Todavía
hoy los aficionados veteranos recuerdan las líneas bajitas y
fuertes, por el centro del terreno, que caracterizaron a Urbano
González. Esa era la principal arma ofensiva de uno de los peloteros
más queridos durante los 13 años que dedicó al béisbol
revolucionario.
Participó con 23 años de edad, hace medio siglo, en la I Serie
Nacional, disfrutó de un repleto Latinoamericano y del estimulante
respaldo del Comandante en Jefe Fidel Castro a los protagonistas de
aquel empeño.
Sin ser jonronero, ni archivar promedios astronómicos, al Guajiro
de Catalina de Güines era difícil sorprenderlo con un lanzamiento
malo, porque estudiaba a cada pitcher y conocía, por los
movimientos, lo que le iba a tirar. Su average de por vida, cercano
a los 290, lo colocó entre los imprescindibles, esos que jamás
fueron a la banca.
Esta gloria deportiva, defensor de la intermedia en el equipo
Industriales, manifestó a Granma su felicidad por el amor y
cariño del pueblo. Esos sentimientos le acompañan desde su época de
pelotero activo. Tanto en el Latinoamericano como en el resto de los
estadios del país, Urbano devino ídolo, por su sencillez y
disciplina.
¿Que necesita el béisbol de hoy?
Más inteligencia, que se defiendan los colores de cada equipo con
pasión; disfrutar la victoria y sufrir la derrota, mayor "joseo" y
agresividad y tener a varios como Víctor Mesa que transmitan a sus
discípulos el estilo que aplaudían partidarios o no de su selección.
¿Con qué director se sintió mejor?
Ramón Carneado era punto y aparte. A su maestría y autoridad
sumaba la exigencia, el trato afable, casi de un padre con sus
peloteros, siempre atento a los problemas de cada uno.
¿El lanzador más difícil?
Cipriano Padrón, un zurdo pinareño, me dominaba fácilmente con
una bola lenta que se le movía; por lo general lo reservaban para
mí. En una ocasión, con las bases llenas, vino de relevo y me ponchó.
Nunca lo olvidaré.
¿A cuál le conectaba mejor?
Al inmenso Manuel Alarcón no le daba respiro. Él me estudiaba, yo
también a él y, después del primer lanzamiento, me imaginaba los
siguientes.
¿Le gustaba batear en conteo?
Solo esperaba mi bola ideal. Ahora está de moda protestar los
conteos del árbitro. Algo inútil, pues te desconcentra. Los grandes
bateadores de la pelota revolucionaria jamás discutieron un
strike. Antonio Muñoz, por ejemplo, sonreía porque era capaz de
regalar dos y conectar con uno. Este no es el arbitraje de pasados
años, pero no es elegante echarle el público encima.
¿Peloteros que más admiró?
Entre ellos a Pedro Chávez y Tony González. Este era un torpedero
muy especial por la forma en que se desplazaba para ambos lados, el
terreno que cubría y sus certeros tiros a primera saltando sobre el
corredor. Su maestría me ayudó mucho a cubrir la segunda base.
¿Feliz después del retiro?
Totalmente. Uno debe asimilar cuando llega la hora de colgar el
guante. Javier Méndez hizo muy bien, tomó la decisión cuando aún era
estelar. Otros restaron brillo a sus carreras al continuar ya sin
facultades.
Urbano estima que su aporte a la pelota revolucionaria es
modesto, sin embargo, los aficionados de hoy deben conocer su
participación en 13 series nacionales, cuatro campeonatos mundiales;
cuatro juegos panamericanos y tres centroamericanos; tres torneos
del Caribe, cinco juegos de las estrellas, Serie Especial de 1970 y
cinco series de la amistad.
A los 72 años se siente afortunado por los trofeos, diplomas y
otros reconocimientos, pero... "el mejor homenaje lo llevo dentro:
el cariño del pueblo, de mis antiguos compañeros y los de hoy; mi
lealtad a la Patria; estar en aquel primer desafío en el
Latinoamericano; no haber sido expulsado nunca de un terreno ni
abucheado y darlo todo por mi equipo y el de Cuba".
Una última consideración de Urbano: "En la pelota nuestra el
talento existe, solo falta ajustar los mecanismos técnicos y
organizativos; el desarrollo y las exigencias son otros y hay que
adaptarse a esas realidades para no quedarse atrás".