Cuando
se penetra por estos días de verano a la Galería Villa Manuela, de
la UNEAC, un aire de renovación se advierte en sus paredes.
Cuidadosamente montada sobre paneles negros, con espacio suficiente
para la observación de cada una de las obras y a la vez del conjunto
—indiscutible mérito de la curaduría completada por el trabajo de
los especialistas de la galería—, se despliega la exposición Aquí
vienen a dar todos los vientos, del pintor Carlos Trillo (La
Habana, 1941).
Dentro
del abstraccionismo insular, Trillo es una firma establecida. No se
trata solo de que se haya adscrito a una variante técnico-expresiva
denominada arte matérico —incorporación a la textura de diversos
materiales extrapictóricos—, sino de una consecuente valoración de
los elementos que tienen que ver con la efectividad comunicacional
de la composición no figurativa.
De tal modo el espectador cae en la cuenta de que el artista no
se limita a jugar con colores y formas de una manera arbitraria. El
abstraccionismo en Trillo es férrea voluntad creadora, firme
determinación de dotar de sentido a la producción pictórica.
Ello se afianza y cobra una especie de nueva naturaleza en la
obra reciente de Trillo. La irrupción de una paleta cromática más
libre, de colores luminosos que refrescan la rispidez de los tonos
oscuros y la determinación de las texturas matéricas hacen de esta
exposición una plataforma para el relanzamiento de un lenguaje
largamente cultivado.
De ahí que concuerde con el arquitecto Daniel Taboada, quien al
valorar la muestra afirmó: "Cada exponente salido de sus manos o de
sus improvisadas sorpresas compuestas por la gravedad, la fuerza de
gravedad de sus chorreados —el abusado dripping— y el
informalismo controlado de sus diseños (surgen de) fuerzas
interiores que varían con su estado de ánimo, con su rico y apenas
descubierto mundo interior de sus orígenes, del que celosamente
guarda la clave".