Aniversario 50 de la campaña de alfabetización

¡Cumplimos, Fidel, y no te defraudaremos!

HÉCTOR ARTURO

Alba, Patria y Lilavatti pasan ya de los 60 abriles, pero mantienen la alegría y la entereza de hace medio siglo, cuando desandaron por llanos y montañas, llevando con las letras la luz de la verdad.

El viernes 22 de diciembre de 1961, en la tribuna de la Plaza de la Revolución, fue tomada esta imagen del Comandante en Jefe Fidel Castro junto a la joven alfabetizadora Lilavatti Díaz, quien habló en nombre de sus 100 mil compañeros de las Brigadas Conrado Benítez.

Hace mucho más tiempo, el Apóstol había expresado que tras educarse, todo hombre tiene el deber de contribuir a la educación de los demás.

Y un año antes de la hazaña, el Comandante en Jefe había prometido ante el mundo, en la Asamblea General de la ONU, que en 1961 Cuba erradicaría para siempre el analfabetismo.

Patria Silva.

Alba Cortina.

Lilavatti Díaz.

Miles de jóvenes respondieron al llamado de la Revolución, y ni siquiera los crímenes de asesinos a sueldo de la CIA pudieron impedir que todo el país se convirtiera en la mayor aula del Planeta.

Ni los padres, entonces vacilantes, pudieron impedir que sus pequeños hijos, algunos sin siquiera haber festejado sus 12 primaveras, dieran el paso al frente.

En las filas de este ejército, el más puro de todos los ejércitos del orbe, estaban Patria Silva Trujillo, Alba Margarita Cortina Aguirre y Lilavatti Díaz de Villalvilla Carbó.

Patria rondaba los 20 años de edad; Alba los 17 y Lilavatti había acabado de celebrar sus 15.

Tras el breve curso preparatorio en la playa de Varadero, Alba y Patria fueron destinadas a la Ciénaga de Zapata.

Mosquitos, jejenes, majaes, cocodrilos, pantanos, espinas y enormes distancias entre uno y otro bohío fue lo que encontraron.

Pero no era lo peor. Lo peor llegó al amanecer del 17 de abril de 1961, cuando desembarcaron los mercenarios del imperio, que traían entre sus misiones evitar a toda costa que los cubanos aprendieran a leer y a escribir.

A lo lejos, en la oscuridad del horizonte, donde nadie sabe si empieza el mar o acaba el cielo, divisaron las primeras luces, y Patria subió a un jeep con algunos milicianos para saber qué ocurría.

La primera ráfaga de calibre 50 destrozó el parabrisas del vehículo y apenas pudieron escapar de aquello que se convirtió de pronto en un infierno.

En la casa de las milicias tuvieron que refugiarse, sin armas, porque ya no quedaban más.

Los mercenarios rodearon el lugar y conminaron a la rendición, diciendo que venían a salvar a Cuba del yugo comunista.

Nadie aceptó tal oferta. Y con una bazuca muy cerca de su rostro pasó la noche, en compañía de carboneros y pescadores y la pequeña hija de una federada que no llegaba a los cinco añitos de edad.

Al amanecer comenzaron los interrogatorios, que dirigía un tal Andrew.

"Me prometió que me llevaría para La Habana en avión si me unía a ellos y le dije que prefería irme a pie que andar con ellos. Otro, al que llamaban el Chino Kim preguntó por la maestra comunista, y le respondí que era yo, católica y socialista. Entonces me mandó con algunos de sus hombres para la línea de fuego, lo cual me sirvió para apreciar lo cobardes que eran.

"No nos dieron comida ni agua hasta el día 19, en que empezaron a tratar de escaparse en las barcazas. Nos encerraron en un closet y no supimos más de ellos. Al fin llegaron los nuestros y me condujeron al hospital de Jagüey Grande, porque estaba toda embarrada de sangre, pero no era mía, sino de otros heridos.

"Y regresé a la Ciénaga, para terminar de alfabetizar a mis ocho alumnos".

Patria fue prisionera de los mercenarios. Pero en menos de 72 horas, la Patria fue libre para siempre. Y después, libre y más culta.

Alba, con nombre de amanecer, también solicitó ser ubicada en la Ciénaga y allí la sorprendió la invasión mercenaria.

Valiente y decidida, se imaginó que su padre debía andar por aquellos lares, pues era miliciano del Batallón 117, y se escapó de los campesinos que protegían a los alfabetizadores, y atravesando montes y pastizales, partió para encontrarlo.

De no serle posible, quizás toparía con su novio, que era artillero de las cuatrobocas antiaéreas.

"Alguien me preguntó el nombre y me entregó un papelito escrito por mi papá, en el cual me decía que estaba muy cerca de mí, por el central Covadonga.

"Subí a un caballo, pues ya esta habanerita se había convertido un poco en campesina, y salí a todo lo que le daban las patas a aquel animal, bordeando la línea del tren.

"Los aviones sobrevolaban y ametrallaban y bombardeaban, y yo me lanzaba a la cuneta y me tapaba la cabeza con las manos hasta que aquello pasara, y de nuevo a galope en busca de mi padre.

"Por fin llegué al batallón y me asusté porque sacaron a un compañero herido que se parecía a él, pero una hora después ya estábamos juntos y me dijo que sabía que yo no lo iba a hacer quedar mal después que me dio permiso para incorporarme a la alfabetización. Me consiguió una metralleta checa, y así me encontraron el día 18, después que ya había ayudado a curar heridos, a hacer torundas y a cocinar para nuestros milicianos".

Lilavatti fue destinada mucho más lejos, allá, en áreas del barrio La Represa, del central Antonio Guiteras, en Puerto Padre.

Desde allí partía a diario hasta La Boca, donde alfabetizó a cinco adultos, que eran macheteros y en el tiempo muerto se dedicaban a la pesca.

"Después me designaron coordinadora en Los Alfonsos, donde permanecí hasta el final de la campaña, cuando regresamos en tren hacia La Habana.

"Mi casa, en La Víbora, se convirtió casi en un campamento de alfabetizadores, pues se albergaron aquí varios brigadistas de otras provincias que vinieron para el acto en la Plaza.

"Unos días antes vinieron a verme con la propuesta de que yo hablara en nombre de los alfabetizadores. Pregunté por qué yo, y me dijeron que se debía a mi condición de alumna de cuarto año de bachillerato y de secretaria general del Comité de Base de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) en el Instituto de La Víbora.

"Lo único que no acepté fue escribir lo que iba a decir. Dije que yo improvisaba y alguien comentó: ‘es guapa la chiquilla’. Y así lo hice. Conversamos entre nosotros y acordamos los temas que debía tratar allí en la Plaza.

"Aquel 22 de diciembre, lloviendo, llegué allí, subí a la tribuna y me impresionó muchísimo el toque del corneta y el minuto de silencio por los mártires de la alfabetización.

"Después hablé y sinceramente no estaba nerviosa, pero sí muy emocionada, por estar tan cerca de Fidel y ver a aquella multitud enorme, festejando la victoria de todo nuestro pueblo.

"Dije que la campaña había sido una tarea de gigantes y que vencimos gracias a los mártires, al pueblo y a una juventud valiente.

"Con la misma me viré para Fidel y le expresé: ¡cumplimos y no te defraudaremos jamás. Regresamos mejores revolucionarios, tras haber vivido la vida del campesino y sentir su cariño y bondad. Estaremos a la altura de nuestra Revolución que siempre confió en los que dentro de poco la dirigiremos!

"Y continué con un llamado a mis contemporáneos, diciéndoles que debíamos ser mejores, estudiar mucho y mantenernos firmes y dispuestos a cumplir cualquier tarea de la Revolución, pues así tiene que ser la juventud de un país socialista".

Después Patria izó la enorme bandera roja que proclamaba a Cuba como Territorio Libre de Analfabetismo.

A 50 años de aquella hazaña, la experiencia ha atravesado mares y llegado a 28 países hermanos, donde han sido alfabetizadas más de cinco millones de personas.

Mientras, Patria, Alba y Lilavatti se han mantenido firmes y viven con el sano orgullo de haber puesto su granito de saber en la gesta de todo un pueblo, que permitió que se cumpliera la palabra empeñada de Fidel en la ONU, y que se hiciera realidad su frase del viernes 22 de diciembre de 1961 junto a la estatua del Maestro:

"Cuatro siglos de ignorancia fueron derribados... ".

 

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