Perdóneme, General

General de División (r) Jesús Bermúdez Cutiño

Durante el tributo póstumo de nuestro pueblo al General de Cuerpo de Ejército Julio Casas Regueiro, un grupo de reporteros nos abordó para que les habláramos de nuestro amigo y compañero fallecido. La sorpresa y el nudo en la garganta bloquearon parte de lo que hubiese querido decir, cosas poco conocidas, pero hoy quiero expresar una de ellas.

Julio Casas, de pie a la izquierda, sobre la torreta de un tanque en Etiopía.

Cuando cumplíamos misión internacionalista en la República de Etiopía, en los días de la ofensiva final contra el ejército invasor de Somalia, avanzábamos hacia el Ogaden, después de varios combates contra las tropas enemigas, para atacar la ciudad de Jijiga, uno de los últimos bastiones del enemigo. En su avance, nuestras tropas llegaron a las alturas de Leguinaje, en un lugar conocido por Galocha; allí fuimos detenidos por la falta de combustibles y municiones, puesto que las acciones contra el enemigo, más las condiciones de las vías de acceso, habían dado lugar a un gasto por encima de lo calculado.

Al conocer de la situación creada, el Segundo Jefe de la Misión para la Retaguardia de inmediato entró en acción de manera decisiva, con los inconvenientes del estado de los caminos inundados por las lluvias. En pocas horas, durante la noche, en acciones combinadas por tierra y aire, fueron situadas en cada tanque la cantidad de combustible necesario y las municiones de cada arma participante para toda la ofensiva, hasta la frontera del país agresor, superando además los accidentes del terreno en parte con obstáculos creados por el enemigo, como fueron las minas.

Julio Casas, de pie y de frente, junto a otros oficiales en Etiopía.

De no haberse realizado tal proeza con la urgencia que la situación exigía, el enemigo podía haber ganado tiempo y maniobrado contra nuestra agrupación de tropas principal, aunque la que avanzaba en la dirección secundaria no había confrontado estos problemas y continuaba amenazando sus posiciones. La nuestra tenía ante sí estos valladares, que gracias a la acción audaz y rápida del entonces General de División Julio Casas se había resuelto felizmente.

Nadie puede dudar que el héroe de aquel momento fuera el que dirigió los trabajos de aseguramiento en tan difíciles circunstancias, sin menoscabar, en modo alguno, el mérito indiscutible de los compañeros jefes, oficiales y otros combatientes que fueron ejecutores directos de sus órdenes.

Solucionado el gran problema, tomamos la ciudad de Jijiga, el último bastión urbano que les quedaba a los invasores, para este momento, y continuamos el avance indetenible hasta darles el golpe final y lanzarlos más allá de sus fronteras, que nunca debían haber cruzado, para sembrar muerte y sufrimientos en un pueblo noble.

Durante la toma de Jijiga fui víctima de esa dosis de vanidad que uno lleva dentro, al sentirme el primero en entrar a la ciudad, acompañado por un minúsculo grupo de compañeros; pero cuál fue mi sorpresa, mi alegría y también mi preocupación, cuando conocí que antes se había lanzado en un helicóptero, junto al hoy General de Brigada Rafael Calderín, el entonces General de División Julio Casas Regueiro.

Fue una acción arriesgada, puesto que se trataba de desembarcar sin protección alguna en una ciudad desconocida, cuando todavía no habían cesado definitivamente los disparos, y suponíamos que aun quedaban los grupos de profundidad que antes habían actuado contra nuestro puesto de mando avanzado; tal era la situación que tuvimos que desarmar y detener una posta del ejército somalí que aún permanecía en la entrada principal de la ciudad. Su actuación no fue un alarde de valentía, sino su preocupación por conocer el estado de los abastecimientos para lo que aún quedaba en la lucha por sacar al enemigo del territorio ocupado, de ahí que el riesgo no fue para él lo más importante.

Por eso, años después, cuando conocí que mi amigo fue condecorado con el Título Honorífico de Héroe de la República de Cuba, sentí gran satisfacción. Otros de sus méritos han sido mencionados, su proverbial imagen está presente en todos, pero faltan cosas como esta que para él quizás no tuvo la menor importancia y es precisamente nuestro propósito con esta humilde reseña: Que se conozca esta parte de la vida de ese héroe, que por su modestia no nos permitió hacerlo en vida.

Perdone, General, mi amigo, por decir lo que nunca quiso que hiciera. Una razón más para admirarle.

 

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