Desde Haití

El Norte, la Paz y la Tortuga

Amelia Duarte de la Rosa, enviada especial
amelia@granma.cip.cu

El noroeste de Haití es árido y deforestado. En las enormes montañas que custodian los tres distritos departamentales no predomina el color verde. Se distingue, más bien, un carmelita de tierra yerma y estéril, un paisaje devastado que ni los numerosos ríos logran avivar.

Foto de la autoraEmbarcadero para la isla de la tortuga.

La naturaleza es imponente y, aún así, los haitianos se adecuan a su entorno. Es común ver, en distintos puntos de las lomas y cerros, disímiles construcciones de viviendas. Muchas de ellas son sólidas, tal parece que desafían la gravedad y las inclemencias del tiempo, otras, en cambio, difícilmente se sostienen.

En las siete comunas de los distritos escasean la luz eléctrica y el agua potable. La vida comienza al amanecer y los caminos quedan semidesiertos en horas tempranas de la tarde. Las vías hay que cruzarlas con precaución para no enfangarse en los charcos provocados por la falta de desagües. Solo en San Luis del Norte, uno de los distritos, las calles están pavimentadas.

El pueblo es uno de los más limpios del país y sus habitantes se regodean por ello. Hasta hace poco existía un peaje vial para poder pagarles a los trabajadores de limpieza pública. Ahora, cada cual barre su terreno y mantiene la higienización de la ciudad. Es una estampa agradable la de San Luis, nada es tan angosto como en el resto de Haití.

Por su parte, la capital Port de Paix (Puerto de la Paz) no es muy diferente de las cabeceras departamentales. Varias plazas, una catedral —ahora en reconstrucción—; un parque en tributo a François Capois, héroe de la Revolución haitiana; una cruz en lo alto de una loma, motivo de peregrinación de los pobladores; y muchísimos marché (mercados) tiene la urbe durante mucho tiempo conocida como la ciudad del oro.

Fundada en 1665 por piratas franceses, Port de Paix, además, tuvo en su puerto un fuerte mercado exportador de café y bananas. De esa época dorada solo quedan de testigos algunas bonitas playas y paisajes. Entre ellos, los que dan vista a la isla de la Tortuga.

La isla, refugio de los corsarios y bucaneros en el siglo XVII, se utilizó como establecimiento para el tráfico de tabaco y de cuero. Su accidentada topografía montañosa, el suelo arenoso, los excepcionales arrecifes y sus leyendas hacen del territorio un lugar mítico, un pequeño paraíso geográfico en el océano Atlántico.

Diariamente salen de Port de Paix decenas de botes hacia la Tortuga. La travesía por mar es peligrosa, pero todos parecen estar acostumbrados. Una vez en la isla, las zonas son de difícil acceso; sin embargo, también allá hay médicos cubanos.

En el noroeste, nuestros colaboradores retan la geografía y brindan atención a los pobladores en otros cinco puntos: en el Dispensario Fátima Soleil, en el Hospital Inmaculada y en una sala de rehabilitación, en Port de Paix; en San luis del Norte; en Bassin Bleu y, durante los fines de semana, en todas las comunas que integran el departamento.

 

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