Marina

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

En Islas en el Golfo un personaje de Hemingway le pedía a otro que le narrara un cuento de amor. ¿Qué clase de amor, sagrado o profano?, le preguntaban, y él definía: simplemente un buen poco de amor.

No hay duda de que por ese rumbo se encamina Enrique Álvarez en Marina, su tercer largometraje, ahora en prestreno, y que supera sus dos entregas anteriores, La Ola (1995) y Miradas (2001).

Mejor, porque si antes salió a buscar sin tener muy claro cómo plasmar temas complicados, ahora, al renunciar a cierto trascendentalismo per se y concentrarse en un argumento sencillo y lineal ––modesto argumento, pudiera decirse–– arma una historia tan discutible como creíble en sus resortes intimistas.

"Chico conoce a chica" es una forma internacional algo desdeñosa de calificar los filmes de amor en que luego de descubrirse "el muchacho y la muchacha" sobrevienen los lógicos encuentros y desencuentros, entendidos sexuales y malentendidos emocionales. De ello también hay en Marina, solo que detrás de esas recurrencias amorosas se despliega un telón de silenciosas motivaciones sociales, que tienen la capacidad de obrar sobre la conciencia del espectador.

No se subrayan esas motivaciones, pero se barruntan, están ahí, en la historia un tanto misteriosa de la joven que regresa a Gibara procedente de La Habana tras siete años de haber partido hacia las luces de la capital, dejando atrás a su viejo padre.

En tal sentido, Enrique Álvarez evita los subrayados en una trama en la que se dice menos que más. De ahí que hacia los finales, quizá buscando un conflicto fragoso antes inexistente, cuando el pescador le espeta a la joven Marina que se va del país, la revelación cobre un significado próximo al pistoletazo en la sala de concierto, no por el hecho de que se vaya el joven (él no sabe ni por qué) e invite a la travesía a la mujer amada, sino porque la acción deviene tremendismo dramático de último minuto, innecesario para resolver los conflictos de desarraigo de la joven.

Quizá más interesante hubiera sido que el pescador le planteara si en nombre del amor, ella, mujer que había conocido "las mieles" de la capital, estaba dispuesta a quedarse a vivir en la modesta casita, a orillas del mar, y comiendo los mismos pescaditos de siempre. Dura prueba amorosa hubiera sido esa, pero también otra película.

Filmada en Gibara, el director le saca el máximo al bello escenario natural. La buena fotografía es un sostén para una historia a la que le sobran minutos y que al recurrir a pinceladas humorísticas no siempre las encaja con precisión, pues algunas se notan más "puestas", que desprendidas de los situaciones.

Apreciables los desempeños de Claudia Muñiz (coguionista), Carlos Enrique Almirante y Mario Limonta en este "cuéntame un buen poco de amor", en el que a ratos la banda sonora viene en auxilio de algunas emociones que ––tratándose del tema más viejo en el mundo–– en Marina faltan.

 

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