Las huellas de Yoel

Germán Veloz Placencia

Por cada sitio que pasa, Yoel Leyva Santiesteban deja huellas memorables. Recientemente, en el hotel Ordoño, en la ciudad de Gibara, colocó sin error alguno más de 400 metros cuadrados de piso. Durante la agotadora faena tuvo que hacer infinidad de cálculos, para no alterar los cortes de las baldosas de cerámica, ensambladas según atractivas formas.

Foto: Juan Pablo Carreras“De mis maestros en las obras aprendí a trasmitir conocimientos”, asevera Yoel, quien apoyará a su hijo si aquel decide seguirle los pasos.

En Yoel pensó enseguida el técnico Eduardo Cruz Peña cuando decidieron adelantar la planta baja. "Hace los enchapes que sirven de patrón a los demás albañiles. Coge el plano, lo interpreta y enseguida echa mano a los instrumentos, porque otra de sus virtudes es la de no perder tiempo".

Para conversar con Yoel fue preciso esperar hasta que terminara de colocar varias baldosas. Las apretaba contra el mortero de cemento y arena, uniformemente distribuido para eliminar vacíos que luego podrían producir quebraduras.

"Llegué con 17 años a la Construcción, pero tuve maestros muy buenos. Me enseñaron a organizar el área de trabajo, elegir los materiales apropiados y cuidar los instrumentos. Este martillo de goma que uso para ajustar las baldosas tiene más de diez años.

"Creo que los ayudantes deben estar largo tiempo con los albañiles de experiencia, porque hay más compenetración. Pero ahora, en muchas obras, los cambian de puesto sin cumplir los objetivos de la tarea en que trabajaban, y ahí mismo se afecta el aprendizaje".

Porque considera que las cosas no pueden quedar a medias, obtuvo la categoría de Albañil A y aprendió técnicas de restauración y modelado con yeso.

Por los conocimientos y la actitud ante el trabajo, los jefes de obras y brigadas reclaman tenerlo a su lado. Ocurrió durante la construcción de hoteles en el Polo Turístico de Holguín, la Escuela de Trabajadores Sociales, la Casa de la Música en la capital provincial y en decenas de emblemáticas construcciones. Eduardo Cruz dice que vale por 20 hombres.

Yoel, de nuevo con baldosas y cuchara en las manos, comenta que le agrada irse a casa al terminar las jornadas. Entre otros, lo esperan la hija, en trajines de preparación para el ingreso a la universidad; y el hijo, alumno de primaria.

Al preguntarle acerca de la posibilidad de que el varón abrace en el futuro el oficio de albañil, dice que queda a la elección del muchacho, pero si ocurre, apoyo no le faltará.

 

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