Estados Unidos. Año de elecciones. Todo vale: Lo mismo una ley
fascista contra los inmigrantes, que negar a un indocumentado el
trasplante de un riñón para que siga viviendo, luego de siete años
de espera y aunque su esposa se brindara como donante y recogieran
dinero para pagar las medicinas.
Eso pasa en esa sociedad enajenada, con una política irracional y
cruel, en la que, como lobos, aspirantes en campaña electoral,
juegan y comercian hasta con los sentimientos más íntimos del ser
humano.
También vale dar marcha atrás a tan escandalosa decisión de un
hospital en California, luego que más de 140 mil personas estamparan
sus firmas exigiendo que el paciente fuera atendido. Lo que, como
dicen los despachos de prensa, no lo exonera de que, una vez
operado, sea deportado a México, su país de origen.
Se trata del ciudadano Jesús Navarro, de 35 años de edad y una
hija de tres años, aquejado de problemas renales que exigían el
trasplante de su riñón, por lo que esperaba hace siete años.
Llegado su turno, la euforia del enfermo y su familia, se
transformó muy pronto en una pesadilla. En el Centro Médico de la
Universidad de San Francisco, California, donde debían practicarle
la operación, le negaron el trasplante por el hecho de ser un
indocumentado.
No importó que el enfermo llevase 15 años como trabajador de la
Fundición Pacific Steel, en Berkeley, donde siempre pagó sus
impuestos y el seguro médico que aún lo protegía para cualquier
adversidad de su salud.
Ahora había perdido el empleo junto a otros 200 indocumentados en
la citada empresa, y se convertía en reo de la verdadera cacería de
inmigrantes que se practica en no pocos estados de la Unión
Americana.
"Mi esperanza se esfumó", dijo Navarro luego que un funcionario
de finanzas del hospital le dijo que no se le podía hacer el
trasplante por ser indocumentado.
El propio Navarro explicó a la prensa que nunca faltó al trabajo
aun cuando cada noche tenía que hacerse diálisis durante nueve horas
desde que enfermó hace siete años.
Su esposa Angélica exclamó que "el mundo se le venía encima"
cuando les negaron el trasplante.
"Le ofrecí alternativas al funcionario del hospital. Le dije que
trataríamos de reunir el dinero para las medicinas después de la
operación. El funcionario dijo que no"; y la "bondadosa" explicación
fue: "Cómo vamos a darle un riñón a un indocumentado que no podrá
mantenerlo con vida porque nunca sabe cuándo va a perder su trabajo
o lo deportan a su país de origen".
La esposa desesperada por mantener con vida a su compañero se
ofreció como donante ya que era compatible, a lo que igualmente se
negaron. Por último preguntó: "¿Y si reunimos los 200 mil dólares
que vale la cirugía?". La repuesta del funcionario del hospital fue
enfática: "Ni así, se trata de un indocumentado".
Deprimido y angustiado, Jesús Navarro abandonó el centro médico
universitario de San Francisco, California, no sin antes exclamar:
"Yo trabajé 15 años, pagué todos los impuestos. Pensé que aquí un
hospital está para salvar vidas".
Transcurrido el tiempo, el inmigrante Jesús Navarro, luego de una
reunión en la citada institución médica en la que le habían negado
la operación, fue informado de que tan "pronto llegue su turno en la
lista de espera" podrá se trasplantado.
Tal decisión hospitalaria responde a la movilización popular que
recogió más de 140 mil firmas y donaciones de dinero por parte de
organizaciones y amigos.
Aun con las mangueras del equipo de diálisis conectadas a su
cuerpo, el inmigrante, con cara de felicidad, no oculta la
incertidumbre respecto a lo que pasará con él una vez que su cuerpo
tenga un nuevo riñón indocumentado.