Mabel Poblet al rojo vivo

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Consecuente con su programación rigurosa de propuestas que se inscriben en las instancias más renovadoras del lenguaje visual contemporáneo entre nosotros, la galería Villa Manuela, de la UNEAC, acaba de abrir sus puertas a Mabel Poblet Pujol, joven poseedora de un discurso incisivo, si se quiere espectacular, y ante el cual los espectadores se rinden no solo por la novedad, sino por la fuerza de los argumentos de la artista.

Estamos frente a una creadora cienfueguera que con apenas 25 años de edad, y un aprovechamiento académico meritorio en San Alejandro primero y luego en el Instituto Superior de Arte, acumula ya con esta nueve exposiciones personales que han ido rápidamente de menos a más para dar cuenta de una exploración de sus posibilidades expresivas a partir del genio, el ingenio, el oficio y, sobre todo, los deseos de compartir válidas inquietudes artísticas, apreciadas tanto en Cuba como en Portugal, Estados Unidos, Colombia e Inglaterra.

En la muestra Hoy mi voz tiene sonido Mabel despliega impresiones digitales sobre cajas de luz e instalaciones en las que cuestiona las fronteras entre la vida y la muerte, el sueño y la realidad, lo permanente y lo efímero, todo ello a partir de la conjugación de dos patrones: uno material, la sangre, y en correspondencia con este, otro cromático, el rojo.

Impactos fuertes se reciben a medida que se repasan las paredes de la galería. La pieza titulada Fluido, ensamblada a base de finas mangueras transparentes y agua enrojecida continuamente bombeada por un motor, sobrecoge por su escala. En Libación se nos presenta uno de los trabajos de mayor sofisticación que se pueda imaginar en nuestro medio: una cabina de baño de tamaño real proyecta perpendicularmente la imagen en movimiento de una figura humana minimizada sobre la cual caen alternativamente sangre y espuma, que se diluyen por separado en el tragante, en un proceso ininterrumpido de purificación. Ana coloca en un primer plano la cabeza rapada de una muchacha obviamente sometida a quimioterapia, sostenida por un panel de frascos de sangre que le insuflan una esperanza de vida.

Sin embargo, nada de esto, como pudiera alguien pensar, tiene que ver con la violencia ni con la exacerbación del sentido trágico de la existencia. La sangre como fluido vital y su color vivo como signo de intensidad, sugieren una atmósfera reflexiva, matizada por el control casi ascético que la artista ejerce sobre sus representaciones. Control que denota el afán por desmarcarse del camino de la manipulación conceptual y la evidencia simbólica.

Si se quiere llegar al fondo de las cosas, el espectador tendrá que dejar atrás también una mirada prejuiciosa para sumergirse en las imágenes y conectarse con la corriente sentimental que emana de las composiciones de la artista. Porque, a fin de cuentas, lo que Mabel Poblet nos propone es una estética de los sentimientos.

 

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