Que el ruido no entre por el oído

Maylin Guerrero Ocaña

El 24 de abril de 1996 se celebró por primera vez el Día Internacional de la Concientización Respecto al Ruido, una manera más de alertar a los ciudadanos de todo el orbe sobre los peligros que entraña la contaminación acústica. Más de 15 años han pasado desde entonces y todavía por doquier nos afecta aquello que la Real Academia define como "sonido inarticulado, por lo general desagradable".

Foto: Otmaro RodríguezEl uso frecuente de dispositivos para reproducir música mediante audífonos puede afectar la audición cuando se escucha en volúmenes muy altos o por más de una hora.

Y es que este fenómeno, que aumenta de manera proporcional al desarrollo de las ciudades y tiene como causa principal la actividad humana, constituye hoy uno de los más agresivos para nuestra especie. El denso tránsito vehicular, la construcción de edificaciones o mantenimiento de las vías, la música alta en las instalaciones recreativas o en las zonas residenciales, las actividades propias de la industria y una larga lista de sonidos que afectan el ambiente, se mezclan con la cotidianidad de quienes habitamos mayormente las zonas urbanas.

¿Cuántas veces no nos ha molestado, como transeúntes, el claxon empleado indiscriminadamente por algún chofer a altas horas de la noche, o la música del centro recreativo cercano a nuestra vivienda que estremece sus alrededores con elevados decibeles, o incluso la vecina que grita a la otra, de balcón a balcón, lo que llegó a la bodega? El propio hogar, si no hay cuidado, puede convertirse en un sitio donde imperen las conversaciones en voz alta, o los elevados volúmenes de televisores y radios.

El respeto al oído ajeno muchas veces brilla por su ausencia, pero tampoco queremos que el ruido del otro nos moleste. Es una realidad que el número de quejas por esta causa ha aumentado con el paso de los años, mientras que no ha ocurrido así en lo que respecta a la conciencia ciudadana sobre la necesidad de evitar este flagelo.

Aunque el ruido no es como los otros tipos de contaminaciones, que se acumulan, trasladan o mantienen en el tiempo, puede causar severos daños a la salud de las personas si no es controlado. Según la Organización Mundial de la Salud, los límites sonoros aceptables son de 65 decibeles por el día y 55 en la noche. La capacidad auditiva comienza a deteriorarse a partir de los 75 decibeles y puede producirse una sordera progresiva si se superan los 85.

Además del impacto negativo que a la salud auditiva genera la contaminación acústica, es importante saber que también provoca alteraciones nerviosas y del ritmo cardiaco, desórdenes digestivos, insomnio, fallas de la visión, hipertensión arterial, actitudes agresivas, dificultades en la concentración, fatiga, trastornos del sueño, del equilibrio, entre otras afectaciones.

Por eso debemos ser responsables de nuestra salud y la de los demás, evitando producir dentro de lo posible ruidos innecesarios. Pero, ¿qué hacer cuando alguien a sabiendas infringe estas normas de la civilidad y no entiende mediante el diálogo la necesidad de, por ejemplo, moderar el volumen de su radio porque molesta a los demás?

En nuestro país existen leyes para los transgresores del sonido dirigidas a aplicarse en los diversos ámbitos de la sociedad: viviendas, vecindad, tránsito, que conllevan la imposición de multas y actas de advertencia. Una de ellas, la ley 81/97 del Medio Ambiente, señala que: "queda prohibido emitir, verter o descargar sustancias, disponer desechos, producir sonidos, ruidos, olores, vibraciones y otros factores físicos que afecten o puedan afectar la salud humana o dañar la calidad de vida de la población".

Sin embargo, no solo al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente le corresponde velar porque todos cuidemos el medio ambiente, en especial de la contaminación sonora. Los propios moradores de las casas y edificios multifamiliares, los combatientes de la Policía Nacional Revolucionaria y especialistas de Higiene y Epidemiología del Ministerio de Salud Pública también son responsables de enfrentar este fenómeno desestabilizador de la tranquilidad ciudadana.

Las regulaciones están, quizás deban aplicarse medidas más fuertes y las instituciones pertinentes hacer mayor uso de ellas, pues hoy hace falta más acción y menos tolerancia ante este problema. Se requiere, además, de mayor apoyo de las personas para enfrentarlo. Resulta de vital importancia que centremos nuestra atención en este tema que atañe a todos.

 

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