Lo cierto es que mientras más avanzaba aquel vehículo más rápido
quería bajarme de él. Todo porque el chofer en un ataque de
"honestidad o locura" había dicho a los pasajeros que iba lento,
porque al parecer se estaba quedando sin gas. ¿Sin gasolina o
petróleo habrá querido decir? No, sin gas.
Y así de atónitos, como usted, quedamos quienes sobre la máquina
del tiempo o del suicidio en aquel momento atravesábamos La Habana.
La primera en bajarse ante aquellas palabras fue la señora muy
blanca, ya muy roja, ahora no recuerdo bien si por su miedo o el
mío. Luego uno a uno del resto de los pasajeros, sin decirlo,
acortaron destinos en un temeroso "aquí me quedo".
Minutos después de la infausta noticia quedé a solas con el
chofer en aquel almendrón o dinamita rodante. Largos minutos en los
que maldecí los ataques kamikazes —que a veces— padecen quienes
ejercen el periodismo, esa profesión de sacrificios e
inconformidades.
Todo por conocer de adaptación y uso de gas en sustitución de
gasolina o petróleo, lo que al final nunca supe. Pero algo sí quedó
claro: el combustible gaseoso que se usaba salía de algún Punto de
Venta de Gas Licuado a la Población (PVGLP) de la capital. Secreto a
voces que sin gran alboroto sacude el país pues: "le toque o no por
menos de 5 CUC se consigue una balita".
Historias que se repiten como la de una capitalina que no posee
este servicio, pero a inicios de semana —90 pesos mediante y una
simbólica libreta de abastecimiento— llegó a uno de los PVGLP del
municipio de Arroyo Naranjo, desde donde minutos después salió con
un nuevo balón de gas.
Lo mismo sucede mensualmente en la lejana Santiago de Cuba. Allí
ocurre de manera similar con el caso de un jubilado que tampoco ha
contratado el gas, pero usa fogón de balón porque le resulta más
cómodo y barato:
"En mi punto de venta el expendedor es más recatado y tiene sus
propios mecanismos o gente de confianza con la que negocia. Por eso
hay que pagarle 20 pesos más a un señor quien trae el envase lleno
hasta la propia casa."
Otras historias reales podrían contarse de casos similares en
todo el país. Usuarios que consumen gas, pero no tienen contratado
el servicio por la falta de disponibilidad de un producto altamente
subsidiado. Una disponibilidad que irónicamente se soluciona a
través del mercado negro, y se paga a precios no subvencionados,
balitas que luego no aparecen en ninguna nómina, inventario o
contrato firmado.
Turbias aguas de las que muchos beben: unos porque suplen
necesidades, otros porque se enriquecen con los recursos del Estado,
es decir, con los recursos de todos. También colaboran con él, acaso
sin quererlo, los propietarios de balones que no protegen
debidamente sus propios recursos y permiten el robo de las llamadas
balitas, porque, en definitiva, adquirir una nueva no les cuesta
demasiado (el valor real de estas pérdidas va a cuenta del Estado).
Se trata de hurtos que sin duda facilitan este "negocio redondo"
ante el que algunos ojos se cierran y no pocos brazos se cruzan.
Ya decía una de las fuentes de este comentario: "¡cuando esto
salga publicado vas a complicar la compra del gas con que cocino!".
Pero no se trata de tirar una vez más el sofá por la ventana, sino
de buscar alternativas.
Si una parte de la población está dispuesta o se sacrifica para
pagar cerca de 125 pesos por un balón de gas, bien valdría la pena
sacar cuentas y preguntarse ¿cuánto cuesta el producto sin
subsidiar? ¿Se puede vender liberadamente? En todo caso esos
"clientes" a los que no les ha llegado el servicio, lo consumen y
quién sabe a qué bolsillos privados va a parar el pago.
Los propios lineamientos de Política energética aprobados por el
Sexto Congreso del Partido hablan de: "Estudiar la venta liberada de
combustible doméstico y de otras tecnologías avanzadas de cocción,
como opción adicional a precios no subsidiados".
Lo cierto es que mientras se buscan alternativas, no pocas
balitas no contratadas, sustraídas a quién sabe qué propietario
oficial, llegan diariamente hasta múltiples cocinas, que no pagan a
quien las produce o distribuye, sino a quien trafica y lucra con
ellas. Otras rodarán por la ciudad en el interior de algún automóvil
que esperemos no ocasione ningún accidente. Porque en este caso lo
único que debe explotar es este gaseoso negocio.