de
su población, y amenaza a otros 150 millones de habitantes.
En España, la tasa de desempleo llega al 22,8 %. Grecia e Italia
se encuentran bajo intervención blanca, gobernados por primeros
ministros escogidos por el FMI. Irlanda y Portugal están
insolventes. En Bélgica y en el Reino Unido las manifestaciones
callejeras confirman que "se acabó la fiesta".
Ahora, el Banco Central de la Unión Europea quiere nombrar para
cada país en crisis un interventor para controlar el presupuesto. Es
la oficialización de la dictadura económica. El Reino Unido y la
República Checa votaron en contra. Pero los demás 25 países lo
aprobaron. Queda por saber si Grecia, el primero en la lista de la
dictadura económica, va a aceptar abrir la mano de su soberanía y
entregar sus cuentas a un control externo.
La actual crisis internacional es mucho más profunda. No se
resume en la turbulencia financiera. Está en crisis un paradigma
civilizatorio centrado en la creencia de que puede haber crecimiento
económico ilimitado en un planeta de recursos infinitos... Dicho
paradigma identifica felicidad con riqueza, bienestar con
acumulación de bienes materiales, progreso con consumismo. Todas las
dimensiones de la vida —la nuestra y la del planeta— sufren hoy un
acelerado proceso de mercantilización. El capitalismo es el reino
del deseo infinito atascado en la paradoja de establecerse en un
planeta finito, con recursos naturales limitados y una restringida
capacidad poblacional.
La lógica de la acumulación es más autoritaria que todos los
sistemas dictatoriales conocidos a lo largo de la historia, pues
ignora la diversidad cultural, la biodiversidad, y comete el grave
error de dividir la humanidad entre los que tienen acceso a los
últimos avances de la tecnociencia, en especial de la biotecnología
y la nanotecnología, y los que no lo tienen. De ahí su aspecto más
nefasto: la acumulación o posesión de la riqueza en manos de unos
pocos se hace posible gracias a la desposesión y exclusión de
muchos.
La cuestión no es saber si el capitalismo saldrá o no de la
enfermería de Davos en condiciones de sobrevivencia, aunque se vea
obligado a tomar medicinas cada vez más amargas, como suprimir la
democracia y cambiar el voto popular por las agencias de
verificación económica, y los políticos por ejecutivos financieros,
como sucede ahora en Grecia y en Italia. La cuestión es saber si la
humanidad, como civilización, sobrevivirá al colapso de un sistema
que asocia ciudadanía con posesiones y civilización con paradigma
consumista anglosajón.
Estamos en vísperas de Río+20. Y nadie desconoce que esta casa
que habitamos —el planeta Tierra— sufre alteraciones climáticas
sorprendentes. Hace frío en verano y calor en invierno. Las aguas
están contaminadas, los bosques devastados, los alimentos
envenenados por agrotóxicos y pesticidas. El resultado: sequías,
inundaciones, pérdida de la diversidad genética, suelos
desertificados... Hay consenso entre la comunidad científica de que
el efecto estufa, y por tanto el calentamiento global, es
consecuencia de la acción deletérea del ser humano.
Todos los esfuerzos para proteger la vida en el planeta han
fracasado hasta ahora. En Durban (Sudáfrica), en diciembre del 2011,
lo máximo que se pudo avanzar fue la creación de un grupo de trabajo
para negociar un nuevo acuerdo de reducción del efecto estufa...
¡para ser aprobado en el 2015 y puesto en práctica en el 2020! El
Departamento de Energía de EE.UU. calculó que, en el 2010, fueron
emitidos 564 millones de toneladas de gases de calentamiento global,
o sea, un 6 % más que el año anterior.
¿Por qué no se consigue avanzar? Pues porque lo impide la lógica
mercantil. Basta decir que los países del G-8 proponen, no salvar la
vida humana y la del planeta, sino crear un mercado internacional de
carbono o energía sucia, de modo que los países desarrollados puedan
comprar cuotas de polución no aprovechadas por los países pobres o
en desarrollo.
¿Y qué dice la ONU? Nada, porque no consigue librarse de la
prisión ideológica del mercado. Propone, por tanto, a Río+20 una
falacia llamada "Economía Verde". Cree que la salida reside en
mecanismos de mercado y soluciones tecnológicas, sin alterar las
relaciones de poder, sin reducir la desigualdad social ni crear un
mundo ambientalmente sustentable en el que todos tengan derecho al
bienestar.
Los dueños y grandes beneficiarios del sistema capitalista —el 10
% de la población mundial— acaparan el 84 % de la riqueza global y
mantienen el dogma de la inmaculada concepción de que basta con
limar los dientes al tiburón para que deje de ser agresivo...