de manifiesto
firmeza y entereza durante el largo viaje por mar, sino que al
desembarcar mantenían inalterable su elevado espíritu y capacidad
combativa.
Ahora bien, para el personal, posiblemente más difícil que
soportar aquel ambiente era permanecer en la ignorancia de lo que
sucedía afuera. Las tripulaciones de los barcos soviéticos, y en
primer lugar sus capitanes, ya estaban adaptados psicológicamente a
las acciones ilegales de los aviones y barcos en guerra
norteamericanos. Ellos, violando las normas generalmente aceptadas
de la navegación marítima internacional, realizaban sobrevuelos
rasantes a los barcos soviéticos, algunos en alturas peligrosas que
casi rozaban los mástiles; el ensordecedor rugido de los motores
aéreos a reacción estremecía las cubiertas. Mientras tanto, los
barcos de guerra norteamericanos maniobraban peligrosamente
interceptando los cursos de los mercantes soviéticos, los
acompañaban o los perseguían durante horas.
Eran frecuentes los casos en que exigían les comunicaran las
denominaciones y cantidades de las cargas que transportaban o
intentaban reiteradamente forzar la detención e inspección ilegal de
las embarcaciones. Los capitanes de los mercantes les respondían que
quiénes eran ellos y con qué derecho intentaban detener un barco
soviético para inspeccionarlo en tiempo de paz y en aguas
internacionales.
Hay que señalar que todas las provocaciones comenzaban todavía en
el Mediterráneo o el Mar del Norte, continuaban en el Atlántico y se
incrementaban hasta niveles increíbles casi hasta las aguas
territoriales de Cuba. Y lo más importante en aquella situación
anormal, era que los viajeros desconocían las verdaderas intenciones
de los modernos piratas navales y aéreos, por lo que se mantenían
durante horas con las armas listas para venderse caro si era
necesario.
El 17 de julio, tras un intenso periodo de trabajo, el comandante
Raúl Castro regresó a Cuba desde Moscú, dejando listo el Proyecto de
Tratado entre los dos países, el que fue inicialado por Raúl y
Malinovski y no se daría a conocer públicamente hasta la visita de
Jruschov a Cuba en noviembre. En aquellos momentos el documento se
titulaba "Tratado entre el Gobierno de la República de Cuba y el
Gobierno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas sobre la
presencia de las Fuerzas Armadas soviéticas en el territorio de la
República de Cuba". Se planteaba que tendría una validez de cinco
años, sujeto a renovación o a terminación con un año de aviso por
cualquiera de las partes; especificaba el papel defensivo de las
tropas soviéticas, las obligaba a respetar las leyes cubanas y les
concedía solo el uso temporal del terreno que se les asignara;
también disponía que en caso de anulación, las instalaciones que se
construyeran pasarían a ser propiedad cubana.
En el Proyecto de Tratado se mencionaba que las fuerzas
soviéticas se enviaban a Cuba para reforzar la capacidad defensiva
de esta ante el peligro de una agresión externa, por lo que en uso
del derecho a la defensa individual o colectiva, estipulado en el
artículo 51 de la Carta de la ONU, en caso de una agresión los
Gobiernos de los dos países tomarían todas las medidas necesarias
para rechazarla.
Sin embargo, se señalaba que: "Las partes están de acuerdo en que
las unidades militares de cada uno de los Estados se encontrarán
bajo el mando de sus Gobiernos respectivos, los que solucionarán
coordinadamente las cuestiones relacionadas con el empleo de las
fuerzas propias para hacer frente a la agresión exterior y restaurar
la paz".(1) Esta era la deficiencia más importante
de las fuerzas cubano-soviéticas y pudo conducir a consecuencias muy
serias en condiciones combativas, pues faltaba una jefatura común,
lo que traía consigo la solución independiente de las misiones
estratégicas por las dos agrupaciones. De modo que las dos potentes
fuerzas, encontrándose entrelazadas en un mismo territorio y
realizando un objetivo único en la defensa, actuaban cada una según
sus planes. En estas condiciones es muy difícil realizar la idea
única de la defensa estratégica, y en el caso en que se
desencadenaran las acciones combativas podrían producirse pérdidas
injustificadas entre los defensores de la Isla.
Las causas de esta situación desventajosa parecen evidentes: los
soviéticos no estaban dispuestos a poner sus armas nucleares bajo la
subordinación de ningún tercero y para los cubanos resultaba
impensable subordinarse a otro mando dentro de su propio país.
En definitiva el Tratado no llegó a firmarse, pero en la práctica
sucedió como se planteaba, es decir, cada contingente estaba
subordinado solamente a su Gobierno. Como consecuencia de lo
establecido, las fuerzas soviéticas solo podrían utilizarse en
acciones para rechazar la agresión por decisión de Moscú; únicamente
por señales transmitidas desde el Centro el comandante de la ATS
podría emplear el arma nuclear e incluso pasar las unidades
coheteriles estratégicas a los distintos grados de preparación
previstos; todos los documentos combativos se encontrarían en
paquetes sellados que se abrirían para su ejecución por señales que
se recibieran desde el EMG, en Moscú.
Durante su estancia en Moscú, y ante la negativa de hacer público
inmediatamente el Tratado entre ambas naciones, el comandante Raúl
Castro preguntó a Jruschov qué pasaría si la operación era
descubierta mientras se desarrollaba. La respuesta del dirigente
soviético fue que no había que preocuparse, pues si la operación era
descubierta se enviaría a Cuba la Flota del Báltico.
Al parecer Jruschov no estaba preparado para esa pregunta y
respondió lo primero que se le ocurrió, pues aquello era, al menos,
poco serio. Si se producía una crisis inesperada en Cuba, mientras
esta flota se preparaba y avituallaba para la campaña y después
zarpaba para llegar a la región tropical del continente americano,
se corría el peligro de que ya la crisis fuera historia antigua y
estuviera debidamente registrada en los libros de texto de los
escolares del mundo entero, además de que los medios combativos de
la Flota del Báltico seguramente serían muy inferiores a los que los
norteamericanos podrían movilizar rápidamente en el Atlántico, con
la agravante de que la cercanía a sus costas les proporcionaría una
abundante cobertura aérea, más un amplio y rápido apoyo logístico.
Aquella respuesta no tenía pies ni cabeza y daba una sensación de
improvisación preocupante. Acerca de esto el Comandante Fidel Castro
comentó:
"Nosotros no estábamos pensando en la Flota del Báltico o que la
Flota del Báltico fuera a resolver el problema, estábamos pensando
en la voluntad soviética, en la decisión soviética, en el poderío
soviético, lo que está expresando el líder de la Unión Soviética,
que no había que preocuparse (...) es decir, lo que nos protegía a
nosotros realmente era la fuerza global de la URSS".(2)
UNA MISIÓN IMPORTANTE, URGENTE Y VOLUMINOSA: EL
RECONOCIMIENTO
El 18 de julio llegó a La Habana la parte fundamental del grupo
de reconocimiento, trabajo que se reforzó considerablemente a partir
de ese momento, cuando solo quedaban 8-12 días para la llegada de
las unidades del primer escalón. La tarea era de gran importancia:
prepararse en plazo tan breve para recibir a los que arribaran.
Había que puntualizar los lugares de ubicación de las grandes
unidades y de las unidades, los que se habían determinado
aproximadamente por mapas en el EMG, en Moscú, conocer las
condiciones de acantonamiento de las tropas, coordinar todas las
cuestiones con las FAR cubanas y organizar el recibimiento de las
tropas que llegaran.
Toda la actividad desplegada en el terreno por los grupos de
reconocimiento era encubierta mediante diversas leyendas, por
ejemplo, eran especialistas de la agricultura, se trabajaba para la
construcción de un complejo de instrucción, eran grupos de
prospección geológica, etc. El objetivo real de los trabajos se
mantenía en el más absoluto secreto, sólo un grupo muy limitado de
militares cubanos sabía en aquellos momentos de la próxima llegada
de las tropas coheteriles estratégicas.
Al seleccionar las posiciones de las unidades se tenía en cuenta
la posibilidad de cumplir las misiones combativas planteadas, la
posibilidad de maniobrar en distintas direcciones, el
enmascaramiento y el alojamiento normal de las tropas; además,
también era importante la existencia de fuentes de agua en el lugar
o sus alrededores y que hubiera redes de transmisión eléctrica en la
cercanía. Finalmente, había una exigencia muy importante: que fuera
necesario desplazar la menor cantidad posible de habitantes locales.
Las zonas a escoger debían tener una extensión máxima de cuatro
kilómetros cuadrados y la cantidad máxima de población a desplazar
no debía exceder las 6-8 familias.
Pronto se esclareció que los bosques cubanos no servían para
ubicar en ellos las unidades; estos resultaron ser pequeños y no
garantizaban el enmascaramiento de las posiciones de combate contra
la exploración aérea, además, en ellos la humedad era elevada, lo
que influía negativamente en el mantenimiento y conservación de la
técnica y sobre el estado físico del personal. En las condiciones de
Cuba también fue prácticamente imposible el alojamiento de las
tropas en refugios soterrados, lo que había sido planificado por el
Estado Mayor General. En la Isla predominaban los terrenos rocosos
que eran difíciles de trabajar o los arcillosos que quedaban
intransitables por causa de las lluvias; estas eran copiosas y
frecuentes y llenaban de agua rápidamente los huecos y zanjas que se
abrían. Debido a esto, se tomó la decisión de alojar al personal en
campamentos de tiendas de campaña, y posteriormente en
construcciones ligeras de madera.
Después que el EMG de las FAR cubanas aprobaba las regiones
seleccionadas para la ubicación de las unidades, se coordinaba con
los representantes de las FAR lo relacionado con la protección de
las mismas, la reparación y construcción de caminos y los trabajos
de movimiento de tierra que se podían adelantar previamente con
medios cubanos. Después se estudiaban cuidadosamente y se preparaban
los itinerarios de desplazamiento del armamento y técnica militar
desde los puertos de descarga hasta las regiones de dislocación
seleccionadas. Se reforzaban los puentes y alcantarillas que no
tuvieran la capacidad de carga necesaria o se acondicionaban vados
en ríos y arroyos, se preparaban los puntos de concentración y los
lugares para las paradas diurnas durante el desplazamiento, pues
todos los movimientos se harían de noche, se establecían los lugares
para almacenar los suministros necesarios y todo se coordinaba con
los militares cubanos, los que también desplegaban una gran
actividad en interés de la Operación.
Simultáneamente con el reconocimiento de las regiones de
ubicación de las tropas, una parte de los oficiales comenzó el
estudio detallado de los puertos de Cuba, con el objetivo de
determinar sus posibilidades para la recepción de los transportes
navales. Había que esclarecer el equipamiento de los atracaderos, la
existencia de grúas y su capacidad de carga, el estado de las vías
de acceso, las posibilidades de concentración de la técnica
descargada, las posibilidades de realizar los trabajos de descarga
de una forma oculta, la profundidad de los puertos, la existencia de
instalaciones para el abastecimiento de los barcos con combustible y
agua potable, el orden de protección de la técnica durante la
descarga y en los puntos de concentración y mil cosas más. Como
resultado del trabajo realizado fueron designados once puertos
cubanos para recibir las tropas soviéticas: Bahía Honda, Cabañas,
Mariel, La Habana, Matanzas, Isabela de Sagua, Nuevitas, Nicaro,
Santiago de Cuba, Casilda y Cienfuegos .
En definitiva, a pesar de todas las complejidades y dificultades,
las regiones de dislocación y los puertos fueron seleccionados y
aprobados oportunamente; para el momento de la llegada de las tropas
la jefatura de la ATS y los representantes de las unidades estaban
listos para recibirlas.
El 24 de julio la URSS anunció que entre los meses de agosto y
octubre efectuaría ensayos de nuevas armas nucleares soviéticas en
los mares al norte del país, lo que se haría en respuesta a las
pruebas efectuadas recientemente por los norteamericanos en el
Pacífico.
Mientras, en Estados Unidos, el día 25, en un informe dirigido al
Grupo Especial Ampliado en el que se analizaban los resultados de
los planes de "Mangosta", el general Lansdale explicaba los avances
obtenidos en las acciones políticas, económicas y psicológicas, así
como en la preparación militar. Se refirió también a ciertos éxitos
logrados por la CIA, como la infiltración de once grupos de agentes
en la Isla para realizar sabotajes, hacer labor de inteligencia y
tratar de reorganizar a las bandas que operaban en Cuba y estaban
dispersas y desmoralizadas. Uno de los grupos infiltrados había
organizado una estructura de 250 hombres en la provincia de Pinar
del Río, pero la mayoría de los dirigentes estaban detenidos. A
pesar de los contratiempos, se calificaba como "superior" la
recopilación de inteligencia y las acciones que estaban dañando la
economía cubana, así como al proyecto del Pentágono, que ya había
establecido una capacidad de acciones militares contra Cuba.
Asimismo propuso cuatro opciones para la fase siguiente:
a. Cancelar los planes operativos vigentes y tratar a Cuba como
una nación más del bloque comunista, protegiendo al hemisferio de
ella;
b. Ejercer todo tipo de presiones posibles: diplomáticas,
económicas, psicológicas y otras para derrocar al régimen comunista
de Castro sin el empleo abierto de las Fuerzas Armadas de los
Estados Unidos;
c. Comprometerse con la ayuda a los cubanos para derrocar a
Castro por fases, incluido el uso de la fuerza militar
norteamericana, si se requiere, a última hora;
d. Utilizar una provocación y derrocar al régimen de Castro
mediante la fuerza militar de Estados Unidos.(3)
El 26 de julio de 1962, el Comandante Fidel Castro, al hablar en
el acto por la conmemoración del noveno aniversario del Asalto al
Cuartel Moncada, expresó: "¿Qué peligro queda a nuestra
Revolución? Una invasión directa. Tenemos que prepararnos contra esa
invasión directa, tenemos que organizar las defensas necesarias para
rechazar una invasión directa de los imperialistas (...) Por lo
tanto, la Revolución tiene que tomar medidas que garanticen la
efectividad de la lucha y de la respuesta a cualquier ataque directo
de los imperialistas yanquis (...) Nuestro pueblo debe prepararse
para cualquier contingencia, para cualquier ataque; de manera que
podamos decir: ¡Esta Isla no la podrán tomar jamás los imperialistas
yanquis! (...) Correremos los riesgos que sean necesarios;
correremos los peligros que sean necesarios; soportaremos los
sacrificios que sean necesarios". (4)
(*) Teniente coronel (r) y fundador de las Tropas Coheteriles.
(1) Lechuga, Carlos: En el ojo de la tormenta... Ob. Cit., p. 50.
(2) Diez Acosta, Tomás: La Crisis de los Misiles, 1962. Algunas
reflexiones cubanas. Editorial Verde Olivo. La Habana, Cuba, 1997,
p. 54.
(3) Variante B Ampliada. "Mangosta", 23 de agosto de 1962, p. 1.
(4) Castro Ruz, Fidel: Periódico Revolución, La Habana, Cuba, 27 de
julio de 1962. |