Dice
la sabiduría popular latinoamericana que en los Estados Unidos no
ocurren golpes de Estado, porque en ese país no existe una embajada
norteamericana. Y no es una broma. La prueba está en las huellas
dejadas por la diplomacia gringa en todos los intentos por derrocar
a presidentes incómodos en la historia de América Latina. Y su
máxima expresión ocurrió hace exactamente una década, en abril del
2002, durante el golpe de Estado fascista contra el presidente Hugo
Chávez.
De ese hecho histórico, por la ejemplar trascendencia de la
victoria popular contra la oligarquía fascista, existen dos imágenes
que entraron para siempre en la iconografía revolucionaria: una, la
fotografía del presidente Chávez que regresa victorioso a Miraflores,
rodeado de los jóvenes paracaidistas que lo rescataron de la muerte.
La otra, la de los soldados leales de la Guardia de Honor, que
ondearon una bandera y sus boinas rojas desde una azotea de
Palacio, para indicarle al pueblo que estaban con ellos y que los
acompañarían en la victoria.
En Cuba, diez años después de aquellos tres días de indignación,
incertidumbres y zozobra, celebramos como nuestra aquella victoria
de nuestros hermanos venezolanos. Porque vivimos al pie del
televisor o pegados a la radio el hilo de los acontecimientos. Fidel
había tenido la posibilidad de hablarle a Chávez vía telefónica y
sabemos hoy cuánto se hizo desde esta Isla para que los golpistas no
consumaran el plan de asesinar al líder bolivariano. Mientras esos
dos hombres hablaban, miles de cubanos estaban conectados
emocionalmente con la Patria de Bolívar¼ Finalmente, volvió a
cumplirse la profecía de que Abril no era un buen mes para los
gringos en América Latina.