Una leyenda

Las 20 muertes y las 107 alegrías de Joe Arroyo

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Tantas veces anunciaron la muerte de Joe Arroyo que nadie lo podía creer. La primera vez fue al término del carnaval de Barranquilla de 1983, cuando suspendió una serie de conciertos por una repentina hospitalización de la que nada se dijo a los medios. Años después, en los noventa, se corrió el rumor de que una fanática furibunda, a la que había destrozado el corazón con la música de un porro de rompe y raja, lo había esperado a la puerta de una discoteca para descargarle siete tiros en la caja del cuerpo. La crónica roja desmintió la especie; la víctima era el marido de la susodicha, un truhán que para enamorar a las muchachas se hacía pasar por el cantante.

Joe Arroyo, un mito en Colombia.

Así vinieron más muertes sucesivas. Que si le dio un terepe en Barcelona, que si se despeñó en una camioneta por los Andes, que si la isquemia, que si la diabetes, que si para no asustar a la fanaticada hubo alguna vez que utilizar un doble.

La bola adquirió consistencia de verdadera fatalidad cuando el 26 de abril de este año ingresó en la clínica La Asunción, de Barranquilla, en la sala de cuidados intensivos. En realidad el estado de sus riñones era precario y las crisis hipertensivas no vigiladas habían comprometido seriamente su salud. Pero quién dice que en mayo el Joe ya estaba en pie y que el 18 de junio, en Barranquilla, haciendo de tripas corazón se encaramó en una tarima para agradecer el homenaje nacional que le tributaban sus compañeros de Fruko y sus Tesos, Checo Acosta, Diomedes Díaz, Wilson Manyoma; Hánsel Camacho, Gustavo Rodríguez y el exNiche Carlos Guerrero, en una trepidante jornada que mezcló los jugos de la música vallenata, la cumbia, el porro, la salsa y el bolero.

Esa sería la última aparición pública de Arroyo. Regresó a finales de junio al hospital y el 26 de julio, al filo de las ocho de la mañana, un locutor de Radio Caracol interrumpía la programación habitual para soltar la bomba: "Tengo el disgusto de informar que Joe Arroyo murió a las 7:45 a.m. en la clínica de La Asunción. Ahora sí que el Joe murió de verdad".

Álvaro José Arroyo no necesitó de la muerte para convertirse en una leyenda. Ya lo era desde que tres décadas atrás comenzó a darse a conocer en Colombia y otros países de la región y luego por Estados Unidos y Europa. Su cualidad mítica, en más de un sentido, puede compararse a la de Beny Moré entre nosotros. Como Beny, arrastró a multitudes, nació, vivió y cantó apegado a las raíces de su pueblo. Fue un auténtico fenómeno de masas. Pero como Beny, también poseía el genio singular de haber sabido amalgamar el legado de la tradición y relanzarlo con ingeniosa entrega.

Típica historia de gente humilde, Joe comenzó a robustecer su voz entrando los años sesenta cuando apenas levantaba dos cuartas del suelo. Noche tras noche se ganaba la vida aguantando putazos y borracheras en los burdeles de la zona roja de su Cartagena de Indias, hasta que con Manuel Villanueva y su orquesta, el combo Los Diamantes y el grupo La Protesta se hizo profesional y comenzó a hacerse querer en toda la costa atlántica.

El gran palo lo dio al juntarse con Julio Estrada, director de la banda Fruko y los Tesos, quien lo circuló por toda Colombia como una voz excepcional. Aún así, los setenta fueron de prueba. Con Fruko grabó con intensidad, pero también pasó por Los Líderes (Los barcos en la bahía), los Latin Brothers (La guarapera), Los Bestiales, Pacho Galán (Volvió Juanita) y La Sonora Guantanamera, y fue llamado a hacer segundas con Piano Negro, Wanda Kenya, los Hermanos Zulueta, Mario Gareña, Rumba Romero, Claudia Osuna, Claudia de Colombia, Oscar Golden, y Yolandita y los Carrangueros.

Los ochenta ya fueron totalmente suyos. Fundó su propia orquesta, La Verdad, y ahí empezó a dar rienda suelta a lo que le bullía dentro de la cabeza y el corazón. Respetaba el folclor pero intuía que a la cumbia y al porro les hacían falta más fuego africano. No se aguantaba el cuerpo ni las lágrimas ante los discos de la Sonora Ponceña y el Gran Combo de Puerto Rico y los arranques de Richie Ray y Bobby Cruz, pero se dio cuenta de que como salsero sería uno más, muy bueno, sí, pero punto. Repasaba los temas de la Sonora Matancera, pero en el son, decía, los reyes eran los cubanos y él quería coronarse como dueño y señor del Caribe colombiano.

Entonces llegó lo que llamó, con sentido comercial si se quiere, pero con hondura conceptual, el joesón. "Todo empezó —contó una vez— con la canción Manyoma, que es de Fruko, pero que tiene mis arreglos. Allí nació ese golpe, pero en realidad se hizo fuerte cuando yo llevaba cuatro años con mi banda. Es un sonido que tiene soca, salsa, sonidos africanos, cumbia, brisa del mar y un 50·% que nace de mí, pero que no tengo ni puta idea qué es".

Por esa senda grabó en 1986 un joesón que se convirtió de inmediato en uno de los éxitos más rutilantes de su carrera, y a la vez en un hito reivindicativo de las comunidades afrodescendientes de la región, Rebelión. Nunca antes la idea del cimarronaje caló tan hondo desde un ritmo festivo en esta época. Con La Verdad grabó otros temas considerados clásicos de la llamada música tropical colombiana como La noche, Centurión en la noche, Echao palante, En Barranquilla me quedo. Tamarindo seco, Amerindio, Pal bailador y La fundillo loco, aunque la gente siguió pidiendo en las emisoras de radio, las discotecas y las victrolas los éxitos de la primera etapa de Fruko, entre los cuales Tania, dedicado a su hija, clasifica entre los números más solicitados, y hacia diciembre no para siempre de sonar Alma navideña.

De su profunda identidad con los suyos hablan los 16 Congos de Oro que recibió en el Carnaval de Barranquilla. Eran tantos que en una ocasión, para que no opacara a potenciales competidores, los organizadores decidieron darle un Supercongo de Oro.

En el registro de autor quedaron 107 composiciones. Un cronista dijo que no eran canciones, sino 107 alegrías para el pueblo colombiano.

Ya se puede imaginar lo que siguió a la muerte de Joe Arroyo el último julio. De Cartagena partió una caravana de amigos y admiradores que no pararon de cantar durante las exequias.

Mientras, en su barrio natal Nariño, sucedió lo increíble. Un cronista describió el suceso con estas palabras: "En ese barrio de Cartagena, los habitantes que crecieron junto al ídolo de la salsa que más trascendencia ha tenido en el país, se reunieron en torno a varios artistas nacientes y consolidados de la ciudad para sopesar con la música de Joe Arroyo la terrible pérdida que significó su muerte. La descarga de energía se inició a las 3:30 de la tarde y finalizaría a las ocho de la noche, ante la mirada fija de cientos de niños, hombres y mujeres de todas las edades, procedentes de múltiples comunidades de la ciudad. Sobre la tarima que se dispuso en la Calle Real de Nariño hubo espacio no solo para los acordes y versos del cartagenero, sino también para las narraciones sobre su infancia y anécdotas preclaras por parte de sus familiares. No solo las calles de Nariño se llenaron durante cuatro horas de parejas que bailaron las canciones de Álvaro José El Joe Arroyo González. Incluso los tejados de las viviendas cercanas a la tarima se convirtieron en terrazas para apreciar tal descarga anímica y de ritmo".

Curiosamente por esos días, la cadena RCN comenzaba a transmitir una telenovela basada en la vida del artista, El Joe, la leyenda. Menudo problema para los productores. A nadie le gusta que el héroe muera.

 

| Portada  | Nacionales | Internacionales | Cultura | Deportes | Cuba en el mundo |
| Comentarios | Opinión Gráfica | Ciencia y Tecnología | Consulta Médica | Cartas| Especiales |

SubirSubir