Cuando
al romper 1960 Julio García Espinosa comenzó a rodar, al fin,
Cuba baila, fue como si dos velocidades contrapuestas le
apretaran el pecho. De una parte, ese era el guión que tantas veces
deseó filmar aun en medio de las difíciles circunstancias por las
que atravesó el país en los años finales de la dictadura. Pero de
otra, con al advenimiento de los nuevos tiempos, crecía dentro de sí
la idea de hacer cine en Revolución, lo cual en su concepto era algo
muy alejado del panfleto, incluso de las convenciones fílmicas: ya
desde entonces venía madurando aquello de que un cine auténticamente
revolucionario tendría que proponerse articular las expresiones de
vanguardia y la cultura popular.
A
punto de cumplir 85 años de edad —el próximo 5 de septiembre—, Julio
se puede dar el lujo de concederse a sí mismo el mayor regalo de su
vida: haber sido consecuente con sus ideas y sus actos. Esa es la
razón que mueve el homenaje que recibirá del ICAIC y la Cinemateca
de Cuba el lunes. En la galería de la sala Chaplin se presentará a
las 4:00 p.m., un libro que contiene la memoria de Cuba baila:
guión, antecedentes, ficha técnica, entrevistas y críticas, en un
trabajo editorial a cargo de Lola Calviño y Mario Naíto, con prólogo
de Luciano Castillo.
Vale como curiosidad la anécdota de por qué, siendo Cuba baila
la primera producción terminada del ICAIC fue la segunda en
estrenarse el 8 de abril de 1961. La película, pactada entre Julio y
el siempre solidario productor mexicano Manuel Barbachano, había
comenzado su andadura a finales de los 50. Pero como decía
Barbachano, siempre había algo que lo impedía. Ese algo era el clima
de represión de la dictadura batistiana. La insurrección popular
triunfó el 1ro. de enero de 1959, Julio casi de inmediato se integró
al Departamento de Cultura del Ejército Rebelde, animado por Camilo
Cienfuegos, y poco después nació el ICAIC. Barbachano y Julio
pudieron concretar el sueño, pero a la par va avanzando el proyecto
de Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea.
En medio de las circunstancias épicas del momento, el ICAIC
decidió estrenar primero Historias de la Revolución. El filme
de Julio debió esperar unos meses. Quizás a algunos no les pareció
muy edificante que el debut del organismo que inauguraría una nueva
era en el cine cubano, comenzara por una obra en la que se
reflejaba, en clave de tragicomedia, los avatares de una familia de
clase media atrapada entre la mediocridad y las ilusiones. Por
demás, en el momento del estreno, ya su realizador se hallaba
inmerso en El joven rebelde, con un guión del maestro del
neorrealismo italiano Cesare Zavattini.
Puestas las cosas en su lugar, tanto Historias de la
Revolución como Cuba baila fueron dos puntos de partida
muy dignos para el cine que debía representar la refundación del
cine nacional.
Gutiérrez Alea, ya se sabe, marcó en lo adelante pautas
imprescindibles para la pantalla cubana, desde Las 12 sillas
hasta Guantanamera, incluidos los clásicos Memorias del
subdesarrollo y Fresa y chocolate.
A Julio le retaría la experimentación y la búsqueda. Aventuras
de Juan Quinquín y Son como son, por citar solamente dos
títulos, merecen ser revisitadas bajo la óptica de los desafíos
estéticos de la hora actual. En Cuba baila, de un modo u
otro, con su banda sonora y su agudeza para separar la paja y el
grano en lo que respecta a lo popular y lo populista, se halla una
matriz atendible.
En definitiva Julio no solo ha hecho sino que ha pensado nuestro
cine.