Porque
no se pueden matar las ideas ni el ejemplo, Jesús Menéndez vive.
Encrucijada le vio nacer hace exactamente un siglo atrás —el 14 de
diciembre de 1911— en la finca La Palma, en la entonces provincia de
Las Villas.
Hijo y nieto de mambises, creció en el seno de una familia
numerosa que no escapaba a la miseria predominante por esa época en
nuestros campos.
Hermano de nueve varones y una hembra, Jesús Menéndez no solo
sufrió las consecuencias de ser negro en un país dominado por
blancos, sino que —tras la muerte de su madre— tuvo que buscar
trabajo siendo un adolescente para aliviar el hambre. Primero lo
hizo como cortador de caña en las colonias de Yaba y Mercedita, del
otrora central Nazábal; y luego, como purgador de azúcar en el
Constancia, mientras en el llamado "tiempo muerto" pasaba sus días
escogiendo tabaco.
También se le podía ver limpiando botas, vendiendo pollos o
viandas cosechadas por él y su abuelo... Y es que —como confesó una
vez— "éramos muchos en la casa para que alcanzara el pan para
todos... el hambre entre tantos, suma una cifra: desesperación. Y me
fui un buen día a vender mi fuerza de trabajo (...) Creo que si me
corto las venas, corre por mi sangre un río de guarapo amargo".
Fue en el propio central Constancia donde empezó a formarse como
líder sindical y a dedicarse a la reivindicación de los intereses de
la clase obrera.
Desde 1929 hasta 1933 —coincidentemente durante el segundo
mandato de Gerardo Machado— encabezó el Sindicato Azucarero del
ingenio donde laboraba y, al mismo tiempo, dirigió a los tabacaleros
del municipio de Encrucijada, así como estuvo al frente de la
Federación Regional Obrera local, constituida en ese territorio.
Su actividad revolucionaria le llevó en dos ocasiones tras los
barrotes de frías celdas... ¡Hasta las galeras del Castillo del
Príncipe conoció Jesús!
Pero ni la cárcel ni las torturas pudieron encontrar flaqueza
alguna en este hombre. Por ello, a partir de 1931 pasó a militar las
filas del primer Partido Comunista de nuestro país —fundado por
Mella y Baliño— y, dos años más tarde, ayudó a organizar la llamada
Marcha de Hambre.
En representación de los azucareros de Las Villas, que para
aquella fecha ya estaban integrados en el Sindicato Nacional de
Obreros de la Industria Azucarera (SNOIA) —creado en Camagüey, en
1932— participó en el IV Congreso de la Unidad Sindical, organizado
por la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC).
En 1938, Las Villas devino hervidero de ideales y agitación
revolucionaria, en ocasión de celebrarse allí el Congreso de la
Federación Provincial de Trabajadores de Santa Clara, en el que
Menéndez Larrondo resultó electo su Secretario General.
Su actividad sindical seguiría en ascenso. Apenas un año después
tuvo lugar en la tierra de Agramonte el Primer Congreso Nacional
Azucarero —conocido además como Constituyente—, donde el SNOIA fue
sustituido por la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros (FNTA),
de la cual fue Vicesecretario y Secretario General, este último
cargo lo asumió a partir de 1941.
Desde sus nuevas responsabilidades intensificó su labor y
acrecentó su radio de acción, cuyos resultados lo llevaron a ser
elegido Secretario General en ocasión del Tercer Congreso de la
Federación Nacional Obrera Azucarera (FNOA). Este mismo cargo lo
desempeñó luego en la FNTA.
También fue electo Representante a la Cámara durante dos años,
—desde 1940— por el Partido Socialista Popular, siendo primer
suplente en el año 44 y reelecto en el 46.
Entre sus logros más trascendentales está el del diferencial
azucarero, considerado como una de las conquistas más importantes de
la clase obrera cubana antes del triunfo revolucionario de 1959, y
que consistía en un salario extra a recibir por los obreros, una vez
terminada la zafra, por sus aportes productivos a esta industria.
Esto fue posible gracias a la constante lucha de Jesús contra la
decisión del presidente cubano Ramón Grau San Martín de congelar por
dos años el precio del azúcar para venderle las zafras a Estados
Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial, a un índice inferior al
fijado en el mercado internacional.
Con la asesoría económica de Jacinto Torres y con el apoyo de los
azucareros de la Isla, Menéndez echó por tierra la artimaña de Grau
y logró que el Sindicato fuera partícipe de las negociaciones
efectuadas en Washington. Como resultado, se estableció una Cláusula
de Garantía, mediante la cual el precio del azúcar exportada
aumentaría en la misma proporción que el precio de aquellos
productos de primera necesidad que Cuba debía importar de suelo
estadounidense. Por esta razón, los trabajadores del azúcar
recibieron al finalizar el año un aumento del 13,42 % del salario
que cobraban.
La caja de retiro, los aumentos salariales y disímiles derechos
para elevar las condiciones de vida de quienes dependían de esa
industria, fueron otras relevantes conquistas de la clase obrera
bajo el liderazgo del General de las Cañas.
Su asesinato había sido planeado. De acuerdo con la nueva táctica
iniciada entonces por el imperialismo y puesta en ejecución por sus
servidores nativos en cada uno de los países de América Latina, y
posteriormente, en Cuba, Jesús Menéndez estaba condenado a muerte.
¿Por qué?
Porque, al decir de Gaspar García Galló —amigo, compañero,
biógrafo de Menéndez y autor de la frase que titula este artículo—
él "representa en la larga lista de héroes y mártires de nuestra
historia al trabajador del cañaveral, de la casa de ingenio y de los
bancos de escogida tabacalera. Por su origen de clase y por el medio
social de sus años infantiles, fue quizás el más humilde de todos
ellos. Sin más enseñanza sistematizada que la de los cuatro primeros
grados elementales de la escuela pública, ascender desde el central
azucarero hasta el Parlamento burgués y los congresos
internacionales para defender, como militante comunista, los
intereses de su clase y de su pueblo, para combatir sin flaquezas a
la oligarquía, al imperialismo".
Lo mataron por comunista, por negro que osó enfrentarse a los
blancos y al Secretario de Estado de la metrópoli, y porque además
de negro y comunista, era el dirigente querido de más de 400 mil
trabajadores del azúcar, a quien no podían comprar y muchos menos
desplazar de esa condición de líder indiscutible de los obreros.
Y por ser justamente así, perseverante y digno, aquel 22 de enero
de 1948 mandaron a un verdugo a detenerlo, Joaquín Casillas Lumpuy,
el "capitán del odio", como lo llamó nuestro Poeta Nacional, Nicolás
Guillén. Ante la negativa de Jesús de acompañarlo, Casillas
—revólver en mano— le apuntó a traición. Cuatro disparos retumbaron
en el viento y Jesús cayó asesinado, a sus 36 años.
Como dijo el General de Ejército Raúl Castro Ruz, en el homenaje
por el cincuentenario de su asesinato, la ofrenda "que dejamos en tu
última trinchera, es el azúcar con sudor, pero sin lágrimas, es la
Cuba Libre y justiciera que soñaste. Tu lucha, tu prédica, tu
sangre, tu ejemplo, General de las Cañas, nutrieron la unidad
indestructible del pueblo y la nación indoblegable que seguirá
construyendo el Socialismo del siglo XXI".
Cuando se cumplen cien años de su natalicio, en medio de un
sector que se redimensiona y de una zafra que ha arrancado con buen
ritmo, el Jesús machetero, el limpiabotas, el vendedor ambulante, el
líder y, sobre todo, el hombre —unidos todos en un solo Jesús—,
aparecen multiplicados en millones de cubanos, y también, en poemas,
melodías, lienzos... Con paso rápido y sonrisa espontánea, este
"negro y fino prócer, como un bastón de ébano", regresa a los
cañaverales.
Así eres tú, Jesús, sencillo y único. Y entre cañas, te seguimos
viendo, vivo como estás y convertido en verso: Jesús Menéndez,
Jesús/ de nuestros azucareros,/ lograste que un pueblo entero/ se
alumbrara con tu luz./ Quiso el "capitán del odio"/ matarte y no lo
logró./ Y mientras en cada cañaveral,/ crecen tu ejemplo y tu
hazaña,/ Cuba honra al General/ que resurge de las cañas.