Aunque
la producción poética de Bonifacio Byrne recoge varios poemarios,
sin contar la mayor parte de su obra que aún permanece inédita,
nadie podría negar que para los cubanos el nombre del insigne
matancero siempre irá acompañado de ese apelativo indiscutible que
hubo de ganar con solo una de sus composiciones: el poeta de la
bandera.
Traerlo
al siglo XXI, develarlo ante las nuevas generaciones que lo
desconocen y redescubrirlo a las que supieron de él, aunque de
manera poco profunda, es un acto de justicia poética e histórica
para con este hombre que, nacido en 1861, creció escuchando —y
admirando— remembranzas épicas de la Guerra del 68 y perteneció con
Julián del Casal, a una de las hornadas de bardos finiseculares.
No le fue ajeno el fragor efervescente de la época en que vivió
su temprana juventud y su aura poética halló cobija con más fuerza
en los aconteceres patrios que se debatían en la lucha por la
independencia de la Nación, como tampoco se evadiría más tarde de la
realidad cubana cuando Estados Unidos le arrebató su independencia a
la isla para sumirla en la ignominiosa etapa de la Enmienda Platt.
El también llamado Poeta de la Guerra se vio obligado en 1896 a
emigrar a Tampa, para actuar allí tan dignamente como lo hicieran
los cubanos radicados en esa ciudad de Norteamérica que querían la
libertad de Cuba. Las razones por las que hubo de partir para huir
de las persecuciones del gobierno se asocian al fusilamiento de su
amigo, el revolucionario Domingo Mujica. A raíz de este hecho
empieza a circular un soneto en el que se enaltecía la valentía con
que enfrentó la víctima su muerte. Y aun sin estar firmado todos
reconocían en esos versos a Byrne como su legítimo autor.
Efigies se titula el poemario donde incluirá los sonetos
patrióticos que publica en Filadelfia, en 1897, cuyos versos exaltan
figuras y hechos trascendentales de la gesta independentista cubana
y cuyas remuneraciones tendrán como fin incrementar los fondos
destinados por los revolucionarios a la causa liberadora.
"De distantes riveras" hasta su tierra amada, regresará este
poeta del que se dice que no pudo pasar un solo día de su vida sin
escribir un poema, en 1899, apenas finalizada la guerra. Al
acercarse a suelo cubano, Byrne pudo distinguir al lado de su enseña
nacional la norteamericana, que indicaba la indeseada presencia de
ese país en el suyo, y la inspiración, agitada por el doloroso
cuadro que contemplaba, lo hizo componer ese poema que no puede
leerse ni escucharse sin emoción y que todo cubano cabal siente como
suyo: Mi bandera.
Nunca el pabellón tricolor ondeó tan dignamente en unos versos.
Nunca la palabra del poeta fue más altiva para erigir la soberanía
de la patria. Había nacido el poema de la bandera. Bonifacio Byrne,
quien se abrió en sus albores a la poesía modernista con aquel libro
que llamó Excéntricas, torcía su motivación hacia otras
preocupaciones y les legaba esta joya literaria y espiritual a sus
coterráneos.
Por si fuera poco su valor, ha quedado en la voz inolvidable de
Camilo Cienfuegos la última de sus estrofas, citadas por el Héroe de
Yaguajay cuando se dirigía por última vez a su pueblo, el 26 de
octubre de 1959, para denunciar los bombardeos que desde el día 10
de ese mes estaban teniendo lugar en La Habana por parte de aviones
yankis.