Un negocio gaseoso

No se ve, pero se huele

ROBERT TORRES BARBÁN

Pocos días han pasado desde entonces. Pero la historia con aquel taxi acabaría en el viaje más largo que nunca antes haya realizado en 20 minutos. No sé si llegó a mí o yo a él por culpa del destino, el apuro o las complicaciones del transporte.

Foto: Juvenal BalánAun sin contratarlo muchas personas tienen acceso al gas licuado.

Lo cierto es que mientras más avanzaba aquel vehículo más rápido quería bajarme de él. Todo porque el chofer en un ataque de "honestidad o locura" había dicho a los pasajeros que iba lento, porque al parecer se estaba quedando sin gas. ¿Sin gasolina o petróleo habrá querido decir? No, sin gas.

Y así de atónitos, como usted, quedamos quienes sobre la máquina del tiempo o del suicidio en aquel momento atravesábamos La Habana. La primera en bajarse ante aquellas palabras fue la señora muy blanca, ya muy roja, ahora no recuerdo bien si por su miedo o el mío. Luego uno a uno del resto de los pasajeros, sin decirlo, acortaron destinos en un temeroso "aquí me quedo".

Minutos después de la infausta noticia quedé a solas con el chofer en aquel almendrón o dinamita rodante. Largos minutos en los que maldecí los ataques kamikazes —que a veces— padecen quienes ejercen el periodismo, esa profesión de sacrificios e inconformidades.

Todo por conocer de adaptación y uso de gas en sustitución de gasolina o petróleo, lo que al final nunca supe. Pero algo sí quedó claro: el combustible gaseoso que se usaba salía de algún Punto de Venta de Gas Licuado a la Población (PVGLP) de la capital. Secreto a voces que sin gran alboroto sacude el país pues: "le toque o no por menos de 5 CUC se consigue una balita".

Historias que se repiten como la de una capitalina que no posee este servicio, pero a inicios de semana —90 pesos mediante y una simbólica libreta de abastecimiento— llegó a uno de los PVGLP del municipio de Arroyo Naranjo, desde donde minutos después salió con un nuevo balón de gas.

Lo mismo sucede mensualmente en la lejana Santiago de Cuba. Allí ocurre de manera similar con el caso de un jubilado que tampoco ha contratado el gas, pero usa fogón de balón porque le resulta más cómodo y barato:

"En mi punto de venta el expendedor es más recatado y tiene sus propios mecanismos o gente de confianza con la que negocia. Por eso hay que pagarle 20 pesos más a un señor quien trae el envase lleno hasta la propia casa."

Otras historias reales podrían contarse de casos similares en todo el país. Usuarios que consumen gas, pero no tienen contratado el servicio por la falta de disponibilidad de un producto altamente subsidiado. Una disponibilidad que irónicamente se soluciona a través del mercado negro, y se paga a precios no subvencionados, balitas que luego no aparecen en ninguna nómina, inventario o contrato firmado.

Turbias aguas de las que muchos beben: unos porque suplen necesidades, otros porque se enriquecen con los recursos del Estado, es decir, con los recursos de todos. También colaboran con él, acaso sin quererlo, los propietarios de balones que no protegen debidamente sus propios recursos y permiten el robo de las llamadas balitas, porque, en definitiva, adquirir una nueva no les cuesta demasiado (el valor real de estas pérdidas va a cuenta del Estado). Se trata de hurtos que sin duda facilitan este "negocio redondo" ante el que algunos ojos se cierran y no pocos brazos se cruzan.

Ya decía una de las fuentes de este comentario: "¡cuando esto salga publicado vas a complicar la compra del gas con que cocino!". Pero no se trata de tirar una vez más el sofá por la ventana, sino de buscar alternativas.

Si una parte de la población está dispuesta o se sacrifica para pagar cerca de 125 pesos por un balón de gas, bien valdría la pena sacar cuentas y preguntarse ¿cuánto cuesta el producto sin subsidiar? ¿Se puede vender liberadamente? En todo caso esos "clientes" a los que no les ha llegado el servicio, lo consumen y quién sabe a qué bolsillos privados va a parar el pago.

Los propios lineamientos de Política energética aprobados por el Sexto Congreso del Partido hablan de: "Estudiar la venta liberada de combustible doméstico y de otras tecnologías avanzadas de cocción, como opción adicional a precios no subsidiados".

Lo cierto es que mientras se buscan alternativas, no pocas balitas no contratadas, sustraídas a quién sabe qué propietario oficial, llegan diariamente hasta múltiples cocinas, que no pagan a quien las produce o distribuye, sino a quien trafica y lucra con ellas. Otras rodarán por la ciudad en el interior de algún automóvil que esperemos no ocasione ningún accidente. Porque en este caso lo único que debe explotar es este gaseoso negocio.

 

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