En su artÍculo del 2 de noviembre de 1889 a "La Nación" de Buenos
Aires, donde enjuiciaba el Congreso Internacional de Washington,
José Martí sentenciaba que sus opiniones surgían "después de ver con
ojos judiciales, los antecedentes, causas y factores" de la
convocatoria a dicha conferencia. Siguiendo ese postulado martiano,
podemos señalar que en lo esencial, en el proceso eleccionario
presidencial en Estados Unidos no hay diferencias sustanciales entre
los candidatos de una y otra agrupaciones de los poderes fácticos
(la elite) que encabezan la plutocracia (predominio de los ricos en
el gobierno del país) norteamericana.
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El actual proceso de elecciones presidenciales en Estados Unidos
está signado por dos circunstancias que le confieren ribetes
históricos: la más profunda crisis del mundo capitalista desde la II
Guerra Mundial y la intervención prácticamente irrestricta del
capital billonario de Estados Unidos en el financiamiento de las
elecciones, que al privatizarlo le imprime un sello de competencia
mediática a la mecánica electoral y lo convierte en el espectáculo
electoral más costoso del mundo.
Los discursos y la retórica electoral de Obama y de Romney
prefieren soslayar los fundamentos de la crisis, achacar los
problemas del aumento de la pobreza y las desigualdades a la mala
intención de elementos externos e internos y prometer la
reinstauración del liderazgo universal de Estados Unidos,
contradiciendo las evidencias del desarrollo histórico durante el
último medio siglo.
El "demócrata" Obama se guía por una concepción filosófica
ecléctica, pretende conciliar a todas las facciones y a todos los
intereses, manteniendo el predominio del gran capital. Representa
aquel sector del capitalismo norteamericano que considera posible
llegar a soluciones mediante la intervención estatal, sobre la base
de un eventual acuerdo "bipartidista" de los demócratas y
republicanos, que mediante las elecciones se reparten el poder
gubernamental en Estados Unidos.
El "republicano" Romney, por su parte, es el portavoz de otro
poderoso sector que ofrece resolver los problemas del país
incrementando el papel directo del capital privado, junto con la
reducción o eliminación total del papel del gobierno federal. Es
decir, privatizar y privatizar y que cada cual se las arregle como
pueda. Por eso, el subconsciente lo traiciona cuando llegó a decir
el 1ro. de febrero de este año que a él "no le preocupan los muy
pobres". La fórmula de Romney es sencilla: dejar que el estado
reparta las migajas a los pobres y que el gran capital tenga rienda
suelta para operar.
En realidad, ni uno ni otro van a la raíz de los problemas; andan
por las ramas.
En cuanto a los problemas financieros, se han agudizado las
situaciones relativas a la deuda oficial de Estados Unidos, cuyo
techo o límite fue incrementado en 400 mil millones de dólares
mediante la Ley de Control del Presupuesto del 2011 aprobada por el
Congreso el 31 de julio y firmada por Obama el 2 de agosto, después
de una traumática confrontación entre el presidente Obama y los
elementos republicanos que dominan la Cámara de Representantes. El
acuerdo incluía la formación de un Supercomité de representantes y
senadores por cada partido que debía encontrar formas de reducción
del déficit presupuestario antes del 21 de noviembre del 2011. Al
llegar ese día, el Supercomité anunció que no le era posible llegar
a un acuerdo.
En tándem con la deuda oficial federal, marcha el persistente
déficit de los gastos gubernamentales, en toda la cadena de
gobierno. El ítem presupuestario de mayor trascendencia para la
población, especialmente entre la llamada "clase media" y las que le
siguen en menores ingresos, hasta llegar a los muy pobres que no le
preocupan a Romney (en este último grupo se ubica aproximadamente
uno de cada seis estadounidenses), se refiere a los programas
gubernamentales de asistencia social: atención a la salud, educación
pública, seguro contra el desempleo. Estos temas son los que dividen
a los llamados "conservadores fiscales" de los moderados o liberales
y constituyen uno de los más relevantes temas de la campaña
electoral. En este aspecto se reflejan con fuerza los criterios de
si la acción oficial sobre estos programas deben ser ampliados
(posición de los moderados y liberales) o colocados bajo la atención
de las entidades privadas, tal como demandan con insistencia los
elementos conservadores, por ejemplo, los agrupados en el llamado
Tea Party.
De máxima atención entre estos programas está el referido a la
atención a la salud. Los republicanos y conservadores han centrado
sus ataques contra la reforma de los programas de salud que Obama
logró fuese aprobada por el Congreso, luego de un campal
enfrentamiento y múltiples tran-sacciones con diferentes fuerzas,
donde Obama aceptó ir reduciendo el alcance de la propuesta en
cuanto a su universalidad (es decir, el garantizar la cobertura a
toda la población, especialmente la de menores ingresos). La
confrontación acerca de la reforma del sistema de salud (que los
republicanos y conservadores han bautizado como "Obamacare")
fue el detonante del surgimiento del movimiento Tea Party y de la
soberana paliza política propinada al Partido Demócrata en las
elecciones de mitad de mandato de noviembre del 2010.
Los analistas políticos norteamericanos consideran que la
cuestión de la salud puede ser un elemento determinante en el
resultado electoral final, sobre todo si el recurso de
inconstitucionalidad presentado contra la ley que lo reformó y que
hoy está siendo valorado por la Corte Suprema de Estados Unidos es
sentenciado con lugar, ya que este resultado sería desastroso para
las aspiraciones de reelección de Obama. No obstante, hay evidencias
de que la Corte prefiere aplazar su decisión hasta después de las
elecciones de noviembre, precisamente para evitar una actuación
judicial con implicaciones directas fundamentales para el curso
político del país.
En este panorama, tal como se demostró durante las primarias, la
política impositiva (los impuestos) será muy llevada y traída en el
debate electoral. Los campos están suficientemente delineados: los
republicanos defienden el criterio de bajar la carga impositiva a
las grandes empresas y a los más ricos para que esos recursos puedan
ser empleados por el sector privado directamente en inversiones que
reaviven la economía; los demócratas de Obama insisten en la idea de
que hay que incrementar los impuestos a las corporaciones y a los
ricos (junto con la reducción de gastos presupuestarios) para que
esos fondos puedan ser empleados para reducir el déficit fiscal, el
endeudamiento oficial y garantizar los programas de asistencia
social.
Para Obama (que tiene que defender su actuación como presidente)
es de vital importancia que durante los próximos seis meses no haya
un repunte del desempleo, pero ello está realmente fuera de sus
manos, ya que depende del comportamiento de la economía mundial. Por
ahora, las acciones del gobierno de Obama indican que el principal
esfuerzo para controlar la situación está concentrado en evitar, al
menos hasta las elecciones, un desplome del euro.
El mayor peligro para las aspiraciones reeleccionistas de Obama
en estos momentos reside en los resultados de las elecciones en
Grecia y Francia, especialmente en el primero de ellos, porque la
posibilidad de que un nuevo gobierno griego demande una
renegociación de los términos de austeridad fijados en el acuerdo de
rescate financiero, puede llevar al desmantelamiento de toda la
estructura financiera creada para apuntalar el euro y repercutir en
desacelerar la economía de Estados Unidos. Por su parte, Romney hará
del de-sempleo uno de sus caballos de batalla contra Obama.
Romney también concentrará sus ataques contra Obama en
responsabilizarlo con la lenta e insuficiente recuperación de la
economía y, sobre todo, en acusar al actual presidente por malgastar
el dinero federal en los programas de rescate a los bancos y algunas
industrias. Aquí Obama tiene un elemento que tratará de usar en su
favor: la oposición de Romney al plan, hasta cierto punto exitoso,
de rescate de la industria automotriz, sector muy importante en
Michigan, uno de la docena de estados que se disputan fieramente
ambos candidatos.
Hay otro grupo de asuntos de carácter social y cultural muy
enraizados en las concepciones de los conservadores fundamentalistas
(el movimiento Tea Party, los evangélicos blancos, los católicos):
la oposición al aborto y a la legalización de la unión entre
homosexuales. Estos son temas muy complejos, ya que por una parte
son defendidos por estos grupos ultraconservadores, pero por la otra
pueden obligar a Romney a girar más hacia la derecha en esos temas y
alienarse el favor de elementos más moderados, especialmente los no
afiliados a ningún partido, que resultan decisivos en la elección.
El tema de la política hacia los inmigrantes tiene igual
connotación, pero quizás de mayor peso electoral presidencial, ya
que son temas de mucha sensibilidad en algunos estados con un alto
porcentaje de población de origen latino, particularmente mexicano,
tales como Nuevo México, Colorado, Arizona y Nevada, todos ellos del
reducido grupo que pudieran ser ganados por uno u otro candidato y
que, al final, pudieran ser decisivos en cuál de los dos llega o
sobrepasa los 270 votos electorales.
Finalmente, en esta apretada síntesis, una breve referencia a los
temas internacionales. Paradójicamente, esta es un área considerada
por el equipo de campaña de Obama como uno de sus puntos más
fuertes, ya que en las pasadas elecciones del 2008 fue su punto más
débil. Se hace evidente que Obama está tratando de lograr un bajo
nivel de agudización de los conflictos, al menos por el momento,
pero con un discurso donde se resalta la decisión de mantener el
liderazgo global de Estados Unidos, en consonancia con las bases
enunciadas en su Estrategia de Seguridad Nacional dada a conocer en
mayo del 2010. En esta área, Romney se encuentra a la riposta.