No
podía escoger un trampolín más alto el realizador Rudy Mora para su
debut en el largometraje, luego de exhibir talento renovador en sus
dramatizados televisivos.
Una película con niños, para niños y, al mismo tiempo, con
pretensiones filosóficas y constantes guiñadas de la realidad
dirigidas a un espectador adulto, no es cosa de juego. Y si a ello
se le une el concepto de fábula metafórica elaborada en los terrenos
de la ciencia ficción, el musical, la magia, el absurdo y el humor,
el trampolín se pone casi por las nubes.
Plausible intención ética la que se propone Y sin embargo¼
, título que alude a la famosa frase atribuida a Galileo (eppur
si muove) al abjurar de su teoría heliocéntrica del mundo frente
a un tribunal de la Santa Inquisición.
Y aunque la expresión del científico se ha puesto en duda a lo
largo de los siglos, entre otras razones porque la Inquisición no
permitía jueguitos semánticos como remates de los arrepentimientos
obligados, la frase pasó a la historia como emblema de perseverancia
moral ante cualquier imposición irrazonable.
Un llamado universal al soñar y al buscar y al decir y al riesgo
de equivocarse, sin que nadie se arrogue el derecho a cortar alas,
eso es en esencia el sustrato teórico de Y sin embargo¼
que parte de la historia de un niño (Lapatún, ese nuevo Galileo)
que llega tarde a un examen y para justificarse dice que ha visto un
platillo volador.
La historia, adaptada de un cuento ruso, se inventa una escuela
de música regida con mano férrea por una directora más envarada que
un poste de luz eléctrica. Llevada a las tablas por La Colmenita,
fue un éxito y se decidió adaptarla al cine con los lógicos
enriquecimientos que el medio proporciona. Se incorporan importantes
actores y la música de Silvio no solo se acentúa con canciones
nuevas, sino que el mismo artista es una presencia física en la
trama de misterios en la que se involucra.
Tras un comienzo más o menos realista (el cuento del platillo
volador y la comisión de niños que se crea para investigar) el filme
se adentra en la pura imaginería, no siempre resuelta con igual
efectividad en sus pequeñas historias personales.
Hechos y anécdotas que, provenientes de la vida misma, son
traspuestos en clave de fantasías, algunas más aptas para un público
adulto que para los niños espectadores, no pocos de los cuales, tras
el formidable arranque del filme, parecen perderse a ratos entre
complicadas alegorías y bellas canciones interpretadas por los
actores, sin que haya siempre una justificación dramática que
propicie la irrupción del canto.
En el trance de elaborar un lenguaje capaz de cubrir las
expectativas de una doble audiencia de niños y adultos, Y sin
embargo¼ no encuentra el tono más
loable para mantener un ritmo de interés general y cristalizar todo
lo lindo que se propone. Quizá sea que en el ánimo de querer decir y
abarcar demasiado, complique la historia innecesariamente.
Otro asunto es el de los niños actores. Se sabe del esfuerzo de
los integrantes de La Colmenita para asistir a clases, seguir en el
teatro y además participar en este filme. Pero se conoce también que
el cine no es el teatro y que incluso renombrados actores de las
tablas nunca perdieron una impronta teatral al pasar al cine. El
trabajo con los pequeños es inmenso y lleva tiempo, porque la
repetición teatral puede amoldar esquemas. Junto al buen desempeño
de un grupo de niños que participan en Y sin embargo¼
hay otros que no superan un decir cercano al tono declamatorio,
lo que hace más resaltante las diferencias. No hay duda de que son
niños con talento, pero a la altura del juego cinematográfico, no
puede olvidarse que cada medio impone sus reglas.
Radiante de visualidad, excelentes momentos dramáticos y mucho
anzuelo para ponerse a pensar, Y sin embargo¼
no deja de ser un buen intento, para un director que, en su
debut en el largometraje, quizá se puso el trampolín demasiado alto.