Bajo el amparo del artículo 109 de la ley Helms Burton, las
sucesivas administraciones de Estados Unidos consideran todo tipo de
agresiones injerencistas contra Cuba, encaminadas a perpetuar el
clima de hostilidad en la política de ese país hacia la Isla, y con
ello destruir la Revolución.
Basado en los supuestos derechos que otorga la citada
legislación, el mandato de George W. Bush, aprobó su conocido Plan
Bush, con el cual estableció, entre otras iniciativas, un
presupuesto mínimo de 20 millones de dólares anuales para la
subversión en nuestro país.
Este año, como ya es habitual, el gobierno norteamericano destinó
parte del presupuesto anual del que dispone, para tales fines. En
ese sentido el pasado 2 de agosto se aprobó definitivamente la suma
establecida, la cual iría a las arcas de la Agencia para el
Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID).
En abril pasado, se había entablado un debate acerca de la
aprobación o no de tal presupuesto, ante la retención de los fondos
presentada por el senador demócrata John Kerry, bloqueando el
desembolso temporalmente por no considerarlo efectivo, al no usarse
adecuadamente para lograr los fines propuestos contra el proceso
revolucionario cubano. Kerry reconoció que este tipo de programas ha
costado millones de dólares al contribuyente norteamericano y
solicitó que la Oficina de Supervisión del Congreso, que ha
investigado el fraude y abuso de esos programas en el pasado,
realizara otra indagación "sobre la base legal y la eficacia de
estas operaciones".
Antes de desembolsar esa cantidad de dólares adicionales a la
USAID, "se debe realizar una revisión plena de los programas y la
administración debe consultar al Congreso", advirtió.
Tras algunos intercambios ríspidos con congresistas de la mafia
cubanoamericana, cuatro meses después el senador cedió finalmente a
las presiones y levantó el veto a los fondos para la subversión
anticubana. Según lo divulgado, la suma quedó intacta bajo la
autorización previa del Congreso, sin recorte alguno.
Como se ha dado a conocer, estos programas administrados por el
Departamento de Estado, estarán dirigidos fundamentalmente a "apoyar
a la sociedad civil en Cuba".
Para tal propósito la administración Obama ha definido sus
prioridades, entre las que aflora: intensificar la participación
social de sectores "vulnerables", dígase discapacitados,
homosexuales, entre otros, "fomentar las alternativas de políticas
públicas que mejoren la calidad de vida y capacitar a los cubanos a
reivindicar derechos, incluidos el acceso a la educación, la salud,
la vivienda, etc"; promover la libre expresión y el flujo de
información con la contribución esencialmente de "periodistas
independientes", y por último, cínicamente han dicho que pretenden
fomentar los derechos humanos en Cuba.
También se promoverán técnicas de solución de conflictos y la
colaboración entre actores sociales.
Asimismo, la USAID prevé subvencionar, con 4,1 millones de
dólares, programas para incrementar la libre expresión entre jóvenes
con edades comprendidas entre 12 y 24 años, expandir el uso de
internet, aumentar el acceso a la información y apoyar a grupos de
la sociedad civil como cooperativas, iglesias, y clubes deportivos,
entre otros.
En este aspecto, se esgrime como justificación el intento de
incrementar la interacción entre los jóvenes y abrir espacios para
la libre asociación y expresión que estén fuera del control del
Estado cubano. En este sentido, han argumentado que buscarían
motivar la participación de jóvenes procedentes de comunidades
marginales y vulnerables, que incluye afrodescendientes, jóvenes de
zonas rurales, discapacitados y de riesgo, refiriéndose, a aquellos
pertenecientes a núcleos de padres divorciados o familias
monoparentales.
Tales iniciativas injerencistas, confirman las nuevas modalidades
introducidas por la actual administración de Washington en la labor
subversiva y de influencia hacia Cuba que, sin abandonar su
tradicional apoyo a la contrarrevolución, se propone expandir su
acceso a los más diversos sectores de nuestra sociedad.
Se trata de las acostumbradas acciones de esta naturaleza por
parte del gobierno de Estados Unidos, el cual busca detener a
cualquier coste el curso de la Revolución.
El vecino del Norte tratará, como hasta hoy, de impedir por todos
los medios a su alcance, tradicionales o no, el derecho soberano del
pueblo y Gobierno cubanos a decidir su futuro.
Lo que intenta entronizar Washington en la Isla no es más que una
continuidad de antiguos planes fraguados por los diferentes
gobiernos estadounidenses. Tales direcciones han consagrado decenas
de millones de dólares en programas de intromisión en los asuntos
internos de Cuba, aun cuando los ciudadanos de ese país son
condenados a una crisis económica aguda.