ROMA. — El escritor italiano Umberto Eco enfrentará la avalancha
de Internet con una solución arriesgada: despojar a su novela El
nombre de la rosa de la densidad enriquecedora que la
caracteriza, para acercarla a los jóvenes.
Publicada en 1980, trajo consigo el renacimiento de la novela
histórica que, a partir de esa obra, saldría del rincón oscuro donde
había sido confinada para cobrar nuevo auge. Apenas salida de la
imprenta, devino uno de los títulos más significativos,
fundamentales, del siglo pasado.
Estudioso de los medios de comunicación, que ha explorado a
fondo, Eco se propuso reescribir su novela, aligerando no solo su
contextualización histórica sino también el lenguaje de un texto
nacido, según confesión propia, de su amor por los libros y pasión
medievalista.
De ahí que resulte, hasta cierto punto, un contrasentido
simplificar el texto para facilitar su lectura no solo a los jóvenes
sino también a los internautas que navegan por las aguas virtuales
de Internet, y hasta ahora solo tienen ante sí algunos pasajes de
El nombre de la rosa, tal vez los más crípticos.
Eco se fijó como meta el 5 de octubre para depositar en las
fauces digitales la versión aligerada de un clásico en su género,
arropado ahora con nuevas vestiduras.
En su tiempo, la novela fue traducida a 47 idiomas y llevada al
cine con Sean Connery como el monje franciscano Guillermo de
Baskerville, una mezcla del filósofo Guillermo de Occam y el sagaz
Sherlock Holmes. Solo en Italia se vendieron seis millones y medio
de ejemplares.
Una vez plasmada, casi seguro su decisión generará polémica. Los
clásicos de la literatura están resguardados por un poder secreto
que los mantiene invictos y con cauce abierto siempre a las nuevas
generaciones.
En la afición a la lectura un factor determinante lo constituye
la jerarquía literaria de alto vuelo, el latido humano capaz de
conmover y despertar, por la vía de las emociones, los resortes del
intelecto.
El nombre de la rosa tiene a su favor, además, la presencia
de un adolescente con rango protagónico, Adso de Melk, el pupilo del
monje franciscano y su colaborador en las pesquisas para descubrir
los asesinatos perpretados en un monasterio benedictino,
relacionados con un libro prohibido.
Un viejo manuscrito iluminado cuyo pecado era hacer reír a los
monjes, una risa prohibida, excomulgada en el monasterio. La risa
considerada como una incitación diabólica.
Tal vez de la reescritura de su autor resulte una versión tan
encomiable como la original que vio la luz primera en letra impresa
aunque segundas partes, como reza el sabio credo popular, nunca
fueron buenas.