Hace unos días narraba en mi blog personal una vivencia simple y
conmovedora. Eran cerca de las seis de la tarde. A doble paso, como
suelo caminar, cruzaba la última esquina del Capitolio, frente a los
restos del Teatro Campoamor —o Teatro Capitolio, como dice un
letrero en su parte superior—, cuando vi a un hombre que yacía
inconsciente en el suelo. "Es un borracho", pensé, y me dispuse a
seguir. Pero a su lado otro hombre, desaliñado, sucio, que quizás
también regresaba como yo de su jornada laboral, repetía angustiado:
"parece un ataque de hipoglicemia". Insistía tanto que me detuve y
miré, sin ver, claro, porque de medicina no sé nada. "¿Usted lo
conoce?". "No", me dijo, "pero parece un ataque de hipoglicemia,
mira como respira". Otro transeúnte se detuvo y opinó que debíamos
buscar un auto que lo llevara al hospital. Éramos ya tres. Pero el
cuarto en aparecer siguió de largo y todavía se atrevió a decir:
"déjenlo, no es asunto de ustedes, si le pasa algo se van a
complicar la vida". "Hay que ayudarlo", respondió decidido el
tercero en llegar. Y el primero, el que nos detuvo con su letanía "hipoglicémica"
gritó: "Oye, ¡esto no es Estados Unidos! ¡Esto es Cuba!". Entonces
vimos llegar el carro. Los tres bloqueamos la calle, e hicimos
señas. Después lo cargamos entre todos, y el vigía, el salvador
anónimo, se montó junto al posible enfermo en el asiento trasero. No
sé y probablemente no sepa ya si estaba borracho, o enfermo,
cualquiera que sea su enfermedad, pero aquel salvador cansado,
sucio, que pasaría inadvertido en la multitud citadina, me recordó
que vivimos en Cuba.
Esa es la anécdota. Unas horas más tarde aparecía en mi blog el
comentario de un lector que encomiaba las bondades materiales del
sistema de emergencias médicas del Primer Mundo, "que en Estados
Unidos —decía—, suple la carencia de espíritu de los
norteamericanos, descendientes de fríos europeos del Norte", y
añadía una hipótesis: el acceso a la riqueza, "es en última
instancia lo que vuelve a la gente egoísta: el no necesitarse los
unos a los otros". No creo, sin embargo, que la insolidaridad sea un
resultado inevitable de la riqueza, ni que la procedencia geográfica
de los humanos nos predetermine en la intensidad de nuestros
sentimientos. Otro lector, nombrado Arnaldo Fernández, comentaba
desde su experiencia personal: "he sido recogido con una crisis
cardiaca por esos avanzados servicios de emergencia del Primer Mundo
de los que aquí se hablan, y reconozco la eficiencia y
profesionalidad de los equipos paramédicos. Pero la cruel
experiencia llega cuando esas mismas sofisticadas ambulancias te
dejan en los hospitales, donde si no tienes dinero o no cuentas con
seguro, estabilizan tu situación y te mandan de patitas a la calle.
A pesar de eso, solo les cuento que un infarto en el 2004 me dejó
una deuda de 127 000 dólares, y la más reciente hospitalización de
cinco días, donde solo se ocuparon de estabilizar mi presión, me
dejó colgados otros 55 000 dólares. Y lo peor de esta historia: sin
tratamiento, sin seguimiento, a expensas de una nueva crisis que
puede llegar a quitarme la vida, solo por no tener un seguro que
cubra los excesivos costos de la medicina primermundista".
Ningún equipo médico, por sofisticado que sea, puede sustituir la
competencia moral y profesional, humana, del médico, ni el apoyo
solidario de la ciudadanía. Recuerdo que fue la conductora del
programa de CNN plus la que, en medio de un debate interminable en
el que participaba, me interpuso la pregunta tramposa: "pero los
seres humanos, ¿no somos los mismos en todas partes?". No se
refería, claro, a sentimientos universales, como el amor o el odio,
sino a la manera de entender conceptos sociales, inevitablemente
históricos, como el de libertad o el de derechos humanos. Hablábamos
sin embargo de proyectos de vida esencialmente opuestos: los que
sustentan al capitalismo y al socialismo.
Cito este ejemplo para explicar la sordera y la ceguera
programáticas de las transnacionales de prensa (y de los políticos
del sistema, rosados, verdes o azules) en torno a cualquier
alternativa de organización social: el capitalismo no acepta la
existencia de otras formas de vida, si no las puede subordinar; en
esos casos, las considera simples manifestaciones (ilegales) de
barbarie. La no aceptación es parte de su feroz instinto de
conservación. En algunos países donde existe colaboración cubana,
las asociaciones médicas locales la han declarado ilegal. ¿Por qué?
Los cubanos van a las zonas más apartadas y/o peligrosas, no cobran
más que un estipendio mínimo, conviven con los pobladores más pobres
y comparten sus condiciones de vida; son absolutamente subversivos.
Lo que para cualquier observador imparcial y sobre todo, para los
pobladores beneficiados, es un acto de solidaridad elemental,
aparece como ruptura de la "legalidad" capitalista.
Vuelvo a la anécdota que narraba al inicio. Solo el socialismo
acata y defiende los derechos humanos; el capitalismo, el gran
ilusionista, hace creer a los ciudadanos que son libres, que están
informados, que pueden hacerse ricos, que eligen un proyecto de
gobierno cada cinco años, y los embauca. Solo el socialismo puede
rescatar la dignidad individual de todos los ciudadanos en un
proyecto de nación que no menoscabe la de una mayoría, por la de una
avara minoría. Los hombres y mujeres solidarios de la Patria, son
sus ángeles guardianes. Que uno de los transeúntes de mi vivencia se
negara a ofrecer ayuda, me inquieta. Pero aquel hombre simple,
desaliñado, que voceaba la necesidad de la solidaridad ante un
semejante caído, me devuelve la fe. El imperialismo nos bloquea,
para impedir que accedamos a ciertas tecnologías, y el único recurso
que nos queda —que es el mayor de los recursos—, es la solidaridad.
Arnaldo, el lector de mi blog que narraba su experiencia
hospitalaria en los Estados Unidos, finalizaba así su comentario:
"No cuestiono si la condición de potencia médica que se le adjudica
a Cuba es válida o no por tener determinados servicios. Eso lo dejo
a los tecnócratas, a los críticos y a los politólogos. Pero de lo
que no tengo la menor duda, es que Cuba es una potencia de
humanidad, de solidaridad y de amor al prójimo".