Consecuente
con su programación rigurosa de propuestas que se inscriben en las
instancias más renovadoras del lenguaje visual contemporáneo entre
nosotros, la galería Villa Manuela, de la UNEAC, acaba de abrir sus
puertas a Mabel Poblet Pujol, joven poseedora de un discurso
incisivo, si se quiere espectacular, y ante el cual los espectadores
se rinden no solo por la novedad, sino por la fuerza de los
argumentos de la artista.
Estamos frente a una creadora cienfueguera que con apenas 25 años
de edad, y un aprovechamiento académico meritorio en San Alejandro
primero y luego en el Instituto Superior de Arte, acumula ya con
esta nueve exposiciones personales que han ido rápidamente de menos
a más para dar cuenta de una exploración de sus posibilidades
expresivas a partir del genio, el ingenio, el oficio y, sobre todo,
los deseos de compartir válidas inquietudes artísticas, apreciadas
tanto en Cuba como en Portugal, Estados Unidos, Colombia e
Inglaterra.
En la muestra Hoy mi voz tiene sonido Mabel despliega
impresiones digitales sobre cajas de luz e instalaciones en las que
cuestiona las fronteras entre la vida y la muerte, el sueño y la
realidad, lo permanente y lo efímero, todo ello a partir de la
conjugación de dos patrones: uno material, la sangre, y en
correspondencia con este, otro cromático, el rojo.
Impactos fuertes se reciben a medida que se repasan las paredes
de la galería. La pieza titulada Fluido, ensamblada a base de
finas mangueras transparentes y agua enrojecida continuamente
bombeada por un motor, sobrecoge por su escala. En Libación
se nos presenta uno de los trabajos de mayor sofisticación que se
pueda imaginar en nuestro medio: una cabina de baño de tamaño real
proyecta perpendicularmente la imagen en movimiento de una figura
humana minimizada sobre la cual caen alternativamente sangre y
espuma, que se diluyen por separado en el tragante, en un proceso
ininterrumpido de purificación. Ana coloca en un primer plano
la cabeza rapada de una muchacha obviamente sometida a
quimioterapia, sostenida por un panel de frascos de sangre que le
insuflan una esperanza de vida.
Sin embargo, nada de esto, como pudiera alguien pensar, tiene que
ver con la violencia ni con la exacerbación del sentido trágico de
la existencia. La sangre como fluido vital y su color vivo como
signo de intensidad, sugieren una atmósfera reflexiva, matizada por
el control casi ascético que la artista ejerce sobre sus
representaciones. Control que denota el afán por desmarcarse del
camino de la manipulación conceptual y la evidencia simbólica.
Si se quiere llegar al fondo de las cosas, el espectador tendrá
que dejar atrás también una mirada prejuiciosa para sumergirse en
las imágenes y conectarse con la corriente sentimental que emana de
las composiciones de la artista. Porque, a fin de cuentas, lo que
Mabel Poblet nos propone es una estética de los sentimientos.