Elemento
cultural importantísimo en la tradición artística del oriente cubano
es la tumba francesa. El género músico danzario se inscribió en la
región en el siglo XVIII cuando, después de la Revolución haitiana,
los colonos franceses emigraron junto con sus esclavos a nuestra
isla.
Los cafetaleros europeos —quizás por miedo a la sublevación—
permitieron en días festivos momentos de esparcimiento a sus
esclavos quienes, no pudiendo rechazar su origen, mezclaron el toque
de tambores africanos con la fina gestualidad de la corte
versallesca, que imitaban de sus amos. De esa fusión de danzas galas
con música traída del continente negro nació la tumba francesa que,
en el orden de justicia, es mejor llamar francohaitiana.
El nuevo sentido del arte, resultado de un proceso de
transculturación al que también se agregó la sazón cubana, se asentó
con la descendencia de los esclavos principalmente en Guantánamo,
Santiago de Cuba, Camagüey y Ciego de Ávila. Así las costumbres e
idiosincrasia inmigrantes pasaron a ser parte indisoluble de la
danza, las comidas y hasta de la religiosidad de una parte de la
población cubana.
La tumba, derivada de la palabra francesa tambours, se
caracteriza por la música de tres grandes tambores, confeccionados
con madera y piel de chivo; y por los bailes masón, parecido al
minuet; el yubá, de influencia africana y el frentec. El género,
antecedente de la rumba y el guaguancó, se presenta como un
espectáculo colorido en el vestuario, organizado y prolongado,
similar a la contradanza y los bailes de salón.
Transmitida de generación a generación, la centenaria herencia
haitiana tiene actualmente tres sociedades exponentes de su legado
en los grupos portadores La Caridad de Oriente, de Santiago de Cuba
(declarada por la UNESCO, Obra Maestra del Patrimonio Oral e
Inmaterial de la Humanidad); la Pompadour, de Guantánamo y La
Bejuco, de Sagua de Tánamo.
En la capital haitiana se presentó por primera vez La Caridad de
Oriente con un espectáculo que hizo honor a sus orígenes. La sexta y
séptima generación que integran la agrupación, fundada hace 150 años
y cuyo nombre tributa a la Patrona de Cuba, resume los nutridos
aportes de la esclavitud a nuestra cultura. La tumba francohaitiana,
y cubana también por derecho, es un lazo más que conecta a la dos
islas, unidas no solo por su cercanía geográfica sino también por
sus historias y sus culturas.