Adigio como siempre, como nunca

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Adigio Benítez no desmaya. A los 88 años de edad sigue dando muestras de pasión creadora y hondo sentido de entrega artística, como puede observarse en la exposición Negro de Marte en Blanco de Titanio, en la galería La Acacia, donde también se exhiben otras piezas de su larguísima trayectoria.

La novedad de la exposición consiste en el despliegue de cuadros de gran porte, en blanco y negro —el título genérico se explica de tal modo—, en los que aborda un abanico temático que va de la alegoría poética al testimonio épico.

Una flor en las manos de una muchacha se multiplica en planos de deliberada intensidad constructiva como para potenciar la lozanía del homenaje generacional.

Un rostro conocido, Julio Antonio Mella, desafía el primer plano de una composición en la que de una manera poliédrica se advierte la fuerza del gesto liberador contra las oscuras manos que troncharon la vida del dirigente estudiantil y comunista.

Entre una y otra representación, Adigio construye metáforas de vida, a las que insufla un hálito vivencial que parte de las ideas que ha defendido a lo largo de su existencia: la posibilidad real de que la belleza y la justicia se encuentren como nociones complementarias.

Fotos: Juvenal BalánEl artista, acompañado por Jorge Risquet y Abel Prieto, junto a la obra donde retrata a Mella.

Esa unidad se expresa en esta obra reciente del artista mediante la elaboración de planos simbólicos que se entrelazan en la composición, como cuando Martí asoma grávido de vida o se intuye el estallido de la esperanza en esos poemas visuales que dan cuenta del tránsito hacia el porvenir.

Todo esto es posible apreciarlo porque hay un oficio decantado detrás y delante de cada obra. Adigio ha logrado un sorprendente poder de síntesis entre la técnica y la expresión, como si quintaesenciara la línea y el contorno del dibujo.

Aquí se revelan las mejores dotes de quien ha sido uno de los más tenaces y fecundos ilustradores del arte cubano en el siglo XX, experiencia a la que ha unido otra que proviene de sus búsquedas pictóricas de las tres últimas décadas, en las cuales ha experimentado con la geometría —¿acaso una apropiación del cubismo?—, con los efectos de la papiroflexia (el arte de hacer figuras con los dobleces del papel), con los recursos del pop y con referencias paratextuales al clasicismo.

Al hacer confluir orgánicamente el legado del ilustrador con la especulación formal aludida, Adigio consigue una nueva cualidad en su obra, en la que por una parte se desprende de las tentaciones narrativas, mientras por otra se libra de excesivas, complejidades constructivas.

¿Mentalismo? ¿Puro cálculo? En modo alguno. En una entrevista hace algunos años, el propio Adigio dejó testimonio de cuál es la fuente de su proceso creador: "La inspiración es una brisa en la frente que nos deja una idea, algo que el artista, receptivo, puede tomar y convertir en obra real. Viene de lo ignoto por caminos desconocidos a iluminarnos en los momentos adormilados del descanso o se posa en el pensar despierto ante la realidad. El artista, sin detenerse mucho para no perderla, hace un croquis a lápiz donde la atrapa. Después, aparece en los bocetos ya claros, legibles, y pasa a la obra definitiva o se queda para ser realizada en su momento". O sea, emoción y trabajo, iluminación poética y faena cotidiana son los elementos que se reconjugan en el quehacer de Adigio.

Aunque el artista, según ha dicho, no ha renunciado al color, su elección en blanco y negro para estos formatos considerables resulta también una elección conceptual, en tanto hace más evidente el contraste en un juego espacial osado.

Estamos, pues, ante un artista que se empina sobre sí mismo para continuar maravillando las pupilas y el espíritu de sus contemporáneos. Es el Adigio de siempre y a la vez el que se adelanta.

 

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