Ya
lo avanzaron las novelas y las películas de ciencia ficción.
Repelentes extraterrestres con cuerpos desproporcionados que,
gracias a un desarrollo tecnológico superior al del humano, invadían
el planeta doblegando a los seres vivos con el único objetivo de
expoliar los recursos y poder subsistir. La realidad, en verdad no
dista tanto de la ficción, aunque los invasores no son precisamente
grotescos siderales cobijados en grandes OVNI’s que viajan por
constelaciones a la velocidad de la luz. De hecho, no hay ni que
salir de la Tierra. Cierta elite de seres humanos, desde hace siglos
invade y aplasta a otros más indefensos con el propósito "marciano"
de robar sus recursos naturales y perpetuar su nivel de vida.
Es más cómodo mirar a otro lado, despreocuparse y pensar que la
humanidad, con su raciocinio innato, acabará encontrando la solución
a los problemas ambientales. Pero lo cierto es que la Tierra ya
hubiera colapsado si todas las personas del planeta consumieran
recursos al ritmo que lo hacen los países con ingresos más altos.
Esto aún no ha sucedido de forma irreversible y grave, porque el
aparente equilibro ambiental se sustenta en un injusto desequilibrio
social: una minoría económicamente más avanzada consume los recursos
de la mayoría.
Esta es la conclusión tras ojear informes de la Global Footprint
Network, organización que desde hace años se encarga de medir el
impacto del ser humano en el medio ambiente. Lo hace elaborando un
indicador denominado "huella ecológica", que se expresa como la
superficie necesaria para producir los recursos naturales consumidos
por una persona. Aun tratándose de un indicador limitado,
proporciona datos bastante elocuentes sobre la realidad ecológica a
nivel nacional, regional o mundial.
Según un estudio publicado en el 2010, la "huella ecológica"
global era de 2,7 hectáreas por habitante. Por el contrario, la "biocapacidad"
(recursos reales disponibles en el planeta por superficie y
ciudadano) fue calculada en 1,8 hectáreas por persona. Es decir, de
media, el ser humano está consumiendo una hectárea más de recursos
de los realmente disponibles, lo que se traduce en una
sobreexplotación del planeta que puede tener consecuencias
drásticas.
Lo curioso y triste a la vez, es que el 15 % de la población,
situada en naciones con ingresos altos, en conjunto consume 6,1
hectáreas por habitante, cuando su "biocapacidad" es de la mitad. Si
este patrón se repitiera a nivel mundial, sería perentorio
conquistar otro planeta idéntico a la Tierra para poder expoliar sus
recursos y mantener el ritmo de vida occidental. Por el contrario,
la "huella ecológica" del 85 % restante es prácticamente idéntica a
su "biocapacidad", o sea, la gran mayoría del planeta vive
sostenible y respetuosamente con el medio ambiente. Solo un 15 %
desequilibra la balanza, que mínimamente equilibra gracias al
consumo de recursos ajenos.
La "huella ecológica" de un ciudadano de un país con ingresos
medios o bajos es de dos hectáreas, que resulta ser cuatro veces
menor que la estadounidense, cinco veces más pequeña que la de un
qatarí y dos veces y media inferior a la de un ciudadano español,
que necesitaría tres "españas" y media para poder satisfacer sus
necesidades.
Según el Global Footprint Network, el pasado 27 de septiembre el
planeta entró en déficit ecológico. Los recursos disponibles para
este año fueron agotados en menos de nueve meses y los que se
consuman hasta final de año son recursos que el planeta no puede
producir, contaminantes que no puede absorber, etc.
A pesar de ello, ninguna autoridad política está interesada en
poner límites a un modelo de crecimiento cimentado en la desigualdad
y en la destrucción del medio ambiente. El asunto tiene mala pinta,
a no ser que la NASA se espabile y pueda construir naves espaciales
que permitan la conquista de otros planetas como la Tierra. O eso, o
levantar el pie del acelerador.