Y es que este fenómeno, que aumenta de manera proporcional al
desarrollo de las ciudades y tiene como causa principal la actividad
humana, constituye hoy uno de los más agresivos para nuestra
especie. El denso tránsito vehicular, la construcción de
edificaciones o mantenimiento de las vías, la música alta en las
instalaciones recreativas o en las zonas residenciales, las
actividades propias de la industria y una larga lista de sonidos que
afectan el ambiente, se mezclan con la cotidianidad de quienes
habitamos mayormente las zonas urbanas.
¿Cuántas veces no nos ha molestado, como transeúntes, el claxon
empleado indiscriminadamente por algún chofer a altas horas de la
noche, o la música del centro recreativo cercano a nuestra vivienda
que estremece sus alrededores con elevados decibeles, o incluso la
vecina que grita a la otra, de balcón a balcón, lo que llegó a la
bodega? El propio hogar, si no hay cuidado, puede convertirse en un
sitio donde imperen las conversaciones en voz alta, o los elevados
volúmenes de televisores y radios.
El respeto al oído ajeno muchas veces brilla por su ausencia,
pero tampoco queremos que el ruido del otro nos moleste. Es una
realidad que el número de quejas por esta causa ha aumentado con el
paso de los años, mientras que no ha ocurrido así en lo que respecta
a la conciencia ciudadana sobre la necesidad de evitar este flagelo.
Aunque el ruido no es como los otros tipos de contaminaciones,
que se acumulan, trasladan o mantienen en el tiempo, puede causar
severos daños a la salud de las personas si no es controlado. Según
la Organización Mundial de la Salud, los límites sonoros aceptables
son de 65 decibeles por el día y 55 en la noche. La capacidad
auditiva comienza a deteriorarse a partir de los 75 decibeles y
puede producirse una sordera progresiva si se superan los 85.
Además del impacto negativo que a la salud auditiva genera la
contaminación acústica, es importante saber que también provoca
alteraciones nerviosas y del ritmo cardiaco, desórdenes digestivos,
insomnio, fallas de la visión, hipertensión arterial, actitudes
agresivas, dificultades en la concentración, fatiga, trastornos del
sueño, del equilibrio, entre otras afectaciones.
Por eso debemos ser responsables de nuestra salud y la de los
demás, evitando producir dentro de lo posible ruidos innecesarios.
Pero, ¿qué hacer cuando alguien a sabiendas infringe estas normas de
la civilidad y no entiende mediante el diálogo la necesidad de, por
ejemplo, moderar el volumen de su radio porque molesta a los demás?
En nuestro país existen leyes para los transgresores del sonido
dirigidas a aplicarse en los diversos ámbitos de la sociedad:
viviendas, vecindad, tránsito, que conllevan la imposición de multas
y actas de advertencia. Una de ellas, la ley 81/97 del Medio
Ambiente, señala que: "queda prohibido emitir, verter o descargar
sustancias, disponer desechos, producir sonidos, ruidos, olores,
vibraciones y otros factores físicos que afecten o puedan afectar la
salud humana o dañar la calidad de vida de la población".
Sin embargo, no solo al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio
Ambiente le corresponde velar porque todos cuidemos el medio
ambiente, en especial de la contaminación sonora. Los propios
moradores de las casas y edificios multifamiliares, los combatientes
de la Policía Nacional Revolucionaria y especialistas de Higiene y
Epidemiología del Ministerio de Salud Pública también son
responsables de enfrentar este fenómeno desestabilizador de la
tranquilidad ciudadana.
Las regulaciones están, quizás deban aplicarse medidas más
fuertes y las instituciones pertinentes hacer mayor uso de ellas,
pues hoy hace falta más acción y menos tolerancia ante este
problema. Se requiere, además, de mayor apoyo de las personas para
enfrentarlo. Resulta de vital importancia que centremos nuestra
atención en este tema que atañe a todos.