CIENFUEGOS.—En
la zona de El Piojo, perteneciente al consejo popular Paraíso, la
palabra agua era una suerte de espejismo. Los agricultores eludían
sembrar sus áreas; en consecuencia estas tierras permanecían yermas,
sin cultivar.
Higinio Hernández Montes de Oca desarmó la extendida idea a base
de pico y pala. El agua estaba bien abajo, pero la encontró. "Cavé
cuatro pozos, me metí en la tierra hasta que di con el líquido. Por
eso le puse a mi finca el nombre de Los Pozos", dice.
Como el área queda situada en una elevación, después debí
construir un molino de viento que me ayuda a tirarla hacia una
cisterna, para luego regar por gravedad los sembrados, comenta.
Pero crear condiciones para el riego no constituyó su único
problema en la superficie de 13,42 hectáreas (una caballería)
adquirida en virtud del Decreto-Ley 259, modalidad dentro de la cual
Higinio fue precursor en la provincia. Fue hace menos de dos años,
refiere, cuando comencé a limpiar el sitio: antes un extenso muladar
lleno de basura y mucho marabú.
En medio de la limpieza, extrayendo suciedad y raíces, al
floricultor cienfueguero le dio un infarto. "Tenía obstruidas las
arterias, sigo vivo gracias a la Revolución y a ella le entrego
ahora mis flores".
Recuerda el agricultor cómo trajo los patrones de las plantas de
provincias vecinas, antes de iniciar un proceso de injerto para el
cual se apoya mucho en un viejo matrimonio de floricultores —Dulce
Alfonso y Nicolás Martínez—, quienes trabajaron en la única
cooperativa que en un momento se especializó en el giro aquí.
"Ya tengo sembradas más de 30 variedades, entre las cuales
sobresalen por su volumen las azucenas, nardos, rosas, girasoles,
gladiolos, margaritas, claveles y mariposas", se ufana.
El abasto floral ha afrontado intermitencias históricas en
Cienfuegos. Su finca Los Pozos es hoy el suministrador básico de la
Empresa de Comunales de la provincia y sus tres trabajadores le
entregan miles de ellas cada semana.
El usufructuario de 53 años, miembro de la Cooperativa de Crédito
y Servicios Jorge Alfonso, asegura trabajar a tope. Cree que el
cuidado de su salud va en la dieta; no en limitarse en el surco,
donde destaca la utilidad del animal: "Esa yunta de buey que tengo
no la cambio por nada, cada vez que voy a arar me bendice el campo a
sembrar".
Parece que no exagera. Sus plantaciones de flores pueden ser tema
de cualquier colección fotográfica o motivo de una postal.
Su belleza ha rebasado las fronteras de la provincia, pues hasta
empresas de territorios cercanos ocasionalmente solicitan su
respaldo. "No obstante, el grueso del destino de mis producciones
—precisa—, está comprometido con Comunales, para sus diferentes
servicios en el territorio".
El afiliado al Decreto-Ley 259 experimenta un gran orgullo de que
esto se haya hecho posible. Es una responsabilidad con la que no
puedo fallar, reafirma el floricultor.