Llama la atención, sin embargo, la preocupación de ambos por
tratar historias sociales y políticas de su país a las que les
sobran los cuestionamientos.
Ya con una vasta obra como director, el caso de Eastwood es
significativo por cuanto el otrora Harry el sucio, de ser un
ciudadano conservador y definido por él mismo como ampliamente
nacionalista, está dando muestras, en sus últimos filmes, de una
lucidez ciudadana calificada por sus antiguos seguidores de
polémica, y hasta de "políticamente incorrecta" (no fueron pocos los
que le desenterraron el hacha cuando dio a conocer Gran Torino,
2009).
Historia acerca de un veterano de la guerra de Corea, encarnado
por el propio Eastwood, Gran Torino es a simple vista un
drama de odio-racismo-violencia-amor y redención. Pero en sustancia,
constituye una metáfora acerca de un país que al viejo personaje le
resulta "extraño", un Estados Unidos sin certeza de hacia dónde se
dirige, ni cuál será el final de su rumbo.
Gran Torino permite apreciar una conexión con dos filmes
anteriores de Eastwood, Iwo Jima y Carta a nuestros
padres, principalmente en su discurso crítico de la parcialidad,
ese imaginario colectivo de parte de una nación, Estados Unidos,
encaprichada en creerse el ombligo del mundo y con ello considerar
al resto de los mortales como un ente de segundo orden. Un "discurso
del elegido" que en Gran Torino es enarbolado por el
protagonista en un primer plano junto a la bandera norteamericana,
que en esta ocasión ––a diferencia de tantas otras veces–– se
utiliza como interrogante de valores y no para reafirmar supuestas
convicciones patrióticas.
El pasado año, tanto Clint Eastwood como George Clooney dieron a
conocer dos filmes que se hicieron sentir por la trascendencia
política de sus historias. Al hacer un enfoque intimista del hombre
que dominó el FBI durante casi cuarenta años, reinando por encima de
varias administraciones (J. Edgar, 2011), Eastwood, aunque no
lo dice abiertamente ––como indican las reglas del buen decir
artístico––, permite sacar importantes conclusiones, entre ellas que
el llamado primer país del mundo estuvo bajo la férula de un ser
oscuro y elemental que ponía en el mismo plano a todo tipo de
delincuente, o personas contrarias al sistema social de su país, un
jefe que no era capaz de darse cuenta de que muchos de los
"demonios" que combatía eran fruto, o estaban alimentados por el
sistema que buscaba defender.
Y otra vez, al desnudar a J. Edgar Hoover, instaba el director a
reflexionar sobre la sociedad norteamericana, el poder y el balance
social contemporáneo de muchos aspectos que se fueron retorciendo a
lo largo de los años.
Se sabe que el FBI y la sociedad J. Edgar Hoover empezaron por
darle todo el apoyo al proyecto de Clint Eastwood, pero cuando se
enteraron de que no sería una película complaciente en lo absoluto
con el hombre de mano dura que también inspiraría los métodos de la
CIA, le viraron los cañones al director.
En cuanto a George Clooney, ya había demostrado con Buenas
noches y buena suerte, que para él el cine, como recurso
artístico, tiene demasiados asuntos importantes que dirimir como
para ponerse a filmar historias que no sean pura sustancia. Y la
sustancia en Los Idus de marzo, que pronto será vista en
nuestras pantallas, es un thriller político relacionado con
unas elecciones primarias en los Estados Unidos, en la que el
actor-director interpreta a un gobernador carismático que aspira a
la presidencia. Historia con un recordatorio para incautos: aquellos
candidatos que entren al círculo de la política (o de la
politiquería estadounidense), saben, o sabrán ––o la vida les
enseñará, para no ser rotundo–– que el juego es tan feroz que la
mentira y la corrupción acabarán salpicándolos, o bañándolos por
completo.
Excelente filme con un antecedente noticioso no menos
interesante: su director lo iba a realizar en el año 2008, pero la
victoria del presidente Barack Obama en las presidenciales
––respaldado Obama públicamente por George Clooney–– pospuso la
filmación por aquello de que no fuera a pensarse que el candidato
demócrata de la película tenía algo que ver con el candidato de la
vida real. O lo que es lo mismo: el director y actor aguantó el
proyecto de su película hasta finales del año 2010 en que ––como el
mismo George Clooney ha confesado–– la esperanza en la que le hizo
creer el presidente al que un día apoyara, le dio paso, una vez más,
al desencanto y al cinismo, tan tradicionales en la política
norteamericana.