El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos condenó recientemente "el uso excesivo e indiscriminado de
la fuerza del Gobierno boliviano contra la marcha de unos 1 500
indígenas," que protestaban por la construcción de la carretera
Villa Tunari-San Ignacio de Moxos.
En el comunicado "recuerda" a las autoridades la obligación de
proteger a toda persona de cualquier forma de violencia y garantizar
el ejercicio de los derechos fundamentales, incluyendo el de
manifestarse libre y pacíficamente.
De esta forma, le sigue el juego a la campaña mediática contra el
proceso de cambios liderado por el presidente Evo Morales. El
primero en condenar los hechos y pedir perdón a las víctimas en
nombre de su Gobierno, aun cuando ha reiterado en varias ocasiones
que no dio la orden de reprimir. Un Ejecutivo que llamó al diálogo a
los marchistas, cuyas demandas iban más allá del perjuicio de la
carretera a la naturaleza, para convertirse en un boicot al Estado
boliviano, financiado fundamentalmente por la USAID de Estados
Unidos. Incluso, antes de que la Oficina del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas en La Paz levantara su dedo selectivo y acusador, ya
había sido invitado a formar parte de la comisión que investiga los
hechos para establecer responsabilidades.
¿Qué hay de la represión a los indignados en España, o del uso de
gas pimienta en Wall Street? No se ha visto ninguna condena a la
arremetida contra los estudiantes chilenos, que llevan meses
reclamando su derecho a una educación pública de calidad. ¿Quién
aboga por los miles de manifestantes apaleados brutalmente en
Grecia, Francia, Reino Unido e Israel? Mutis total. Caso omiso. El
catalejo del Alto Comisionado ve, una vez más, lo que le conviene.