Cuba protestó y con firmeza exigió disculpas para intervenir en
unos Juegos que consideraba arrebatados. Ante la innegable
repercusión negativa de la inminente ausencia, en 1986, y luego de
contactos previos, el Comité Olímpico de Estados Unidos y la ODEPA
presentaron excusas por escrito y garantías a su candidatura para
1991. Así, la mayor de las Antillas asistió con el potencial en
pleno a los X Juegos, del 8 al 23 de agosto de 1987, pues también La
Habana recibió antes el crédito oficial como siguiente sede.
Hubo 31 deportes en el programa más abultado hasta entonces, que
incluyó 321 premiaciones vs. 295 previas. Asistió el tope de 38
naciones, con marca de 4 453 atletas.
Los levantadores de pesas arrasaron con 25 de oro de 30; Lourdes
Medina fue la reina en la gimnasia rítmica, nuevo deporte; los
gladiadores también se coronaron en lucha libre y grecorromana, con
diez cetros, en tanto el atletismo no abandonó su papel protagónico
con la presencia de un concierto de estrellas y récords.
Jackie Joyner-Kersee igualó el mundial de longitud con 7.45 m, en
tanto Carl Lewis, ya convertido en el Hijo del viento, registró 8.75
en la misma especialidad, una de las cotas más brillantes de todos
los tiempos. Javier Sotomayor arrancó con 2.32 en altura y Ana
Fidelia Quirot no perdió brillo por eso; espectacular su dupleta en
400 y 800 metros —como Juantorena en Montreal’76—, además de su
fenomenal cierre en el bronceado relevo 4x400, récord cubano.
Nada menos que diez títulos de los doce disputados sobre el
cuadrilátero boxístico recibieron los guantes de Cuba, para un nuevo
hito en el contexto, con Ángel Espinosa (75 kg), seleccionado el
mejor del certamen. Memorable fue también el éxito en béisbol,
quinto consecutivo tras vencer a batazos 13-9 a la potente novena
local que nos ganó en la primera fase. En semifinales Puerto Rico no
podía creer que iba a ganarle a Cuba y a falta de un out "dejó caer"
un fly que luego lo sepultó. Época de virtuosos: Linares, Casanova,
Pacheco, Kindelán... , cuyos jonrones todavía vuelan.
Fueron los Juegos en que no obstante su botín histórico de
medallas, 168 de oro y 369 en total, el orgullo deportivo de los
anfitriones quedó maltrecho, tras ser trasquilados también en
baloncesto —además de béisbol y boxeo—, por Brasil y su temible
bombardero Oscar Schmidt, 46 puntos del 120-115. Sin embargo,
después de una gran batalla en cinco sets, lograron triunfar frente
a Cuba en voleibol varonil, que no lo hacían desde 1967.
En la piscina sobresalió la costarricense Silvia Poll, de
ancestros alemanes, con tres títulos inéditos para alguien no
estadounidense, mientras el surinamés Anthony Nesty, recordista en
100 mariposa, impidió la barrida local en 16 finales varoniles,
logró el oro histórico de su país y probó que la pigmentación de la
piel no determina.
Cuba volvió a liderar el deporte de América Latina y mantuvo el
segundo escaño con otra demostración de altos quilates para un país
pequeño. Fijó en 75 sus campeones, cinco menos que en Caracas, pero
20 sobre los pronósticos, mientras el total de 175 medallas (52
platas y 48 bronces) sobrepasó en uno el anterior.
Y no crean que el ambiente competitivo resultó agradable. Los
Juegos tuvieron dos caras. Gentes extrañas —acudieron desde Miami
casi todas—, pusieron en peligro la hospitalidad y buen trato de los
nativos de Indianápolis, quienes recibieron con evidente disgusto
las perturbaciones del orden originadas por los advenedizos en
distintos escenarios deportivos.
Se equivocaron los de la llamada Fundación Cubano-Americana, que
avalada por ciertas autoridades abrió una oficina para "ayudar a los
cubanos que quieran desertar". La oficina quebró después de archivar
lances estériles que transitaron desde una avioneta alquilada, a la
que increíblemente se le permitió volar cerca del acto inaugural
portando una tela con el teléfono "para pedir asilo", hasta un show
con personajes de lenguaje gastado, el cual finalizó cómicamente
cuando el cartel de fondo de "bienvenidos cubanos a tierra de
libertad" cayó de pronto sobre sus cabezas.
Y al regreso de todos a la patria... frente en alto, mirada
limpia y el corazón más presuroso que de costumbre al recibir flores
en el aeropuerto obsequiadas por nuestros pioneros.