Así vinieron más muertes sucesivas. Que si le dio un terepe en
Barcelona, que si se despeñó en una camioneta por los Andes, que si
la isquemia, que si la diabetes, que si para no asustar a la
fanaticada hubo alguna vez que utilizar un doble.
La bola adquirió consistencia de verdadera fatalidad cuando el 26
de abril de este año ingresó en la clínica La Asunción, de
Barranquilla, en la sala de cuidados intensivos. En realidad el
estado de sus riñones era precario y las crisis hipertensivas no
vigiladas habían comprometido seriamente su salud. Pero quién dice
que en mayo el Joe ya estaba en pie y que el 18 de junio, en
Barranquilla, haciendo de tripas corazón se encaramó en una tarima
para agradecer el homenaje nacional que le tributaban sus compañeros
de Fruko y sus Tesos, Checo Acosta, Diomedes Díaz, Wilson Manyoma;
Hánsel Camacho, Gustavo Rodríguez y el exNiche Carlos Guerrero, en
una trepidante jornada que mezcló los jugos de la música vallenata,
la cumbia, el porro, la salsa y el bolero.
Esa sería la última aparición pública de Arroyo. Regresó a
finales de junio al hospital y el 26 de julio, al filo de las ocho
de la mañana, un locutor de Radio Caracol interrumpía la
programación habitual para soltar la bomba: "Tengo el disgusto de
informar que Joe Arroyo murió a las 7:45 a.m. en la clínica de La
Asunción. Ahora sí que el Joe murió de verdad".
Álvaro José Arroyo no necesitó de la muerte para convertirse en
una leyenda. Ya lo era desde que tres décadas atrás comenzó a darse
a conocer en Colombia y otros países de la región y luego por
Estados Unidos y Europa. Su cualidad mítica, en más de un sentido,
puede compararse a la de Beny Moré entre nosotros. Como Beny,
arrastró a multitudes, nació, vivió y cantó apegado a las raíces de
su pueblo. Fue un auténtico fenómeno de masas. Pero como Beny,
también poseía el genio singular de haber sabido amalgamar el legado
de la tradición y relanzarlo con ingeniosa entrega.
Típica historia de gente humilde, Joe comenzó a robustecer su voz
entrando los años sesenta cuando apenas levantaba dos cuartas del
suelo. Noche tras noche se ganaba la vida aguantando putazos y
borracheras en los burdeles de la zona roja de su Cartagena de
Indias, hasta que con Manuel Villanueva y su orquesta, el combo Los
Diamantes y el grupo La Protesta se hizo profesional y comenzó a
hacerse querer en toda la costa atlántica.
El gran palo lo dio al juntarse con Julio Estrada, director de la
banda Fruko y los Tesos, quien lo circuló por toda Colombia como una
voz excepcional. Aún así, los setenta fueron de prueba. Con Fruko
grabó con intensidad, pero también pasó por Los Líderes (Los
barcos en la bahía), los Latin Brothers (La guarapera),
Los Bestiales, Pacho Galán (Volvió Juanita) y La Sonora
Guantanamera, y fue llamado a hacer segundas con Piano Negro, Wanda
Kenya, los Hermanos Zulueta, Mario Gareña, Rumba Romero, Claudia
Osuna, Claudia de Colombia, Oscar Golden, y Yolandita y los
Carrangueros.
Los ochenta ya fueron totalmente suyos. Fundó su propia orquesta,
La Verdad, y ahí empezó a dar rienda suelta a lo que le bullía
dentro de la cabeza y el corazón. Respetaba el folclor pero intuía
que a la cumbia y al porro les hacían falta más fuego africano. No
se aguantaba el cuerpo ni las lágrimas ante los discos de la Sonora
Ponceña y el Gran Combo de Puerto Rico y los arranques de Richie Ray
y Bobby Cruz, pero se dio cuenta de que como salsero sería uno más,
muy bueno, sí, pero punto. Repasaba los temas de la Sonora
Matancera, pero en el son, decía, los reyes eran los cubanos y él
quería coronarse como dueño y señor del Caribe colombiano.
Entonces llegó lo que llamó, con sentido comercial si se quiere,
pero con hondura conceptual, el joesón. "Todo empezó —contó una vez—
con la canción Manyoma, que es de Fruko, pero que tiene mis
arreglos. Allí nació ese golpe, pero en realidad se hizo fuerte
cuando yo llevaba cuatro años con mi banda. Es un sonido que tiene
soca, salsa, sonidos africanos, cumbia, brisa del mar y un 50·% que
nace de mí, pero que no tengo ni puta idea qué es".
Por esa senda grabó en 1986 un joesón que se convirtió de
inmediato en uno de los éxitos más rutilantes de su carrera, y a la
vez en un hito reivindicativo de las comunidades afrodescendientes
de la región, Rebelión. Nunca antes la idea del cimarronaje
caló tan hondo desde un ritmo festivo en esta época. Con La Verdad
grabó otros temas considerados clásicos de la llamada música
tropical colombiana como La noche, Centurión en la noche,
Echao palante, En Barranquilla me quedo. Tamarindo
seco, Amerindio, Pal bailador y La fundillo
loco, aunque la gente siguió pidiendo en las emisoras de radio,
las discotecas y las victrolas los éxitos de la primera etapa de
Fruko, entre los cuales Tania, dedicado a su hija, clasifica
entre los números más solicitados, y hacia diciembre no para siempre
de sonar Alma navideña.
De su profunda identidad con los suyos hablan los 16 Congos de
Oro que recibió en el Carnaval de Barranquilla. Eran tantos que en
una ocasión, para que no opacara a potenciales competidores, los
organizadores decidieron darle un Supercongo de Oro.
En el registro de autor quedaron 107 composiciones. Un cronista
dijo que no eran canciones, sino 107 alegrías para el pueblo
colombiano.
Ya se puede imaginar lo que siguió a la muerte de Joe Arroyo el
último julio. De Cartagena partió una caravana de amigos y
admiradores que no pararon de cantar durante las exequias.
Mientras, en su barrio natal Nariño, sucedió lo increíble. Un
cronista describió el suceso con estas palabras: "En ese barrio de
Cartagena, los habitantes que crecieron junto al ídolo de la salsa
que más trascendencia ha tenido en el país, se reunieron en torno a
varios artistas nacientes y consolidados de la ciudad para sopesar
con la música de Joe Arroyo la terrible pérdida que significó su
muerte. La descarga de energía se inició a las 3:30 de la tarde y
finalizaría a las ocho de la noche, ante la mirada fija de cientos
de niños, hombres y mujeres de todas las edades, procedentes de
múltiples comunidades de la ciudad. Sobre la tarima que se dispuso
en la Calle Real de Nariño hubo espacio no solo para los acordes y
versos del cartagenero, sino también para las narraciones sobre su
infancia y anécdotas preclaras por parte de sus familiares. No solo
las calles de Nariño se llenaron durante cuatro horas de parejas que
bailaron las canciones de Álvaro José El Joe Arroyo González.
Incluso los tejados de las viviendas cercanas a la tarima se
convirtieron en terrazas para apreciar tal descarga anímica y de
ritmo".
Curiosamente por esos días, la cadena RCN comenzaba a transmitir
una telenovela basada en la vida del artista, El Joe, la leyenda.
Menudo problema para los productores. A nadie le gusta que el héroe
muera.