La
retorcida intención de adquirir dinero fácil, sin reparar en
perjuicios económicos y sociales, corroe a los hombres y los conduce
por caminos muy desacertados. Precisamente por esos trillos que
vulneran la legalidad decidió transitar un delincuente, cuando
violentó uno de los teléfonos públicos ubicados en el municipio
capitalino de Playa.
Y lo más lamentable es que la fechoría, lejos de aflorar como
excepción dentro de nuestro panorama social, forma parte de los 206
hechos de esta índole perpetrados durante el 2011.
Según datos suministrados por ETECSA, tales actos ilícitos,
caracterizados fundamentalmente por el robo de cápsulas, así como la
sustracción de microteléfonos y la fractura de los mismos,
perjudicaron 260 servicios y las pérdidas económicas ascendieron a
más de 22 mil dólares. La provincia de Santiago de Cuba mostró la
mayor ocurrencia de hechos; le siguieron Villa Clara y La Habana con
cifras también elevadas.
No obstante, degrada más el costo social y el resquebrajamiento
de quienes pretenden delinquir como modo de vida. En Cuba, donde la
densidad telefónica es baja, los servicios públicos resultan
imprescindibles. De ahí la severidad con que debe caer el peso de la
ley sobre los infractores.
Con el objetivo de incrementar de modo ilícito su patrimonio, el
vándalo decidió apropiarse de un teléfono público situado en una de
las céntricas avenidas del municipio de Playa. La madrugada del día
22 de junio del 2011 le resultó propicia.
Acaso el malhechor imaginó una fortuna y con singular desenfado
desmontó el equipo de la placa metálica que lo sujetaba a la pared
del lugar. Golpeando desmesuradamente su estructura, logró acceder a
su caja recaudadora, la misma que debió deformar para adjudicarse el
contenido.
Apenas 18 pesos en moneda nacional contenía el teléfono. Cifra
irrisoria comparada con los más de 1 000 dólares que cuesta uno de
esos equipos en el mercado internacional. Mucho menos podría
equipararse con el sensible daño propinado a ese bien público y al
esfuerzo emprendido por el país para desarrollar las
telecomunicaciones, y en especial los servicios a la comunidad.
No contempló la posibilidad de ser descubierto. Colocó el
teléfono en una carretilla, lo cubrió con un cartón para evitar
sospechas y partió con su carga sin muchos contratiempos. Fue
entonces cuando la mirada inquisidora del agente del orden público
Yudelis Leyva echó abajo los planes del malandrín.
Rápidamente el policía recibió el apoyo de otros dos oficiales
del MININT que cumplían su servicio de vigilancia y patrullaje y
trasladaron al ciudadano a la estación de la PNR.
Aunque el comisor del hecho, de solo 22 años de edad, negó su
culpabilidad, la tenencia del equipo y las escasas monedas, unido a
las huellas de olor, resultaron pruebas irrefutables.
Tampoco le sirvió de mucho la opinión de sus vecinos quienes se
cuestionaban cómo lograba vivir por encima de sus posibilidades
económicas, sin mantener ningún vínculo laboral. Además, haber sido
procesado en dos oportunidades por desacato y en una ocasión por
lesiones, arroja mayores luces sobre su deformada conducta.
Ahora, acusado por el delito de robo con fuerza en las cosas, se
encuentra bajo la medida cautelar de prisión provisional. En su
expediente, presentado ya al tribunal, se exige la sanción de ocho
años de privación de libertad. Y quizás, en su espera del juicio,
reflexione sobre las tantas maneras lícitas mediante las cuales pudo
ganarse el sustento y que le hubiesen evitado permanecer tras las
rejas.