Por
mucho tiempo caminé sin percibir colores, ni pinturas, ni murales;
sordo ante los estruendosos zumbidos de los tambores. Esa calle
estrecha y de apenas unos cien metros de largo no me decía nada, o
tal vez no era capaz yo de percibir una obra de tan absoluta
riqueza.
Recorrí la popular barriada capitalina de Cayo Hueso sin tino,
ignorando el enorme mosaico que se levantaba en el Callejón de Hamel,
que acaba de cumplir 21 abriles sin el más mínimo atisbo de
deterioro, en gran medida por la labor precursora del pintor,
muralista, escultor y artesano Salvador González Escalona.
Él y una activa comunidad se han encargado de dar vida a ese
Proyecto Sociocultural, en el que cada uno tiene su espacio de
divertimento e interacción, donde pueden expresar y ver reflejadas
las raíces afrocubanas, mientras velan con celo por la cultura de
sus antepasados africanos asumiendo el compromiso personal de
contribuir a perpetuarla.
Allí todo sorprende: las pinturas en los edificios de vecinos,
las paredes llenas de mosaicos multicolores, los bancos fabricados
con bañeras recicladas, una gama de figuraciones creadas a fin de
rescatar una cultura y una religión, que se mantiene muy viva en el
quehacer habitual del cubano.
La mayoría de los murales describen deidades afrocubanas,
inspirados en la santería, en el culto arará, en la sociedad secreta
abakuá, en el espiritismo cruzado y en las leyendas y proverbios
ancestrales, así como en las reglas de Palo Monte, simbolizada por
una gigantesca "Nganga", representación escultórica de un santuario
de esa religión africana.
En torno a este panorama se advierte un intenso ajetreo que
denota riqueza cultural, con la única misión de crear arte,
convirtiéndose, más que en un proyecto, en una razón de vida.