Adigio
Benítez no desmaya. A los 88 años de edad sigue dando muestras de
pasión creadora y hondo sentido de entrega artística, como puede
observarse en la exposición Negro de Marte en Blanco de Titanio,
en la galería La Acacia, donde también se exhiben otras piezas de su
larguísima trayectoria.
La
novedad de la exposición consiste en el despliegue de cuadros de
gran porte, en blanco y negro —el título genérico se explica de tal
modo—, en los que aborda un abanico temático que va de la alegoría
poética al testimonio épico.
Una flor en las manos de una muchacha se multiplica en planos de
deliberada intensidad constructiva como para potenciar la lozanía
del homenaje generacional.
Un rostro conocido, Julio Antonio Mella, desafía el primer plano
de una composición en la que de una manera poliédrica se advierte la
fuerza del gesto liberador contra las oscuras manos que troncharon
la vida del dirigente estudiantil y comunista.
Entre una y otra representación, Adigio construye metáforas de
vida, a las que insufla un hálito vivencial que parte de las ideas
que ha defendido a lo largo de su existencia: la posibilidad real de
que la belleza y la justicia se encuentren como nociones
complementarias.
Esa unidad se expresa en esta obra reciente del artista mediante
la elaboración de planos simbólicos que se entrelazan en la
composición, como cuando Martí asoma grávido de vida o se intuye el
estallido de la esperanza en esos poemas visuales que dan cuenta del
tránsito hacia el porvenir.
Todo esto es posible apreciarlo porque hay un oficio decantado
detrás y delante de cada obra. Adigio ha logrado un sorprendente
poder de síntesis entre la técnica y la expresión, como si
quintaesenciara la línea y el contorno del dibujo.
Aquí se revelan las mejores dotes de quien ha sido uno de los más
tenaces y fecundos ilustradores del arte cubano en el siglo XX,
experiencia a la que ha unido otra que proviene de sus búsquedas
pictóricas de las tres últimas décadas, en las cuales ha
experimentado con la geometría —¿acaso una apropiación del
cubismo?—, con los efectos de la papiroflexia (el arte de hacer
figuras con los dobleces del papel), con los recursos del pop y con
referencias paratextuales al clasicismo.
Al hacer confluir orgánicamente el legado del ilustrador con la
especulación formal aludida, Adigio consigue una nueva cualidad en
su obra, en la que por una parte se desprende de las tentaciones
narrativas, mientras por otra se libra de excesivas, complejidades
constructivas.
¿Mentalismo? ¿Puro cálculo? En modo alguno. En una entrevista
hace algunos años, el propio Adigio dejó testimonio de cuál es la
fuente de su proceso creador: "La inspiración es una brisa en la
frente que nos deja una idea, algo que el artista, receptivo, puede
tomar y convertir en obra real. Viene de lo ignoto por caminos
desconocidos a iluminarnos en los momentos adormilados del descanso
o se posa en el pensar despierto ante la realidad. El artista, sin
detenerse mucho para no perderla, hace un croquis a lápiz donde la
atrapa. Después, aparece en los bocetos ya claros, legibles, y pasa
a la obra definitiva o se queda para ser realizada en su momento". O
sea, emoción y trabajo, iluminación poética y faena cotidiana son
los elementos que se reconjugan en el quehacer de Adigio.
Aunque el artista, según ha dicho, no ha renunciado al color, su
elección en blanco y negro para estos formatos considerables resulta
también una elección conceptual, en tanto hace más evidente el
contraste en un juego espacial osado.
Estamos, pues, ante un artista que se empina sobre sí mismo para
continuar maravillando las pupilas y el espíritu de sus
contemporáneos. Es el Adigio de siempre y a la vez el que se
adelanta.