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Historias del Capablanca
Fischer “jugó” en La Habana
ALIET ARZOLA LIMA
Si jugar una partida de ajedrez durante cuatro o cinco horas
provoca un agotamiento mental notable, imagínense qué tan extenuante
resultaría permanecer, por espacio de ocho horas, frente a un
tablero estudiando un sinfín de variantes y estrategias para
inclinar el rey de su oponente o, en el peor de los casos, salvar
unas tablas.
Robert
Fischer fue atracción en el torneo.
Tal hecho le sucedió a Robert James Fischer, joven maestro
estadounidense de 22 años que tuvo una sui generis
participación en el IV Capablanca in Memoriam de 1965, en el cual
pugnaron por la corona 22 trebejistas de 15 naciones.
Eran tiempos de extrema rivalidad entre muchos Grandes Maestros
de todo el planeta, varios de los cuales escogían la fuerte lid
caribeña para medir fuerzas, por lo que no es de extrañar que el
propio Fischer buscara una vía para jugar en La Habana, pese a la
negativa del Departamento de Estado norteamericano a autorizar su
viaje a Cuba.
Desde 1962, José Luis Barreras, comisionado nacional de ajedrez,
realizó contactos con el norteño para su participación en el
naciente certamen en memoria del genial José Raúl Capablanca, por
quien Fischer había mostrado profunda admiración.
El
soviético Vassily Smyslov, otro de los grandes, se coronó en 1965.
El trebejista llegaría a nuestro país para salir de un prolongado
descanso tras su descomunal actuación en el campeonato de su país,
en enero de 1964, donde no cedió ni media unidad, hecho que
aumentaría aún más el nivel de la justa en la que ya estaban
asegurados los temidos soviéticos Ewfin Geller y Vassily Smyslov
junto al yugoslavo Borislav Ivkov, así como Ludek Pachmann, de
Checoslovaquia.
DEL MARCHALL CHESS CLUB AL SALON DE EMBAJADORES
Como ya vimos, la presencia física de Fischer en La Habana
resultó imposible y por momentos se pensó que su nombre no figuraría
en la nómina, pero el 9 de agosto desde Nueva York se confirmó su
participación mediante la transmisión de las partidas por teletipo.
Tal proceso era muy complicado, pues como es de suponer las
telecomunicaciones en 1965 distaban mucho de la rapidez con que se
realizan en la actualidad, hecho que corrobora el doctor Francisco
Acosta Ruiz, quien se convirtió en el mensajero del norteño.
"El puesto de Fischer en la mesa del Salón de Embajadores del
Hotel Habana Libre lo ocupaba José Raúl Capablanca hijo, quien movía
simbólicamente sus piezas. Luego el árbitro anotaba los lances de
los contrarios y me las entregaba para llevarlas al teletipo",
recuerda.
Así, el 25 de agosto, a las tres de la tarde, comenzó la justa, y
la partida más esperada era la de "Bobby", como se le conocía,
frente al alemán Heinz Lechman, solo que dificultades tecnológicas
retrasaron su inicio, concretado finalmente cerca de las ocho de la
noche.
La información de dicho duelo y de los restantes 21 se transmitía
por teletipo hasta el Marshall Chess Club de Nueva York, donde
Fischer jugaba bajo la supervisión de un árbitro y luego se repetía
el proceso por un periodo nunca inferior a las siete horas diarias.
Semejantes condiciones representaron un desgaste enorme para el
norteamericano, quien a pesar de la adversidad totalizó 15 unidades,
gracias a 12 éxitos, 6 tablas y 3 derrotas, resultados válidos para
anclar en el cuarto escaño por el sistema de desempate.
El torneo lo ganó Vassily Smyslov, quien había arrebatado la
corona mundial en 1957 a Mijail Botvinnik. Pese a acumular tres
fracasos —uno de ellos ante Fischer— el soviético aprovechó las
sorpresivas derrotas en las últimas rondas de Borislav Ivkov ante el
cubano Gilberto García y el austriaco Karl Robatsch para ocupar la
cima.
Un año más tarde Fischer pudo finalmente viajar a La Habana para
intervenir con la escuadra estadounidense en la Olimpiada Mundial y
en esa ocasión elogió la organización de los cubanos, la misma que
ya había constatado, aunque fuera por la fría ruta del teletipo. |