Cuando en los campos peleaba el mambí su primera guerra contra el
yugo de España, con gran frecuencia se oía, en rabiosa venganza, el
tronar de fusiles sobre la carne viril de los patriotas y aparecían
las paredes enrojecidas de tanta sangre seca.
Pero el 25 de agosto de 1871, la descarga que apagó otra vida
dejó también un verso inconcluso y ahogada en llanto la voz de la
poesía.
Juan Clemente Zenea, el revolucionario y excelso cantor del
romanticismo cubano, era la nueva víctima del oprobio colonizador.
Con el asesinato, el odio peninsular cobró para sí una cuenta
pendiente de 39 años, la edad del bardo; pues con las lecciones de
heroísmo y los partos de hombres valiosos que la ciudad de Bayamo ya
había dado a la causa independentista, nacer allí —como el mismo
Zenea el 24 de febrero de 1832—ya era casi delito suficiente.
Las influencias de la localidad natal, el empeño paterno de
formar un hijo culto y educado, más las raíces de la madre, hermana
mayor del patriota y poeta José Fornaris, rápidamente moldearon el
carácter, talento y primeras ideas del niño; que cultivó con más
hondura a los 13 años, una vez trasladado a La Habana y puesto al
amparo escolar del ilustre José de la Luz y Caballero.
Cuando cumplió 14 ya colocaba sus primeras estrofas en el
periódico La Prensa, al cual ingresará tres años después como
redactor. Desde entonces, fueron innumerables las publicaciones que
acogieran su firma. Las nacionales: El Iris, Guirnalda Cubana, La
Piragua, Brisas de Cuba, Floresta Cubana, Revista de La Habana, El
Regañón, Álbum cubano de lo bueno y de lo bello, La Chamarreta, El
Siglo, Ofrenda al Bazar, Revista del Pueblo; en las españolas La
Ilustración Republicana Federal y La América, junto a otras más.
Fundados por él, nacieron el semanario El Almenares, dedicado a
la promoción de poetas jóvenes y otros temas, y la fecunda Revista
Habanera que, desde 1861 hasta su supresión en 1863, dio evidentes
señas de la radicalización del pensamiento revolucionario de Zenea.
Sin embargo, la afiliación a las ideas contra el régimen colonial
fue impulsada por la amistad con el periodista Eduardo Facciolo, con
quien colaboró en el clandestino La voz del pueblo cubano,
denominado órgano de la independencia. Descubierto el rotativo y
apresado su editor principal, el bayamés se vio forzado a marchar de
Cuba.
Regresa al amparo de una amnistía, pero sus ideas lo obligan a
partir de nuevo; sobre todo a la norteamericana Nueva Orleans, donde
amores de leyenda y la inspiración romántica del joven bardo, dieron
pie a célebres obras como la conmovedora Fidelia.
Al grito de La Demajagua, tuvo varios intentos fallidos de
regresar a Cuba, y precisamente el modo de consumar el viaje,
mediante un salvoconducto de un diplomático español y portando un
acuerdo de paz al que el propio Zenea se oponía, comenzó a tejer una
urdimbre de dudas sobre el patriota, autor de versos encandilados
que habían fijado ya su posición al lado de la causa antiesclavista
e independentista: Porque tengo con más honra / ser libre
filibustero / que no pirata negrero / y torpe esclavo de un rey.
Lo cierto es que en diciembre de 1870 logró una entrevista con
Carlos Manuel de Céspedes para acordar la forma mejor de hacer
llegar ayuda desde el extranjero, y no fue poca la confianza cuando
para el regreso, el jefe de la Revolución le encomendó llevar y
cuidar a su esposa Ana de Quesada, embarazada y enferma.
Sorprendidos en el retorno, las autoridades españolas no creyeron
en el salvoconducto ni en la historia como agente de la Metrópoli, y
fue condenado a muerte, consumada hace 140 años.
Ni aun en espera de ejecución, Juan Clemente Zenea dejó de pensar
a través de la poesía. En la soledad del cautiverio, le cantó a
romances pasados y dio cuerpo a Diario de un mártir, obra
póstuma que sumó a la exquisita lírica de los ya clásicos Fidelia,
En un álbum, A una golondrina, Ausencia, En
Greenwood y otros vuelos de la inspiración de una vida rebelde
escrita en versos de amor.