Muchos
artistas no se limitan a recrear la naturaleza (considerada por el
mundo antiguo como un modelo de perfección inalcanzable). Cada
época, cada generación, ha encontrado la forma de abordarla a través
de diferentes modelos interpretativos. En el siglo XX se desarrolló
una acción fuertemente posesiva de la naturaleza, a tal punto que
Bertolt Brecht definía como una actitud característica del hombre
moderno esa intervención.
Sin embargo, ya a mediados del pasado siglo y hasta hoy, se
observa en numerosos creadores un cambio de actitud tendiente a
restituir el valor conceptual de la naturaleza y darle una
relevancia ya no inspirada en un temor reverencial sino en un lugar
en el cosmos en el que el hombre forma parte de ella. Sea esta
introducción una manera de acercamiento a la obra del joven artista
Alberto Hernández Reyes (La Habana, 1976) quien se extiende a formas
expresivas en la pintura del paisaje, en óleo sobre lienzo, para
tratar de ofrecer una mirada personal sobre la naturaleza
circundante, a partir de la representación difusa de sus elementos
primordiales.
No resulta un secreto para nadie el hecho de que cada creador, no
importa la técnica que trabaje, vive obsesionado por un conjunto de
imágenes que lo atormentan y hasta alimentan su fantasía artística.
Y este creador autodidacta, quien ahora nos convoca a su muestra
Impermanencias, en el Palacio de Lombillo, no constituye una
excepción. Con un acento personal (lo metafísico, lo simbólico, lo
ilusorio, lo topológico) el artista desarrolla sus metáforas sobre
la tierra. Por momentos adquiere la forma de un mar embravecido, con
sus olas de nubes y montañas, tapizados por una neblina de tiempo,
otras veces toma formas fantasmales, de cuerpos¼
, el campo visual se recrea ante tanta astucia imaginativa.
Un paseo por sus creaciones deja ver paisajes cromáticamente
sobrios, donde se posan los ocres, grises, naranjas¼
No hay excesos. Ajustado en el color, encuentra en él un elemento
definidor de su pintura presente, configurando espacios, creando el
clima preciso que envuelve sus creaciones.
En la superficie de sus pinturas está todo: la luz, el fuego, el
espacio y el tiempo. Él pinta lo que ven sus ojos —incluso en la
mente— y establece un juego de imágenes pictóricas que despiertan en
el espectador múltiples evocaciones.