Una
Basílica Menor de San Francisco repleta a más no poder vibró el
pasado lunes ante el peso del mito Katia Ricciarelli. Su aceptación
del convite de la Embajada de Italia en La Habana para inaugurar la
XIV Semana de la Cultura de ese país, avaló con su prestigio el
inicio de un conjunto de acciones coordinadas entre el Ministerio de
Cultura de Cuba, la Oficina del Historiador de la Ciudad y varias
instituciones de la nación peninsular.
Para muchos, el recuerdo fue mucho más fuerte que la realidad. La
Ricciarelli, que compartió una hora y media de un repertorio de
temas populares con el tenor Francesco Zingariello y el pianista
Roberto Corlianó —a quienes se sumó con una relampagueante y
obviamente vitoreada intromisión la maestra María Eugenia Barrios—,
llevó sobre sí la aureola de sus aportes a la escena musical
italiana en la segunda mitad del siglo pasado.
Para siempre ya la Ricciarelli será la soprano que insufló de
renovada convicción los grandes papeles del repertorio de Giuseppe
Verdi, la que compartió protagonismo con Plácido Domingo en el
Otelo, de Franco Zeffirelli, la que sorprendió a todos con su
mirada hacia los personajes de Rossini y mereció la confianza del
exigente maestro Claudio Abbado.
Desde hace 20 años ha dedicado sus empeños al descubrimiento y
entrenamiento de nuevas voces al fundar la Academia Lírica
Internacional que lleva su nombre. Precisamente uno de sus más
aventajados discípulos, y en la actualidad asociado en la labor
académica, Zingariello regaló al auditorio de la Basílica una
muestra de su maestría interpretativa —hermoso timbre, ajustado
sentido del fraseo— sobre todo al asumir E lucevan le stelle,
de la Tosca, de Puccini, y el inefable Parlame d’ amore.