El 25 de abril de 1987 dejó de existir un hombre excepcional, de
singulares virtudes y extraordinario talento.
Nacido en Manzanillo el 24 de julio de 1908, del seno de una
familia muy modesta, el nombre con el que lo recibieron en el mundo
fue Francisco Calderío. Nadie podía vislumbrar aún el descollante
papel revolucionario que habría de protagonizar bajo el nombre, hoy
tan entrañable y familiar, de Blas Roca.
Con tesonero esfuerzo se hizo maestro, lo que —como dijo Martí—
es hacerse creador. No pudo, sin embargo, encontrar empleo en alguna
de las escasas escuelas de la neocolonia y, siguiendo la tradición
familiar, adquirió el noble y modesto oficio de zapatero.
Elegido en 1929 secretario general del Sindicato de Zapateros de
Manzanillo, aquel mismo año ingresó en el Partido que poco antes
fundaran Baliño y Mella. Ser comunista en aquel tiempo y en aquella
sociedad significaba asumir la más riesgosa y heroica posición
política.
Apenas con 21 años, era ya el principal dirigente comunista y
obrero de la aguerrida provincia de Oriente.
A la pupila insomne de Martínez Villena, entonces máximo
dirigente de los comunistas cubanos, no escaparon las brillantes
cualidades del joven combatiente revolucionario, a quien en el
propio año 1933 se le traslada y se le hace responsable de la
dirección del Partido en la capital de la república. No mucho tiempo
después la dirección del Partido lo elige secretario general del
Comité Central.
El brutal aplastamiento de la huelga general de marzo de 1935 y
el severo golpe recibido por el movimiento obrero y revolucionario
de Cuba, enfrentó al Partido Comunista a problemas sumamente
complejos y duros.
Bajo su firme dirección el Partido supo cumplir cabalmente el
deber internacionalista con la República española en la formidable
campaña de solidaridad dirigida por los comunistas, cuya más alta
expresión la constituyó el envío de casi mil combatientes a las
Brigadas Internacionales.
Gracias al esfuerzo abnegado del Partido, el movimiento obrero se
fortaleció considerablemente, fue creada la Confederación de
Trabajadores de Cuba; líderes brillantes como Lázaro Peña, Jesús
Menéndez y otros, surgieron bajo la sabia dirección y el magisterio
de Blas Roca, y la clase obrera alcanzó considerables conquistas
sociales y políticas.
Grande fue la contribución del Partido en aquel periodo histórico
al proceso constitucional de 1940. La labor desplegada por el
pequeño grupo de delegados comunistas encabezados por Blas Roca,
contribuyó de modo particular a lograr que en la Constitución de
1940 se plasmaran numerosas disposiciones progresistas y avanzadas.
Pocos revolucionarios en la historia de nuestra patria han sido
objeto de tantas calumnias y campañas insidiosas como el compañero
Blas Roca. Los terratenientes, los burgueses, los neocolonialistas,
los explotadores y reaccionarios de toda laya le rindieron el
perenne homenaje de su odio más visceral y profundo.
Granma, al retomar algunos fragmentos de las palabras de
despedida del duelo pronunciadas por Fidel, para elaborar esta nota
editorial, recuerda lo que el Comandante dijera en aquella
oportunidad: La vida nos ofreció después el privilegio de
conocerlo de cerca, y como dijimos en una ocasión, Blas fue, es y
será siempre uno de los hombres más nobles, más humanos y más
generosos que hemos conocido jamás.
Con la victoria de enero, las ideas revolucionarias desde
Céspedes, al fin, serían realidades. Los revolucionarios
marxista-leninistas supieron estar por encima de vanidades y
ambiciones mezquinas. Y en esto el ejemplo de Blas fue histórico e
insuperable. Sin vacilación alguna puso incondicionalmente su
partido y su jefatura, su experiencia y su sabiduría, a disposición
de la nueva dirección revolucionaria. Así, se produjo la
integración, junto a los combatientes del Directorio Revolucionario
y del Movimiento 26 de Julio, al nuevo Partido, de cuya dirección
formó parte desde entonces como uno de sus más prestigiosos y
respetados miembros y donde asumió diversas responsabilidades.
Se iniciaba así la forja del primer Estado socialista en el
hemisferio occidental. Nunca más un niño nacería en las condiciones
políticas y sociales en que vio la luz, 52 años atrás, Francisco
Calderío.
Blas libró una titánica batalla contra la enfermedad que lo
aquejaba, minaba progresivamente su salud y disminuía sus
capacidades. Aun así, su tenacidad indoblegable predominaba y día a
día llegaba a su oficina para laborar las horas que le fuera
posible. Nunca dejó de trabajar mientras estuvo en condiciones de
hacerlo, y cuando no se consideraba ya capaz de desempeñar un cargo
solicitaba humildemente su relevo.
Cuando su salud física comenzaba ya a quebrarse preocupantemente,
hizo llegar a la dirección de nuestro Partido su deseo de que, a su
muerte, sus restos fuesen sepultados, según sus propias palabras,
"en la tierra pelada", es decir, que no se inhumasen en un panteón.
Es por ello que se adoptó la decisión de sepultarlo en las
inmediaciones de El Cacahual, en la tierra sagrada de la patria. Y
en ese lugar solo hay una modesta lápida.
Ante la ausencia física de un combatiente revolucionario ejemplar
como Blas, podemos repetir las palabras de José Martí: "la muerte no
es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida".