Fachadas citadinas, ¿estilo u oportunidad?

O. FONTICOBA GENER

Contrario a lo que se podría pensar, a los árboles del parque de Prado y Colón —en el municipio capitalino de Centro Habana— no les cuelgan frutos, sino ofertas de permutas y compraventa de viviendas.

Foto: Otmaro RodríguezLos anuncios sobre la compra-venta y permuta de viviendas abundan en cualquier sitio de las ciudades (Imagen del parque de Prado y Colón, municipio capitalino de Centro Habana).

Lo mismo clavados en sus troncos que colgados en sus ramas, en formato múltiple o sencillo, se leen los carteles de "¡Vendo, permuto o me reduzco!", "Tengo y necesito... ".

Y es que los efectos de la flexibilización de la Ley General de la Vivienda —a partir de la implementación del Decreto-Ley 288— no son mesurables, únicamente, en términos estadísticos.

El impacto de las medidas trasciende las cifras y se ubica en otros aspectos como la fisonomía de las ciudades; y ello no solo por el florecimiento de anuncios y propagandas encaminados hacia la transmisión de la propiedad de esos inmuebles, sino también por el impulso al reordenamiento urbanístico que contemplan las nuevas regulaciones.

A lo largo de los años, ya como solución a problemas habitacionales o por simples "cuestiones de estilo", la imaginería individual ha confraternizado con la indisciplina y ha incidido sobre la tipología e imagen de viviendas y ciudades, transformando el ordenamiento urbanístico tradicional en una ciencia criolla, autodidacta, forjada al calor de la espontaneidad y la oscilación de las condiciones materiales para la construcción o rehabilitación de los hogares.

Precisamente, mediante procedimientos incluidos en el Decreto-Ley 288, como la actualización e inscripción de los Títulos de dominio en los Registros de Propiedad de la Vivienda o la subsanación de errores en las Notarías, se prevé fortalecer los mecanismos legales para la restauración del orden en las construcciones que así lo ameriten.

Y es que actualmente, aunque las multas aumenten y se redoble el esfuerzo que de conjunto realizan —entre otros organismos— los Institutos de Planificación Física y Nacional de la Vivienda y la Oficina del Arquitecto de la Comunidad, las violaciones constructivas y urbanísticas persisten, hijas de un largo periodo de permisibilidad indebida.

La urbanización y expansión ordenada de los territorios no debe ser entendida como un fenómeno aislado, en tanto concilian progreso económico, la calidad de vida y mejoras medioambientales.

En ese sentido, no solo urge fomentar la cultura urbanística de la población, sino también el rigor y la disciplina de los agentes institucionales encargados de velar por el cumplimiento de las regulaciones constructivas.

El óptimo aprovechamiento de la superficie de la Isla, no solo para la construcción de viviendas, sino también con otros fines, no dependerá únicamente de las disposiciones de los organismos estatales, sino también de la responsabilidad con que se asuman los proyectos individuales.

En la década del treinta, Pablo de la Torriente Brau escribió La Habana, ciudad de los kilos, reportaje que denunciaba el desdeñable estado en que se desarrollaba la sociedad de entonces. Otros escritores, como Alejo Carpentier también la describieron. "La ciudad de las columnas", le llamó este último.

Afortunadamente, con el triunfo revolucionario el apelativo de Pablo perdió significado, y en sentido contrario, el del maestro cubano-francés también lo hizo.

De tal suerte, La Habana puede ser hoy la ciudad de las rejas, de los quioscos o los anuncios, condición que podría extenderse a otras localidades del país donde la creatividad residencial ha florecido por encima de las regulaciones estipuladas para cada uno de estos elementos. No debe ser el deber común de velar por las condiciones de desarrollo de la sociedad, vasallo de la subjetividad individual y del albedrío egoísta.

 

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