En esta oportunidad fueron presentados 110 lotes, 50 de ellos
correspondientes a las llamadas artes decorativas, y 60 a pintura,
grabado, dibujo, fotografía y escultura de autores cubanos.
Entre estos últimos no solo figuraron maestros de la vanguardia
como Víctor Manuel, Amelia Peláez, René Portocarrero y Mario Carreño
—este último uno de los artistas mejor cotizados a escala
internacional en los últimos tiempos—, sino también creadores
activos durante las últimas décadas como Roberto Fabelo, Carlos
Garaicoa, Antonio Eligio Fernández (Tonel) y Osvaldo Yero.
Como hechos singulares esta vez hubo disponibilidad de obras de
un pintor un tanto olvidado como Jaime Valls, de un óleo de Leopoldo
Romañach, que anticipa uno de los frescos del Palacio Presidencial
(hoy Museo de la Revolución), y de piezas que ilustran la evolución
estilística de Servando Cabrera Moreno.
Contar con artistas contemporáneos, de consolidadas trayectorias
pero en plena evolución, contribuye no solo a certificar el valor de
su obra en el mercado si no, sobre todo, a hacer visibles sus
méritos artísticos.
En tal sentido, el director de Subasta Habana, Luis Miret, con
vasta experiencia en estos menesteres, señaló que se trata de "un
instrumento para que el coleccionista privado o el artista puedan
vender sus obras al mejor precio, pagando los impuestos por ingresos
personales establecidos en el país, con una bonificación de un 20
por ciento como estimulación del Estado. Antes de salir a la puja,
toda obra debe pasar por una comisión que dictamina su autenticidad,
analiza su procedencia, y determina si es factible o no la venta.
Nuestras normas son transparentes y se corresponden con las
prácticas internacionales usuales en este tipo de acto".
De igual modo, precisó, "somos muy celosos con los valores
patrimoniales". De hecho una buena parte de las obras de arte cubano
disponibles en la subasta procedieron de colecciones privadas
extranjeras. Su concurrencia a la puja dio fe, justamente, de la
confianza de esos coleccionistas en Subasta Habana.