Y Melancolía es el último filme de ese danés estéticamente
inclasificable, perturbador y extrañamente poderoso que es Lars von
Trier, uno de los buenos seres vivientes del cine contemporáneo,
como en su tiempo lo fueron Bergman, Kurosawa, o Fellini, aunque más
ruidoso y polémico —de extremo a extremo–– que todos ellos juntos.
Los soplos de surrealismo presentes en los inicios de Lars von
Trier ––antes de que se hiciera capitán del movimiento Dogma 95,
luego abandonado–– asoman en Melancolía, una cinta dura de
seguir para algunos y de inmenso disfrute para otros, todo depende
del grado de conexión estética a la que se esté dispuesto, sin
perder de vista que puede haber en ella experimentos difíciles de
asimilar, o de entender, y no precisamente por falta de lucidez del
espectador.
Pesimista y oscuro como solo él sabe serlo, el danés arma una
trama en fin de cuentas catastrofista. Pero sería ingenuo pensar que
la asume a la manera de los clásicos del género que hicieron época
en los años setenta. Demasiados recursos de imaginación tiene para
poder subvertirlo todo, tanto en lo narrativo como en lo visual, en
especial el impresionante y quizás alargado prólogo con una banda
sonora apoyada en el drama musical Tristán e Isolda, que le
sirviera a Wagner para hablar de un amor imposible.
Romanticismo exacerbado entonces en ese prólogo de Melancolía,
pletórico de sugerencias fatalistas, que es igualmente un resumen de
las dos historias por venir, signadas de un clima apocalíptico y
hasta de terror (y de ninguna manera vaya a pensarse en lo que estos
dos términos significan en manos de Hollywood).
El filme de Von Trier está lleno de metáforas pero igualmente de
un sentido dramático tangible, ya que un planeta llamado Melancolía
se acerca a la Tierra. En esa atmósfera se describen dos historias,
la de Justine (con una sorprendente actuación de Kirsten Dunst),
bella muchacha con alguna inestabilidad psíquica y social para el
matrimonio, y la de su hermana Claire (Charlotte Gainsbourg) que
tras el fracaso de la primera la acoge y trata de consolarla.
Solo que Melancolía, ese otro planeta, se acerca y las conductas
de las dos hermanas, entre la histeria, la depresión y el temor,
tomarán otras proporciones en las que una vez más saldrán a relucir
las ambigüedades morales tan presentes en los filmes del danés, no
importa que en esta ocasión se apueste más por lo sobrenatural que
por lo racional.
Fotografía imponente y una cámara que recuerda a ratos los
movimientos y planos de Dogville (2003), desmesuras y
replanteo en un género asumido casi siempre por el cine más
comercial, poesía fantástica hurgando en el más viejo y universal de
los temas (la vida, la muerte y la manera de asumirla),
Melancolía es de esos filmes a los que hay que ir a ver
preparados para encontrarse con lo impensable.
Algunos, siempre pidiendo más y más, dirán que no es el filme más
lúcido del director, ni el más arriesgado y que hasta puede aburrir
en algún momento.
Pudiera ser. Pero lo más importante es que es una gran película,
y no solo sobre la melancolía que a ratos se nos asoma.