Y así ha sido. De los talleres de la 9 de abril salieron la mayor
parte de las piezas y equipos que durante muchos años mantuvieron a
la industria azucarera como nuestra principal fuente de ingresos, y
a otras fábricas que también necesitaron de su concurso.
Hernando Rodríguez Regalado, el joven director de la fundición,
explica que tras la reorganización acometida en el sector, continúan
apoyando las entidades en activo, asumiendo, además, otras tareas.
Entre las principales producciones se mantienen la fabricación de
las potentes mazas destinadas a los centrales, raspadoras, tambores,
copling para los molinos y alrededor de 14 tipos diferentes
de bombas, la mayoría de las cuales son confeccionadas únicamente
allí.
También cuentan con una unidad de pailería, capaz de producir
equipos tecnológicos como condensadores, filtros y estructuras para
calderas de 110 toneladas, con destino a producciones alcoholeras en
Venezuela.
Asimismo, se han insertado en algunos programas del ALBA,
tributando mazas para centrales azucareros y alcoholeros, que se
montan actualmente en la República Bolivariana de Venezuela,
aportando, además, algunos elementos destinados a las plantas de
tratamiento de agua de esos ingenios.
Familias enteras han curtido su voluntad apegados a los hornos de
la fundición 9 de Abril, de Sagua la Grande. La mayoría de sus
trabajadores fueron llevados allí por sus padres, cuando apenas eran
unos adolescentes, y muchos aún permanecen en su puesto de labor
preparando la reserva, en un alarde de tradición por la profesión.
A cada paso, por los diferentes talleres, encontramos a obreros
que superan los 35, 40 y hasta 50 años de trabajo en la fábrica, y a
otros que, como Vicente Hernández Rodríguez, han tenido a la
fundición como su único centro laboral. Junto a ellos, decenas de
jóvenes beben de esa experiencia, con el objetivo de continuar la
obra de quienes los antecedieron.
Yoán Isaac Nodarse Fleites es uno de los muchachos que comienzan
a escribir su historia. Como tornero le ha cogido el gusto a la
elaboración de las mazas destinadas a los centrales azucareros, y lo
hace con tanta calidad, que hasta los más pasaditos en años
requieren de sus consejos.
A su lado, enfundado en un overol azul, está Reinaldo Domínguez,
un obrero que ya acumula 44 años de esfuerzos en el centro, y aún
asegura que allí se retirará para no quedar mal con su viejo, Jesús
Tomás Domínguez, quien le pidió antes de morir no abandonar la
tradición familiar.
Y si de orgullo por la fábrica se trata, hay que contar con José
Ramón Álvarez, conocido por Moncada, el cual se mantiene en su
puesto a pesar de reafirmar lo duro del trabajo de fundidor, porque
casi todo se hace a mano, y siempre hay mucho calor (la temperatura
muchas veces supera los 60 grados Celsius).