Carta
desde Basora:
En los hospitales de la ciudad pueden contemplarse sin ningún
género de duda los efectos del uranio empobrecido entre los más
pequeños. El personal sanitario que les atiende está convencido de
sus vínculos con el cáncer y las deformidades.
Los modernos, aireados y brillantes pasillos del nuevo hospital
Laura Bush para niños con cáncer se encuentra situado a un corto
viaje en coche desde la colorista y envejecida maternidad y hospital
infantil de Ghazwan, en la sureña ciudad iraquí de Basora.
Ambos proporcionan un fuerte contraste con el paisaje urbano
marrón-grisáceo de la ciudad, en cuya atmósfera, ahíta de polvo y
humo, se alcanzan este verano los 60º, conformando uno de los
ambientes más contaminados del mundo.
El brillo y el color podrían inspirar una inicial esperanza en
las mentes y en los corazones de los atribulados padres, pero los
dos hospitales carecen aún de equipamiento de laboratorio y aparatos
esenciales para aplicar radioterapia o diagnosticar las numerosas
circunstancias que hacen que al menos mueran diez bebés cada día en
la sala de maternidad Ibn Ghazwan.
"Es como si estuviéramos ciegos", dice el doctor Ahmed Yafer, un
especialista en pediatría. "La nuestra es la única unidad neonatal
en esta región pero no podemos diagnosticar con la rapidez debida a
qué nos estamos enfrentando. Nuestros niños mueren de desnutrición,
diarrea, tuberculosis, meningitis, leishmaniasis, enfermedades
hepáticas crónicas, neumonía, anemia y enfermedades congénitas
cardiacas, todas ellas fácilmente evitables fuera de Iraq".
Añádase a esto la alta incidencia de abortos involuntarios, hasta
40 por semana, las tasas de leucemia infantil, que han subido a más
del doble en la ciudad desde 1993 al 2007, y la cifra semanal de
tumores y deformidades congénitas —sin ojos y sin extremidades, por
ejemplo— con que nacen los niños, hacen que se empiece a aprehender
algo de la escala del horror sobrevenido sobre los niños de Basora,
y no solo de Basora, sino de muchos lugares más por todo Iraq desde
que se pusieron en marcha las sanciones de las Naciones Unidas
contra Sadam Husein durante la I Guerra del Golfo de 1991.
Puede que el doctor Yafer y sus colegas estén metafóricamente
ciegos. Pero la ceguera de Abu Felah Reyal, de dos años —en el ojo
derecho, sobre el que se ha desarrollado un tumor enorme— es muy
real. Han estado sometiéndole a quimioterapia en el hospital Laura
Bush, muchos de cuyos pacientes vienen de la ciudad de Misan, de
Zubair y Narariyeh, situadas al sur de Basora, cerca de la frontera
con Kuwait.
Mustafa Fareh, de cuatro meses, quien tiene un tumor en el hígado
que le ha hinchado mucho el abdomen, está también recibiendo
agresivas sesiones de quimioterapia. Ahora padece una infección en
el pecho y la expresión de su rostro revela un gran dolor hasta
cuando duerme en una cama de una esquina tranquila de la sala.
Grandes pegatinas con las felices caras sonrientes de los
personajes de Disney —Goofy, Mickey Mouse, el Pato Donald y sus
amigos— adornan las paredes, testigos surrealistas del destino de
los enfermos.
El equipo médico, de un gran nivel profesional, dice que las
armas químicas, incluyendo las que contenían uranio empobrecido (DU,
por sus siglas en inglés) se utilizaron extensamente en la región
fronteriza en la guerra Irán-Iraq y durante las posteriores guerras
del Golfo.
Su venenoso legado continuará llevándose las vidas de los niños
durante muchos años.
"En la orina de los pacientes se pueden encontrar pruebas de los
efectos del DU o mediante biopsias y establecer claramente la
relación. Pero no tenemos instalaciones para poder hacerlo; tenemos
pocas dudas de que el DU está vinculado al aumento de los casos de
cáncer y deformaciones. También estamos viendo un aumento en los
casos de esterilidad en hombres y mujeres, y eso es también muy
preocupante", dice el profesor Thamer Hamdan, decano del Colegio
Médico de Basora.
Tratar de leucemia a un niño cuesta alrededor de 200.000 dólares.
En el hospital Laura Bush, el 80 % del coste de las caras medicinas
es sufragado por el Proyecto de la Lámpara Mágica de Aladino —una
institución benéfica con sede en Viena— y sus socios europeos. Por
el momento, el Gobierno iraquí, a través de las autoridades
sanitarias locales de Basora, cubre el resto.
Save the Children y sus socios financieros están también
aportando ayuda en los aspectos de formación de profesores,
educación, elementos psicosociales, equipamiento de edificios y
saneamiento en colegios.
Pero el equipo médico de Basora también señala la escasez de
personal con capacidades de liderazgo y control que puedan
encargarse y ayudar a mejorar la infraestructura de la sanidad y del
agua.
Al visitar uno de los coloridos "espacios acogedores para los
niños" de Save the Children, vemos un aula con unos 40 niños y niñas
de la localidad —que normalmente están separados en los colegios—
jugando y riendo juntos mientras se preparan para hacer una
excursión a las marismas situadas en los alrededores de Basora.
Aunque podría ser la ubicación del Jardín del Edén, las marismas
son un toque verde en el árido paisaje iraquí. Y en Chibaysh, entre
los juncos que crecen en abundancia, los renacuajos, los pececillos
espinosos, los pájaros y los búfalos parecen crecer vigorosos
gracias a los esfuerzos de regeneración de la comunidad y el
Gobierno.
Cuando pasamos junto a un alto embarcadero recién construido en
hormigón junto a una reserva de la comunidad, algunos niños se
zambullen en el agua de color verde pálido de una de las muchas
acequias que se entrecruzan por esta inmensa zona. Salpicaduras y
risas podrían pertenecer a los sonidos cotidianos de una infancia
normal. Pero mientras aquí siga existiendo el venenoso legado de
pasadas guerras, hay sonidos que muchos de los niños de Iraq no van
a poder conocer nunca. (Tomado de Irishtimes.com)