"De
nada vale la tecnología más avanzada si no tienes algo importante
que decir", declaró Mahamat Saleh Haroun, realizador chadiano que
tuvo el privilegio de que su filme Un hombre que grita fuera
la portada de la Semana de Cine Africano que tiene lugar en La
Habana.
Procedente de uno de los más empobrecidos países de un continente
subdesarrollado por el saqueo colonial, la expoliación poscolonial y
la globalización neoliberal, Haroun, formado como periodista y
cineasta en Francia, optó por reflejar a Chad en la pantalla y
cuestionar desde ella los conflictos que padecen los suyos.
Al intervenir en el Encuentro de Cineastas de África, el Caribe y
sus Diásporas, que también se desarrolla en la capital cubana,
aplaudió la idea de apropiarse de las nuevas tecnologías de la
información para la promoción de la producción vernácula, pero
insistió en que aquellas son apenas plataformas: "Lo principal es
contar una historia, expresar ideas, dirigirte a la conciencia y la
emoción de las personas. La estética es para mí un aspecto moral del
cual no puedo desligarme".
Haroun se refirió al primer y gran desafío que tuvo que afrontar
cuando en los años 90 se estrenó como cineasta: "No había memoria
del cine en Chad. No había visto imágenes de mi país pensadas y
filmadas por gente de mi país".
No obstante realizó en 1999 Bye bye África, documento
revelador en el que se transgreden las fronteras entre la realidad y
la ficción, entre la autobiografía y la fabulación, y se somete a
análisis la propia posibilidad de hacer cine en condiciones
críticas. Haroun mereció el premio a la Mejor Ópera Prima en el
Festival de Venecia.
Once años después, Cannes le otorgó el Premio Especial del Jurado
por Un hombre que grita: "Es un filme chadiano, africano,
pero también universal, porque la globalización neoliberal ha tenido
un efecto terrible en muchas personas en los más diversos países, y
ese es el drama del protagonista de mi película. Vuelvo a lo mismo,
hago cine porque me interesan los seres humanos".