Fiel a sí mismo —homo sapiens y homo ludens en una misma
entidad—, Leo Brouwer ha preparado para mañana a las 6:00 p.m., en
la Basílica Menor de San Francisco, una aventura intelectual y
emocional destinada a ensanchar el conocimiento y nutrir el
espíritu.
Con la colaboración del pianista Leonardo Gell, el violinista
Fernando Muñoz y el cellista Alejandro Martínez, desarrollará el
programa Norteamérica en su música (con obras de compositores
judíos), las cuales serán comentadas por el notable autor
cubano, merecedor el año pasado del Premio Iberoamericano de la
Música, Tomás Luis Victoria.
Dos especificidades se revelan desde el título mismo del
programa. De una parte, la ubicación geográfica. La música que
escucharemos responde a una tradición largamente cultivada y grávida
de hallazgos, no siempre visibles por obra y gracia del colosal
impacto de la industria cultural y los desafueros mediáticos de una
potencia que se vende a sí misma.
No hablo solo de la dimensión hegemónica de la llamada cultura de
masas sino también de la manera con que las elites de ese país han
manejado las jerarquías de la música académica o de concierto,
privilegiando los códigos europeos en el pujante y muy solvente
tejido cultural institucional. Dicho de otro modo, a lo largo de
casi todo el siglo XX, la consolidación del prestigio de las
sociedades filarmónicas, las orquestas sinfónicas, los sellos
discográficos especializados y los centros de formación académica,
creció en una relación directamente proporcional en la medida que
compitieron y sobrepasaron a sus similares europeos y no siempre
ponderaron la originalidad y altísima calidad con la que músicos
nacidos en la Unión expresaban las identidades propias y singulares.
Leo llamará mañana la atención sobre el relato de la vanguardia
norteamericana y, hará recaer el acento, sobre otra especificidad:
la de los autores que a mí me gustaría llamar de ascendencia hebrea,
para no confundir la denominación de origen con la práctica
confesional del judaísmo.
Tres de los compositores representados lograron convertirse en
íconos de la música norteamericana de la última centuria. Su sola
mención atrae al público y los medios allá, aquí y en cualquier
parte: Aaron Copland (1900 – 1990), Leonard Bernstein (1918 – 1990),
autor de uno de los dramas musicales más escenificados de nuestra
época, West Side Story, de la que se escucharán temas
versionados para trío, y John Williams (1932), el mago de la banda
sonora de La guerra de las galaxias, que llega ahora con otra
referencia fílmica, la de La lista Schindler. Por cierto, de
Copland se interpretará el Trío Vitebsk, una de sus pocas
conexiones con la música judía, puesto que si se fuera a identificar
la marca del compositor tendría que revelarse su afán por construir
un universo sonoro semejante al de los pioneers en la
conquista del Oeste.
Pero la propuesta de Brouwer va más allá. El público entrará en
contacto a través del Piano Trío (1911) con Charles Ives
(1874 – 1954), para muchos el fundador de la vanguardia en EEUU.;
con Curtis Curtis-Smith (1941) y su trío Sweetgrass (1982); y
con John Adams (1846), quien ha explicado que su China Gates
(1977) para piano no es otra cosa que "casi un palíndromo perfecto".
Ojalá que este concierto de Leo Brouwer incentive la curiosidad
hacia esos otros Estados Unidos. Y que, por ejemplo, alguna vez
nuestra escena lírica tan conservadora se aproxime a la obra
operística de Adams, uno de los mayores compositores contemporáneos
del género, con obras tan importantes como Nixon in China
(1987) y Doctor Atomic (2005).