Se trata de imponer manzanas podridas como bien afirma Robert
Fisk en La Jornada, aduciendo al hecho de que los
responsables de aquellos actos son la excepción a la regla, tratando
nuevamente de traer a colación los objetivos loables de las guerras
que ellos han promocionado a lo largo y ancho del planeta (la lucha
contra el comunismo, la lucha contra el terrorismo, la liberación de
los pueblos de sus dictadores, la lucha por la democracia, la lucha
por la libertad, ayuda humanitaria y otras justificaciones sacadas
de guiones de Hollywood).
Una de las diferencias entre la guerra de Vietnam y la de Iraq es
la baja tasa de muertes de soldados norteamericanos en combate, no
así en el caso de los civiles que por lo regular sufren el peso de
los bombardeos como víctimas colaterales, lo que casi no varía es la
cantidad de veteranos que sufren de trastorno de estrés
postraumático que provoca, entre otras muchas cosas suicidios y
casos de violencia social y doméstica, sumado a eso el problema
social que provoca el consumo desmedido y masivo de licor y
estupefacientes, que de por sí es el más alto del planeta y de la
historia de la humanidad.
Las imágenes de cuatro soldados orinando sobre los cadáveres
reflejan no solo el embrutecimiento de un ejército que se creyó el
mensaje de las películas apologéticas del soldado indestructible,
profesional y moral (The Hurt Locker, Black Hawk Down, Green Zone).
Evidentemente esos medios fílmicos han contribuido a la construcción
de una imagen que pretende ser omnipresente en el mundo, moralmente
necesaria a tal punto que no logran superar su auto imagen de
embajadores de la democracia y la libertad; la arrogancia es tal que
se erigen por encima del bien y del mal.
La falta de solvencia moral del ejército norteamericano se mide a
partir de lo poco o mucho que sus propios miembros cuelguen videos
en Youtube, de lo contrario Hollywood hace el trabajo restante. Un
dilema presentado en el film de Oliver Stone Platoon, un
sargento bueno y otro malo, donde evidentemente al final la justicia
se impone sobre la maldad y el bueno sostiene los ideales primarios
sobre los que descansa la justificación de la guerra.
Esta es la frase del francotirador Chris Kyle, oficial del
pelotón Charly, tercer grupo de la fuerza de elite estadounidense
conocida como Navy SEALs, quien se ganó la reputación de ser el
francotirador más letal en toda la historia, que al ser entrevistado
por BBC afirmaba: "Me gustó lo que hice. Todavía me gusta. Si las
circunstancias fuesen diferentes —si mi familia no me necesitase—
volvería en un abrir y cerrar de ojos", y luego volvió a afirmar:
"Mis balas salvaron a varios estadounidenses cuyas vidas valían
claramente mucho más que la de aquella mujer de alma retorcida".
(http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/01/120110_irak_francotirador_lp.shtml)
En efecto, el elemento embrutecedor del soldado norteamericano
tiene que ver con el convencimiento inhumano que en ellos crece en
forma de odio hacia el enemigo, a tal grado que lo degradan en su
calidad humana; este proceso es similar en todos los conflictos,
pero lo interesante en el caso norteamericano es la carga emotiva y
mediática que conlleva.
Chris Kyle, al igual que los cuatro marines, poseen la
particularidad de que probablemente no tienen una mente perturbada
en sus contextos culturales, son fieles convencidos de su rol en la
guerra "justa", no hay más certeza que la que te pueda proporcionar
el Ejército y el Estado y si el esfuerzo de guerra es justo, el
divertirse es casi un deber, como sucedió con los cientos de
fotografías que mostraban a los prisioneros sodomizados y humillados
de Abu Ghraib.
Cuando surgieron las avalanchas de críticas a los soldados que
profanaron los cadáveres de combatientes, al mismo tiempo surgieron
miles de mensajes de apoyo hacia los ahora imputados por actos fuera
de la moral militar, muchos de ellos eran de parientes y de los
mismos soldados norteamericanos que, incluso, justificaban tales
actos atroces.
El estrés postraumático que se produce durante el quiebre de la
conciencia a raíz de presenciar o participar en eventos sangrientos
tiene que ver con sentimientos posteriores de culpa o impotencia que
evidentemente los perpetradores de tortura en Abu Ghraib, Chris Kyle,
y los cuatro marines que orinaron sobre los cadáveres de
combatientes, superaron con dosis de jocosidad e hilaridad elevando
el nivel de cinismo que la empresa colonizadora requiere, que por
supuesto para el público que cree que es amenazado por el mundo lo
hecho por los soldados no es más que una falta (no hubiera sido de
no haberlos pillado). Ese mismo cinismo imperial no pidió disculpas
para las familias de los fallecidos, su muerte estaba plenamente
justificada en su lógica, ni siquiera para los pueblos afganos ni
para los musulmanes del mundo, la preocupación era por las posibles
armas propagandísticas que se le habían proporcionado al enemigo que
pone en peligro la vida de sus tropas, (adicionalmente a que están
ocupando en forma ilegal una nación). Esto se confirmó un par de
semanas después cuando un soldado afgano dio muerte a cuatro
soldados franceses.
La risa pareciera ser un elemento que mantiene cohesionado el
accionar militar con las víctimas civiles. Tanto en Vietnam como
Iraq y Afganistán ha quedado evidenciado el alejamiento del
victimario en forma de Marine de la víctima en tanto que la castiga
por no dejarse "proteger", de hecho a la víctima se le culpa de su
propia suerte en tanto que optó por el errado camino de irse con el
enemigo. De esa manera, toda acción contra civiles queda ampliamente
justificada en tanto que se pone en la balanza la vida de alguien
que puede acabar con la vida propia o la de un amigo o camarada de
Unidad. El conflicto ha llenado todas las paradojas existentes
cuando se producen atentados entre los aliados en campo, cuando un
militar entrenado y alimentado por los cruzados se voltea y mata a
sus colegas de armas, no hay infiltración, no hay recompensas de
dinero por la cabeza de un marine, simple desprecio por el que ha
sembrado el desprecio en la propia tierra, ello llena de furia al
colonizador.