Corría el mes de marzo del año 1962, y es cierto que Cuba ya
había alcanzado fama universal en los cuadriláteros del pugilismo
rentado, por intermedio de sus Kids: Chocolate (Eligio
Sardiñas), Gavilán (Gerardo González), y los menos recordados
Tunero (Evelio Mustelier) y Charol (Esteban Gallard).
Pero entonces no existía casi nada, o casi nada era al menos como
hoy se le conoce. Como diría García Márquez, el mundo parecía tan
reciente por esa época, bajo el influjo de la Revolución, que se
reinventaba cada día y para nombrar a las cosas había que señalarlas
con el dedo.
De ese modo, cuando el Instituto Nacional de Deportes, Educación
Física y Recreación (INDER) abolió en 1961 el profesionalismo en
Cuba mediante la Resolución 83-A, su director José Llanusa orientó
rápidamente crear un torneo amateur con carácter nacional.
El
excampeón Waldo Santiago nunca olvida aquel certamen inicial.
"Uno bastante atípico —cuenta Waldo Santiago, quien por entonces
era tan solo un muchacho de 22 años que acababa de bajar del
Escambray en la lucha contra bandidos, cuando en su natal Camagüey
lo embullaron a enrolarse en aquella aventura boxística—, pues el
INDER no contaba aún con la organización de hoy día y ni siquiera
existía la llamada Escuela Cubana de Boxeo.
"La cantera era escasa y los entrenadores pocos, así que algunas
provincias enviaron a sus boxeadores solos, por lo cual a su arribo
a La Habana los hermanos Baby y Cheo de la Paz
debieron combinar sus esfuerzos para asesorar a los atletas del
interior del país, que se albergaban en la Casa de los Remeros, a
orillas del río Almendares, y de vez en vez entrenaban también en el
Cristino Naranjo", añade Waldo, un hombre que durante 60 años ha
permanecido ligado al deporte de los puños, pues ha sido atleta,
entrenador, árbitro y federativo nacional e internacional.
Aquel primer Girón, además, duró alrededor de 40 días, pues de
entrada se decidió que sus carteles se efectuaran únicamente los
sábados por la noche, en el Centro Deportivo Vicente Ponce Carrasco,
para transmitirlos por televisión y captar la mayor audiencia
posible. En tanto, tampoco hubo sorteo ni organigrama, pues los
combates (con el clásico formato de tres rounds de tres minutos)
eran fijados a dedo por la Comisión Nacional; de tal suerte que
Waldo, por ejemplo, tuvo que vencer a los tres habaneros inscritos
en ese peso para coronarse en los 71 kg, tras debutar frente a un
guantanamero, derrotando a Rolo Mesa en semifinales, y por el título
al favorito Luis Kindelán Díaz.
Y así, aunque hubo peleas realmente vibrantes como la de Félix
Betancourt y Andrés Molina, los restantes campeones de aquella
versión primigenia resultaron Chocolatico Pérez (Roberto
Caminero) en los 51 kg, Osvaldo Sansón Riverí (54), Benigno
Junco (57), Moisés Vives (60), Lázaro Montalvo (63,5), Virgilio
Jiménez (67), Gregorio Aldama (75), Marino Boffill (81) y Raúl Díaz
(+81); de los cuales saldría en buena medida la escuadra que luego
representó a la mayor de las Antillas en los VII Juegos
Centroamericanos y del Caribe en Kingston (Jamaica), del 11 al 25 de
agosto de ese mismo año.
El resto, ya se sabe, es historia. En aquella cita multideportiva
el boxeo conquistó ocho medallas (4-2-2) para superar todas sus
actuaciones anteriores, bajo las órdenes del experimentado técnico
Wee Wee Barton (cuyo nombre real era Gabriel López Núñez),
descubridor de innumerables talentos que también comandó al equipo
en los Panamericanos de Sao Paulo’63.
Luego le llegaría el turno a Alcides Sagarra y se crearía la
Escuela Nacional de Boxeo con la asesoría del alemán Kurt Rosentil,
quien vislumbró en la Finca del Wajay el ambiente ideal para curtir
a la nueva hornada de púgiles, inicialmente en un ring a la
intemperie bajo una mata de aguacate. Mientras, otros entrañables
colaboradores aportaron también su granito, como el ucraniano Andrei
Chervonenko, quien nunca dudó del talento extraclase de Teófilo
Stevenson, pese a aquella derrota frente al estadounidense Duane
Bobick en Cali’71, lo cual quedó probado al año siguiente en las
Olimpiadas de Munich, donde el tunero le propinó una paliza a la
"Esperanza Blanca".
Se capacitaron, además, los primeros árbitros y jueces
internacionales de la Isla, se organizó aquel entrañable Mundial de
La Habana’74 y empezaron a llover las medallas: 63 olímpicas
(32-19-12), 116 mundiales (65-28-23), otras tantas en Juegos
Panamericanos (84-16-16) y un sinfín en Centroamericanos y del
Caribe. Un botín inimaginable para aquel entonces. Pero todo, todo,
todo¼ comenzó con aquel primer Girón, en el que el buque insignia
del deporte cubano soltó sus amarras para iniciar hasta el día de
hoy una travesía formidable.