Viajar en los ómnibus urbanos de la capital se vuelve con
frecuencia una aventura difícil e incómoda, no solo para los
pasajeros, sino también para los choferes, y aunque parezca
contradictorio, a causa de ambos. La indisciplina social,
proveniente de las dos partes, sustituye en no pocas ocasiones al
buen comportamiento y a la cortesía, provocando malestar y disgusto
en quienes manejan o viajan.
Algunos podrían decir que las indisciplinas ocurren por la
situación deficitaria en que se encuentra hoy el transporte público.
Cierto es que, debido a la falta de piezas de repuesto para los
equipos, existe un significativo nivel de rotura en ellos que
provoca demoras entre el paso de un vehículo y otro, aglomeración de
personas en las paradas, o que no se detenga el ómnibus donde debe
por estar a plena capacidad.
Pero el problema, más que justificarse a partir de las carencias,
parte de un deterioro del respeto a normas cívicas elementales. Son
los problemas subjetivos los que deterioran aún más este servicio.
Por ejemplo, los géneros y volúmenes de la música que se difunden en
no pocos Metrobús y Ómnibus Metropolitanos, constituye uno de los
temas más abordados por los ciudadanos que escriben al periódico
Granma.
Debido al masivo acceso a soportes tecnológicos como los
celulares, no pocos pasajeros hacen pública su selección de
canciones al no utilizar audífonos. ¿Resultado? Si el chofer pone
bien alto su música, y otros lo abordan escuchando las suyas, es
preferible bajarse rápidamente del vehículo antes que causar baja
por sordera en esa guerra de ruidos.
Por otra parte, los usuarios del transporte público capitalino
demandan —con razón— la limpieza de los ómnibus, el cumplimiento de
las frecuencias cuando no sufren roturas, que se detengan en la
parada aunque "no quepa uno más", el buen trato por parte de
inspectores y choferes, que estos últimos no conduzcan con
acompañantes ni a exceso de velocidad.
También molesta la irresponsabilidad y desconsideración de los
viajeros que incurren en actitudes negativas. Con frecuencia vemos a
un buen número de personas que aborda el ómnibus con un cigarro en
la mano, molestando con el humo a los demás, o ingiriendo bebidas
alcohólicas. Otros botan cualquier tipo de desecho en el piso, suben
al vehículo por las puertas traseras sin abonar el dinero del pasaje
o "cargados con cuanto tareco uno se imagina" (se quejaba una
lectora), escriben en las paredes de los equipos y, peor aún, son
protagonistas de agresiones contra los vehículos.
Las autoridades del transporte de La Habana han tomado medidas
organizativas, aún insuficientes, para evitar que se produzcan estas
situaciones. Pero la ley debe hacer mayor acto de presencia en los
casos donde no imperan, al interior de un ómnibus o en la misma
parada, el respeto a las normas, la armonía y el buen trato al otro.