Patria rondaba los 20 años de edad; Alba los 17 y Lilavatti había
acabado de celebrar sus 15.
Tras el breve curso preparatorio en la playa de Varadero, Alba y
Patria fueron destinadas a la Ciénaga de Zapata.
Mosquitos, jejenes, majaes, cocodrilos, pantanos, espinas y
enormes distancias entre uno y otro bohío fue lo que encontraron.
Pero no era lo peor. Lo peor llegó al amanecer del 17 de abril de
1961, cuando desembarcaron los mercenarios del imperio, que traían
entre sus misiones evitar a toda costa que los cubanos aprendieran a
leer y a escribir.
A lo lejos, en la oscuridad del horizonte, donde nadie sabe si
empieza el mar o acaba el cielo, divisaron las primeras luces, y
Patria subió a un jeep con algunos milicianos para saber qué
ocurría.
La primera ráfaga de calibre 50 destrozó el parabrisas del
vehículo y apenas pudieron escapar de aquello que se convirtió de
pronto en un infierno.
En la casa de las milicias tuvieron que refugiarse, sin armas,
porque ya no quedaban más.
Los mercenarios rodearon el lugar y conminaron a la rendición,
diciendo que venían a salvar a Cuba del yugo comunista.
Nadie aceptó tal oferta. Y con una bazuca muy cerca de su rostro
pasó la noche, en compañía de carboneros y pescadores y la pequeña
hija de una federada que no llegaba a los cinco añitos de edad.
Al amanecer comenzaron los interrogatorios, que dirigía un tal
Andrew.
"Me prometió que me llevaría para La Habana en avión si me unía a
ellos y le dije que prefería irme a pie que andar con ellos. Otro,
al que llamaban el Chino Kim preguntó por la maestra comunista, y le
respondí que era yo, católica y socialista. Entonces me mandó con
algunos de sus hombres para la línea de fuego, lo cual me sirvió
para apreciar lo cobardes que eran.
"No nos dieron comida ni agua hasta el día 19, en que empezaron a
tratar de escaparse en las barcazas. Nos encerraron en un closet y
no supimos más de ellos. Al fin llegaron los nuestros y me
condujeron al hospital de Jagüey Grande, porque estaba toda
embarrada de sangre, pero no era mía, sino de otros heridos.
"Y regresé a la Ciénaga, para terminar de alfabetizar a mis ocho
alumnos".
Patria fue prisionera de los mercenarios. Pero en menos de 72
horas, la Patria fue libre para siempre. Y después, libre y más
culta.
Alba, con nombre de amanecer, también solicitó ser ubicada en la
Ciénaga y allí la sorprendió la invasión mercenaria.
Valiente y decidida, se imaginó que su padre debía andar por
aquellos lares, pues era miliciano del Batallón 117, y se escapó de
los campesinos que protegían a los alfabetizadores, y atravesando
montes y pastizales, partió para encontrarlo.
De no serle posible, quizás toparía con su novio, que era
artillero de las cuatrobocas antiaéreas.
"Alguien me preguntó el nombre y me entregó un papelito escrito
por mi papá, en el cual me decía que estaba muy cerca de mí, por el
central Covadonga.
"Subí a un caballo, pues ya esta habanerita se había convertido
un poco en campesina, y salí a todo lo que le daban las patas a
aquel animal, bordeando la línea del tren.
"Los aviones sobrevolaban y ametrallaban y bombardeaban, y yo me
lanzaba a la cuneta y me tapaba la cabeza con las manos hasta que
aquello pasara, y de nuevo a galope en busca de mi padre.
"Por fin llegué al batallón y me asusté porque sacaron a un
compañero herido que se parecía a él, pero una hora después ya
estábamos juntos y me dijo que sabía que yo no lo iba a hacer quedar
mal después que me dio permiso para incorporarme a la
alfabetización. Me consiguió una metralleta checa, y así me
encontraron el día 18, después que ya había ayudado a curar heridos,
a hacer torundas y a cocinar para nuestros milicianos".
Lilavatti fue destinada mucho más lejos, allá, en áreas del
barrio La Represa, del central Antonio Guiteras, en Puerto Padre.
Desde allí partía a diario hasta La Boca, donde alfabetizó a
cinco adultos, que eran macheteros y en el tiempo muerto se
dedicaban a la pesca.
"Después me designaron coordinadora en Los Alfonsos, donde
permanecí hasta el final de la campaña, cuando regresamos en tren
hacia La Habana.
"Mi casa, en La Víbora, se convirtió casi en un campamento de
alfabetizadores, pues se albergaron aquí varios brigadistas de otras
provincias que vinieron para el acto en la Plaza.
"Unos días antes vinieron a verme con la propuesta de que yo
hablara en nombre de los alfabetizadores. Pregunté por qué yo, y me
dijeron que se debía a mi condición de alumna de cuarto año de
bachillerato y de secretaria general del Comité de Base de la
Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) en el Instituto de La Víbora.
"Lo único que no acepté fue escribir lo que iba a decir. Dije que
yo improvisaba y alguien comentó: ‘es guapa la chiquilla’. Y así lo
hice. Conversamos entre nosotros y acordamos los temas que debía
tratar allí en la Plaza.
"Aquel 22 de diciembre, lloviendo, llegué allí, subí a la tribuna
y me impresionó muchísimo el toque del corneta y el minuto de
silencio por los mártires de la alfabetización.
"Después hablé y sinceramente no estaba nerviosa, pero sí muy
emocionada, por estar tan cerca de Fidel y ver a aquella multitud
enorme, festejando la victoria de todo nuestro pueblo.
"Dije que la campaña había sido una tarea de gigantes y que
vencimos gracias a los mártires, al pueblo y a una juventud
valiente.
"Con la misma me viré para Fidel y le expresé: ¡cumplimos y no te
defraudaremos jamás. Regresamos mejores revolucionarios, tras haber
vivido la vida del campesino y sentir su cariño y bondad. Estaremos
a la altura de nuestra Revolución que siempre confió en los que
dentro de poco la dirigiremos!
"Y continué con un llamado a mis contemporáneos, diciéndoles que
debíamos ser mejores, estudiar mucho y mantenernos firmes y
dispuestos a cumplir cualquier tarea de la Revolución, pues así
tiene que ser la juventud de un país socialista".
Después Patria izó la enorme bandera roja que proclamaba a Cuba
como Territorio Libre de Analfabetismo.
A 50 años de aquella hazaña, la experiencia ha atravesado mares y
llegado a 28 países hermanos, donde han sido alfabetizadas más de
cinco millones de personas.
Mientras, Patria, Alba y Lilavatti se han mantenido firmes y
viven con el sano orgullo de haber puesto su granito de saber en la
gesta de todo un pueblo, que permitió que se cumpliera la palabra
empeñada de Fidel en la ONU, y que se hiciera realidad su frase del
viernes 22 de diciembre de 1961 junto a la estatua del Maestro:
"Cuatro siglos de ignorancia fueron derribados... ".